Capítulo XVII El rechazo de mi familia

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Fu a visitar a mis padres a Betsaida. A la hora de la comida estuvimos hablando sobre temas irrelevantes. Noté alguna mirada esquiva, sobre todo en mis hermanos. Dos de mis hermanas cuchicheaban entre ellas. Me decidí a decírselo.

—Papá, mamá. Me voy a casar de nuevo.

Un silencio frio se hizo en la sala.

—¿Con quién? ¿Con una prostituta? —dijo mi madre enfadada—. Ningún hijo mío se casará con una puta, ¿me oyes? ¡Ninguno!

Enseguida se levantó y se metió en la cocina. Juan se levanto y fue tras ella. Mis hermanas dejaron de cuchichear y me miraron como si estuviese loco.

—David, piensa mejor las cosas —dijo mi padre.

—Yo creo que lo tengo claro. Estoy haciendo las cosas para que... bueno, para poder casarme con otra mujer.

—¿Quién es esa otra mujer? ¿La puta de Migdal?—dijo mi madre asomándose a la puerta.

Nadie contestó. Yo tampoco. Mi padre meneó la cabeza. Jacob estaba muy serio. Mis hermanas se levantaron y se fueron.

—No, David. No puedo creer lo que estoy oyendo de la boca mi hijo. Un hijo responsable, bueno, honesto, que nunca hizo mal a nadie, bien visto por todos. Ahora se ha vuelto loco y no sabe lo que hace —dijo mi padre levantándose de la mesa—. No estoy de acuerdo con esa locura. No cuentes conmigo.

—Pero, papá... yo... lo siento, pero...

Mi padre meneó la cabeza. Jacob se levantó y se fue. El salón quedó desierto y me quedé solo.

De regreso pasé por mi antigua casa para ver a Hannah y los niños. Habían estado bien, aunque Raquel se había resfriado. La ropa, muy blanca, estaba tendida delante de la puerta. Hannah estaba sonriente con el pequeño Amós en brazos. Cuando nos sentamos a hablar ella se puso muy seria conmigo.

—Me dijiste que te habías enamorado de otra mujer, y lo acepté. Pero nunca pensé que esa mujer sería una prostituta —dijo ella.

No sabía que decir. Ella añadió.

—No, no puede ser que me dejes por una vulgar ramera. ¿Cómo ha sido posible? ¡Tú!

—Hannah... yo estoy enamorado de ella, no de su profesión. Además, ya lo dejó. Vamos a hacer las cosas bien y nos vamos a casar.

—Si, ya me esperaba algo así. ¿No te das cuenta? Te casas con una mujer adúltera —me dijo.

—Dios la perdonó y Jesús le sacó los demonios que tenía. Es una mujer nueva, diferente.

—No, David. Ese tipo de marcas no se borran. Tu eres un adúltero como ella. Nadie te verá con respeto si te casas con ella.

—¿Por qué nadie lo entiende?

—Eres tu quien no entiende —dijo Hannah enfadada—. A los ojos de la gente has dejado una familia por corretear tras las faldas de una ramera. ¿Dónde se quedó tu buen sentido? Eres el pelele de una puta. Debe ser muy buena en la cama para que tú babees de semejante manera por ella. Ya todo el mundo sabe ese asunto.

Me enfadé, me levanté de la mesa y le arrojé de mala manera un poco de dinero para los niños. Salí de la casa y me fui a pasos rápidos. Ni siquiera me despedí de ellos.

—¡Ojalá se te pudra y se te caiga a pedazos!—gritó Hannah desde la puerta—. Así entenderás.

Caminé hasta Migdal, ya de noche, para encontrarme con ella. Tenía ganas de verla y de arreglar los asuntos para la boda.

Entré en la casa viendo si alguien nos espiaba. La abracé y la besé en la boca.

—¿Cómo va lo de tu padre? Quiero hablar con él —dije.

—Está en Séforis, supongo. Hace años que no me llevo con él.

—Pero para casarnos es necesaria su aprobación —dije.

—No creo que te diga nada. Yo soy una mujer libre.

—Las cosas hay que hacerlas bien, María.

