ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 9

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ᘛᘚ

—Voy a necesitar mucho jabón, supongo, y almidón, y un par de tinas más. Madison marcó los artículos con los dedos mientras se paseaba frente al mostrador de Erwin. Había entrado muy apresurada en la tienda, con Annie en sus brazos; ansiosa por su nueva empresa en marcha. La perspectiva de la planificación de su propio destino era aterradora pero emocionante, al mismo tiempo. — Ah, y voy a tener que hilar más tendederos. Creo que voy a tener que conseguir un par de esas pesas de oro también, ya que empezaré mañana. Se detuvo entonces y consideró tanto a Mike como a Erwin. Se dio cuenta de que ella era la única que hablaba, y una alarma sonó en su cabeza. Al hacer sus grandiosos planes se había olvidado de que a los hombres no les gustaba que las mujeres pensasen por sí mismas. — Es decir, si tú estás de acuerdo con esto. Todavía me encargaré de las tareas de arriba.

Erwin se encogió de hombros con indiferencia. — No me importa lo que hagas con tu tiempo, siempre y cuando mantengas tu trato conmigo. - Tomó un sorbo de una taza de café blanca y gruesa, y luego comenzó a acumular pastillas de jabón amarillo delante de ella en el mostrador. 

—Puedo hacer ambas cosas, se apresuró a asegurarle. — Podré cocinar y lavar para ti, y hacer esto, también.

—Entonces, haz lo que quieras. 

Madison puso a Annie en su hombro. — Tal vez debería tener un cartel pintado. Ya sabes, para que la gente sepa que estoy aquí "LAVANDERÍA DE LA SEÑORA SMITH", o algo así. ¿Son caras las señales? - Era una pregunta tonta, se dio cuenta — todo en Yukon era caro. 

Erwin alzó una caja de quince kilos de Almidón al mostrador. — No necesitas una señal. Puedo prometer que no te faltará trabajo. Una vez la palabra se extienda, estarás enterrada bajo una pila de ropa sucia. 

Su tono tenía ese toque frágil tan extraño que ella ya había oído una o dos veces antes. 

No le gustaba la idea. Lo notaba en su voz y en la expresión pétrea de sus ojos. Ni siquiera creía que a Mike le gustase — le había enviado una mirada prohibitiva a Erwin aún más imponente que la dura expresión en blanco de su amigo. Pero al menos, Erwin no se había opuesto abiertamente, y se había ganado la confianza suficiente como para que ella supiese que no estaba simplemente esperando a quedarse a solas con ella para estallar en una furia hirviendo. 

En ese momento, Annie comenzó a demandar su comida de la tarde, y Madison dio la bienvenida a su oportunidad para escapar. — Oh, Dios mío, voy a tener que volver luego a por todo. 

—Lo pondré todo debajo de las escaleras para ti —dijo Erwin con una sonrisa.

El último pensamiento de ella fue que era el hombre más complejo que había conocido en su vida.

Erwin vio a Madison salir, y oyó el crujido de su falda de percal, rozando el marco de la puerta. Se había producido un cambio abismal en esa mujer que acababa de salir por la puerta, y la muñeca de trapo silenciosa y aterrorizada que había conocido hacía tres semanas. Todavía estaba demasiado delgada, pero su ropa nueva ayudaba a ocultar eso. 

Con no poco esfuerzo, Mike estiró su largo cuello cadavérico en la silla de respaldo recto que ahora tomaba el lugar de la mecedora. Erwin podía oír su respiración de nuevo. 

— Casi me había creído que tomé la decisión correcta al darte a Madison y a su hija, para que las protegieses. - Expreso caminando hacia el mostrador, sacó un pequeño frasco de plata del bolsillo interior de su chaqueta, y tomó un sorbo de él. — Admito que ahora me pregunto si hice lo correcto.

𝙻𝚊 𝚂𝚎ñ𝚘𝚛𝚊 𝚂𝚖𝚒𝚝𝚑 | Erwin SmithWhere stories live. Discover now