Capítulo X

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Capítulo diez

Anvard se había convertido en un auténtico caos en las últimas semanas del mes. Después de que el telediario anunciara las restricciones que habría en los próximos meses, todos los habitantes enloquecieron.

El espíritu navideño que caracterizaba a la ciudad se desvaneció, la gente paseaba por las calles con temor a que Litopia atacara en ese instante, poca vida, en general, aparecía por el exterior. Y lo peor de todo se daba en el clima; una nube rojiza de polvo amenazaba encima del interior de las fronteras, por lo que, el sol apenas aparecía y la lluvia cada vez caía con más potencia.

Las consecuencias de la guerra, ahora sí que se vivían al máximo. Y, claro, mi profesión me hacía darme cuenta del daño físico que estábamos sufriendo. El trabajo se había duplicado junto a Jenny, hasta que el gobierno había tenido que contratar a otro integrante para que nos ayudara. Un hombre fuerte de veintidós años, que no iba a la universidad por jugar como profesional en el equipo de fútbol de Anvard.

Y, adivinen... ¿quién se lo tiró el primer día que lo vio?

Ajá, fui yo.

Esto era culpa de Axel. Él no había vuelto a aparecer por mi casa ni por ningún otro sitio y ya me estaba poniendo nerviosa. No malinterpretéis el término "nerviosa", más que en ese es- tado, estaba necesitada.

Mi regla principal era simple: no repetir polvos con ningún hombre. Y, sinceramente, ya la había roto en el momento en el que tuve un segundo encontronazo con Axel. Pero tenía la excusa perfecta, él era irresistiblemente caliente y sexi, un puto dios del infierno que ardía en llamas cada vez que nos veíamos. Además, con Axel no me aburría como con el resto. Él tenía ese algo que me incitaba a seguir pecando.

Eso sí, no la rompería con nadie más que con el Demonio.

Hoy era un día diferente. Por fin la fecha más esperada del año había llegado; nos daban las vacaciones de Navidad y había que celebrarlo por todo lo alto; así que, a escondidas de los adultos mayores (porque nosotros ya lo éramos) organizamos una fiesta en un edificio de la periferia con todo el alumnado de la tarde invitado.

Yo ya tenía un plan creado en mi cabeza, el cual, comenzaba a la hora de la merienda y terminaría mañana temprano. La "teoría", era simple y esperaba que la "práctica" también lo fuera.

A la hora de la cena, bajé al comedor con mis padres. Usaba una bata de estar por casa debajo de mi vestuario, que se componía por dos partes extremadamente cortas y brillantes. Ya sería más específica después.

— Está comenzando el frío típico del invierno de Anvard — escuché que dijo mamá antes de sentarme en mi silla —, y se nota demasiado. Mírala, Juan, tu hija lleva una bata cuando en su vida se ha puesto una.

Cierto. Esta bata arruinaba todo mi glamour.

— Hace muchísimo frío, me congelaré si sigo así — apoyé a mamá.

— La guerra no para de hacer estragos. Ojalá se llegue a un acuerdo de una vez por todas.

Oh, sí.

Otra de las consecuencias que estábamos teniendo era esta. Poco gas llegaba a las casas, por lo que no había suficiente para encender calentadores o estufas. A penas teníamos agua ca- liente con la que ducharnos. Anvard no se encontraba en buenos tiempos de malgasta, más bien, se debía de ahorrar.

— Hice sopa de pescado ardiendo y si la comemos ya, podremos entrar en calor.

Mary levantó la tapa de cerámica del recipiente y con la cuchara comenzó a servir raciones de caldo. No era mi cena favorita, pero era comible. Lo comí con rapidez para poder irme lo antes posible.

Demonio: las leyes del abismoOù les histoires vivent. Découvrez maintenant