Capítulo XX Judas

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Hippos era un pueblo más o menos pequeño. En esta ciudad estaba patente la cultura griega y el hecho de ser una ciudad libre se reflejaba en la multiculturalidad de sus gentes. Tenía un puerto en el Kineret donde había algunos barcos resguardados de las olas. También había algún birreme o trirreme romano para vigilar aquellas aguas. Cerca de la zona pesquera Jesús se subió a una pequeña colina y desde allí hablaba a la gente del pueblo, que se había congregado para escucharlo. Hacía un sol de justicia, sin embargo la gente tenía buen ánimo y aguantaba bajo el sol.

Habló muchas cosas, sobre todo por parábolas que yo no era capaz de entender. Habló sobre el matrimonio, el perdón de las ofensas, el shabat, las Leyes que Dios dio a Moisés... El grupo de las mujeres era el que más devoción mostraba a sus palabras. Quizás sea porque las mujeres son muy emocionales y usan menos la razón, como nosotros, los hombres. No lo sé. ¿Podrían pensar que Jesús era un hombre atractivo, sobre todo las solteras? Ciertamente que lo era. Alto, fuerte, con el pelo por cerca del hombro de color oscuro como sus ojos, oscuros y profundos, de los que hipnotizan, una barba cuidada, la piel morena y la ropa siempre limpia y arreglada, a pesar de no tener ya esposa. Hacía las cosas de la casa como cualquier mujer, y no le pesaba. Al contrario, siempre me dijo que no está bien cargar a las mujeres con las fatigas domésticas y los niños mientras nosotros descansábamos. Con esas cualidades cualquier mujer estaría dispuesta a casarse con él. Al menos, en aquel momento, eran las reflexiones que me hacía.

Los hombres mostrábamos mayor racionalidad, aunque muchos también creían en él. Yo no entendía sus parábolas y después de escuchar una me quedaba como antes. Creía que era el más tonto de todos, pero, en serio, no entendía absolutamente nada, cosa que callaba para no ponerme en evidencia.

No se cuánto tiempo estuvimos bajo el sol, pero a mi se me pareció eterno. Por fin, la sesión llegó a su fin. El grupo se puso en movimiento, de nuevo, hacia el sur.

-¡Hombre, David, tú aquí! -dijo Jesús agarrándome del hombro desde atrás. Me volteé.

-Ah, si... -dije tímidamente rascando la cabeza.

-Tengo un encargo para ti. Pararemos en Senabris para dormir esta noche. Vete delante para preparar posada y lugar donde cenar. Hoy vamos a cenar bien.

-¿Para cuántos?

-Pues mira: deberás contar cuántas mujeres del grupo que se quedarán, y luego los discípulos de siempre.

-Los apóstoles...

-Y los que vienen siempre, los de aquel grupo -dijo Jesús interrumpiendo y señalando a un grupo de hombres.

-Enseguida -dije. Me dispuse a contar a los hombres del grupo, los apóstoles y las mujeres que se quedaban. Hay mujeres que siempre le siguen, aunque tengan que hacer cosas en casa, supongo, pero otras tienen que irse a sus casas a atender a sus maridos e hijos. En el grupo vi a María.

-Tu te quedas, ¿no?

-Sabes que sí, David. Soy una incondicional de Jesús -me respondió ella.

Había un hospedaje bastante grande, entré y hablé con el posadero. Le pregunté si sabía de algún local donde pudieran pasar la noche cerca de cien personas, al menos. El hombre quedó perplejo y me dijo que no tenía sitio allí para tanta gente, pero que saliendo por el Jordán hacia el sur había un gran escampado, no muy lejos de allí. Era el lugar donde acampaban las caravanas grandes. Había cobijo, lugares para las bestias y una explanada donde montar las tiendas. Le pregunté también si sabía donde podían comer todas estas personas. Dijo que allí mismo él podía servir pescado recién capturado y pan, pero que tendría que contratar cocineros y comprar panes. Le dije que sería para la cena y el me dijo que sí. Se lamentó de tener la posada vacía desde hacía días y que, gracias a Dios, hoy tenía clientela abundante. Después de cenar iríamos a la explanada que no queda lejos del local. En ese momento me pareció una buena idea.

Yo conocí a JesúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora