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JungWon conoció a Jake de pequeño. Iban juntos al preescolar, pero su amistad no fue inmediata, sino que, al contrario, se caían mal. A JungWon le gustaba crear castillos de lego, Jake siempre los derrumbaba cuando terminaba. JungWon dibujaba flores, Jake rompía el papel.
Simplemente, todo lo que JungWon amaba hacer, Jake lo odiaba.
Así fue los primeros tiempos, hasta que un día la maestra se puso a hablar con ellos. Les dijo que sí no les gustaba el otro, sólo lo hablen, que no hace falta ser malo o bueno, sólo tolerarse entre sí. Nunca esperó que después de eso, Jake le propuso a JungWon ser amigos.
En la primaria ya eran cercanas. Jake ya no rompía sus cosas, pero decía que odiaba todo. No le gustaban sus compañeros, no le gustaba la maestra, no le gustaban las materias y todo era aburrido e irritante.
Una vez JungWon le hizo aquella pregunta.
—¿Me odias a mí?
Jake bufó y miró a otro lado.
—No a ti, pero sí lo que amas.
JungWon no estuvo contento luego, pero era la mejor respuesta que podía obtener.
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