Ella se acercó más y me besó. Un beso largo.

—No, María. No ahora. Hay que esperar a la boda. Ufff...

Pero no me podía resistir. Ella sabía besar bien.

—Aquí no nos ve nadie.

—Nos ve Dios.

—¿Desde cuando eres religioso?

—No soy religioso, solo quiero hacer las cosas bien. Hemos pecado muchas veces y ya no quiero pecar más.

—Eres un ingenuo si crees que haciendo las cosas bien, como tu dices, la gente no te va a tratar como una vergüenza para el pueblo. Yo he cambiado, David, pero la gente me sigue tratando igual que antes. Entonces... ¿qué daño podemos hacer tu y yo juntos en esta casa esta noche?

Tenía razón, aunque yo no quisiera que la tuviera. Mi familia me rechazaba. Pero yo quería hablar con el padre de esa mujer, casarnos, hacer las cosas bien y volver a comenzar de nuevo, juntos. Muchas veces vivimos a expensas de lo que los demás piensen de nosotros, incluso en nuestra vida más íntima. Y lo peor es que nos importa lo que opinen. Sobre todo si es tu propia familia.

Bajé la guardia. Comenzamos a besarnos más y más y... acabamos en la cama, como no, una vez más. Pero con la diferencia que allí nadie nos vería. Estábamos más tranquilos, más sueltos. Teníamos toda la noche para nosotros. Recorrí cada centímetro de su piel como si fuera la primera vez. Ella me acariciaba el pecho y el abdomen.

—Sigues en forma, David —dijo.

—Ah, si. Quizás ya no sea un chaval, pero todavía estoy fuerte.

—Me gustan los hombres fuertes.

—¿No te gustaban los filósofos?

—Si, pero los filósofos fuertes me gustan más —dijo juguetona.

—Y tu sigues estando tan buena como siempre.

—No es verdad, mira —dijo tocándose los pechos—. Ya no están como antes.

—Pero a mi me gustan igual.

—¿Cómo haces para estar tan duro? —dijo tocándome los pectorales y los bíceps.

—Quizás será por darle al martillo en el astillero —me reí—. De trabajar mucho, amor.

—David... —dijo como si quisiera desvanecerse. Cogió mi mano y la llevó a su sexo—. Martillea aquí dentro.

Froté mi mano contra su sexo. Estaba húmedo y caliente. Comencé a penetrarla despacio, cuando ella me indicó que fuera más rápido y más profundo.

—Cariño, yo sé que quieres ser delicado conmigo, pero ya no soy una muchacha virgen con la que andar con cuidado. Dame más, mucho más...

—Pero es que... si lo hago como tu quieres termino pronto. Y quiero durar más... para que tu también...

—Aquí —dijo llevándome la mano a un punto en concreto de su vulva. Era un pequeño saliente, como si fuera un pene, pero mucho más pequeñito —. Esta es la llave maestra. Haz así.

Me mostró como acariciar ese punto. Me sentí incómodo porque eso no lo hice nunca con ninguna mujer. María siempre tenía algo que enseñarme y yo era un patán que no sabía hacer nada.

—No seas tan bruto. Más suave... más suave... así...

—Perdona —dije. Me sentía como un bruto haciendo bordados.

Comenzó a excitarse. Me gusta mucho cuando se excita. Me pide muchas cosas que no entiendo y comienza a gemir. Yo apenas entiendo lo que dice en ese estado, pero también me excito. Así que comencé a penetrarla fuertemente mientras ella colocaba sus piernas sobre mis hombros. Me gustaba esa postura porque llegaba mucho más adentro. A ella también parecía gustarle porque comenzó a gemir más fuerte, hasta llegar a gritar. Me sorprendió.

Dormí toda la noche junto a ella. Al terminar el acto siempre me da sueño y cansancio. Ella se acurruca en mi pecho y me habla. Yo, poco a poco, me quedo dormido sin poder procesar lo que me está diciendo.

Me levanté temprano. Me lavé con un poco de agua de una palangana, me vestí y salí hacia Séforis. 

Yo conocí a JesúsWhere stories live. Discover now