How to rehab when you're broken

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— Espero que este no sea mi último lugar con vida, Noshimuri.

El lugar al que Adam me estaba llevando no parecía un templo de rezo, en lo absoluto.
Habíamos pasado por un par de puertas enormes de color oro, con imágenes de hombres moldeadas a la perfección, luego seguimos caminando a través de un larguísimo tramo de arena aplanada y a los lados, una escena tipo Karate Kid 4 se presentó ante mi: pasto de un verde brillante a causa del Sol de Hawaii, hombres que paseaban sin inmutarse por nuestra presencia mientras otros, tanto con sables y a puño limpio, peleaban sin lastimarse tampoco, otros estaban sobre rocas en un solo pie y los ojos cerrados. Era un campo abierto a excepción de ese mismo camino color crema por el que andábamos mi compañero y yo.

— Yo llevé a Kono a otro templo— habló Adam, suspirando al final y alargando sus pasos por delante de mí. Era fácil quedarse atrás cuando estabas embelesada con el recinto—. Decidí traerte aquí por lo que representa, y porque la ayuda de aquí será...mejor.

— ¿Me vas a enseñar a hacer la grulla? ¿Kata quizá? ¿Llamarte Sensei Adam y yo Charlie-San?

El rió y sus ojos se hicieron una fina línea, a lo que continuó guiándome hasta que un salón se alzó frente a mi. Igual de majestuoso, con el mismo diseño de las puertas de la entrada principal pero la diferencia era que, al poner un pie dentro, había varios hombres hincados en todo el suelo, con un cuadro al frente al que parecían ver, aunque no como algo simple, sino como si se tratase de algo importante, poderoso. Todo era iluminado por antorchas a los costados y el piso estaba alfombrado, por esa misma razón nos habíamos quitado los zapatos al entrar.
Seguimos por el camino central hasta que un hombre, con claros rasgos asiáticos, se acercó a nosotros con unas telas gruesas pero no tan largas.

— ¿Me van a...? Me están vendando los ojos— murmuré, algo inquieta y con las palmas de las manos siempre extendidas.

— Tranquila jaja— se burló Adam, poniendo una de sus manos sobre mi hombro izquierdo, dirigiéndome a caminar justo detrás de él—. Todo esto es parte de lo que tengo planeado para ti, ¿sí?

— No me van a hacer el harakiri, espero— bromeé, o lo intenté al menos, porque mi voz salió titubeante.

— No creo.

— Menos mal.

— Te vas a colocar unas pantuflas simples, luego vamos a seguir avanzando y nos detendremos. Espero no sientas frío, en caso de que si, solo dilo.

Asentí no muy convencida después de introducir mis pies en el suave calzado, todavía privada de la vista y tanteando el camino con los pies, con la guía corporal de Adam que seguía riendo por mis reacciones instintivas.
Justo como lo mencionó mi compañero, llegó un punto en el que el frescor me erizó los vellos de los brazos. Era agradable después de todo el calor en el centro de la isla; los sonidos cambiaron y me vi inmersa en cantos de pájaros lejanos, en un danzar de lo que parecían ser árboles, en el pisar de las hojas que crujían al contacto con nuestro andar. Y también me quitaron la venda, lo que me relajó todavía más fue el hecho de que, como lo sentí, estábamos con la cara viendo hacia un bosque de árboles altísimos, con el suelo limpio y despejado, como si la tierra simple fuera piso por lo perfectamente plano que lucía. Detrás de nosotros estaba un porche de una blanca madera suave, con el techo del final del primer edificio al que habíamos entrado.
El hombre que me vendó estaba hablando en japonés, por lo que Adam era mi traductor oficial.

— Este es un ritual antiguo en el que pintaremos los jarrones que están sobre la mesa: nos acomodaremos en los bancos y ahí estarán los materiales que son necesarios, ¿sí?

Alcé una ceja y sonreí con cautela.

— ¿Es todo?

Noshimuri volvió a soltar una pequeña risa al tiempo que llevaba a cabo la instrucción anterior, y yo lo seguí.
En el porche, sobre la madera, estaban tres bancos también de madera, con un cojín pequeño para sentarnos, y al frente una mesita delgada y apenas con unos 30 centímetros más altas, tenían un espacio rectangular como una caja sin tapa superior, donde estaban cuatro pinceles y pequeños recipientes con agua, además de trapos cuadrados. Los frasquitos tenían pintura, que fue con lo que le dimos rienda a la imaginación.

RevengeWhere stories live. Discover now