XXXIII. CONTRAATAQUE.

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Un día después.

• Cerdeña, Italia •

( . . . )

ALESSANDRO LEONE:

Cuelgan las blancas guirnaldas con flores en los tirantes de la mansión, en pocos minutos los invitados estarán llegando. No fue fácil aceptar el compromiso de Franchesca con ese tipo inútil, pero mí padre había insistido en que necesitábamos su tecnología.

Al decirle eso a mí hermana, ella casi se desmaya, estaba totalmente en contra de casarse con él. Debido a la diferencia de veinte años entre ellos.

Suspiré cuando vi casi todo listo. Subí las escaleras y toque la puerta de Franchesca. Está dio permiso para entrar. Cuando abrí, las mujeres que estaban arreglando su cabello se alejaron inclinando un poco su cabeza.

—Déjenme a solas con mí hermana —les ordené.

—Si, señor.

Todas se retiraron dejándome solo con ella.

Franchesca se miraba al espejo. Llevaba un hermoso vestido blanco largo, el cabello lo tenía suelto con flores del mismo color prendidas a algunos mechones, las cuales destacaban por el color negro de su pelo.

Estaba tan hermosa pero tan infeliz al mismo tiempo.

—Fran...

Ella se dió vuelta, mirándome con seriedad, la cual no duró mucho ya que una lágrima cayó por su mejilla. Contrajo su hermoso rostro empezando a llorar.

—Hermano... —corrió hacía mí para abrazarme.

—Ay, hermanita... —besé su cabeza—. Lo siento.

—¡Sálvame! —suplicó—. No quiero hermano, no quiero esto.

Se desmoronó, cayó de rodillas frente a mí, aferrándose a las mangas de mí camisa. Me rompía el alma verla así. Abrazó mis piernas, desesperada.

—¡Ayúdame! ¡Sácame de aquí! —su llanto era incesante—. ¡Por favor, no quiero! ¡No quiero!

Yo tampoco quería, pero era orden de nuestro padre. No podíamos desobedecer eso.

—Hermana —la levanté—. Franchesca, no puedo hacer nada. Quisiera, pero no puedo.

—¿Por qué? ¿Por qué me hacen esto? —secó sus lágrimas—. Solo me sacrifican para su beneficio.

No tenía nada con que contradecir eso. Era verdad, lo hacíamos para obtener más información, para tener algo con que dar con Mássimo Cobra o alguien allegado a él.

Rendida y totalmente indefensa, ella bajo la cabeza cerrando sus ojos. Se dio vuelta hacia su mesita de luz y tomó, furiosa, un cuadro, donde tenía una foto de todos nosotros junto a ella.

Camino hacia mí, con el enojo en sus grises ojos.

—¡Todos y cada uno de ustedes usan mí vida para proteger la suya! ¿Que clase de familia son? ¿Que diría mamá de esto? —aventó el cuadro hacia el suelo, el cual se rompió en pedazos—. ¿Que diría Elizabeth de esto?

VERDADES DOLOROSAS [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora