ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 19

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Entre sus bazos Madison se sintió segura, eran tan grandes que la cubrían como coraza, podían moverla a su antojo. Dándose cuenta que las sabanas estaban enredadas en sus piernas, dejándolos expuestos. Con nerviosismo las tomo cubriéndolos, y regresando a los brazos de el.

Él se río entre dientes. Era un sonido pleno y satisfecho que reverberaba bajo la oreja de ella. — Esto supera con mucho la sensación de abrazarse a ese maldito saco de arroz. 

—Sí, es cierto - admitió ella con una sonrisa. Su corazón rebosaba de tanta emoción que deseó tener el valor de decir más, para decirle lo mucho que lo amaba.

La sonrisa de Erwin floreció en una carcajada. — Eres un tipo diferente de mujer, Madison —dijo, repitiendo el cumplido que una vez le había pagado. Apretó sus brazos alrededor de ella. — Ojalá te hubiera conocido años atrás, cuando era más joven.

Ella se echó a reír ahora, también. — Ah, sí, ya veo que eres un viejo.

La diversión desapareció de su voz. — No viejo, supongo. Pero ya no soy un ingenuo. No asumo que todo saldrá bien sólo porque quiero que así sea.

Madison tuvo la inquieta y clara sensación de que estaba hablando sobre ellos, y no quiso forzar la conversación. Nunca había sospechado que la cama de un hombre pudiese ser un lugar para que dos seres humanos pudiesen unirse y entregarse en cuerpo y alma. Todo parecía tan perfecto que tenía miedo de hacer preguntas y romper el hechizo que les rodeaba.  

Su futuro era un misterio. Tenían que hacer frente al mañana, y los días venideros y ella no sabía lo que éstos podrían traer. Por el momento, se sentía feliz ahí tumbada, con sus brazos sosteniéndole cerca de su ardiente cuerpo.

Erwin sintió suspirar a Madison. Sus extremidades suaves enredadas con las suyas, y su cabeza encajada perfectamente en el hueco entre su cuello y su hombro. Este... este sentimiento de plenitud, de unir los corazones y los espíritus en lugar de solamente los cuerpos, era justo lo que había añorado. Y la mujer cálida y generosa que yacía junto a él era quien se lo había dado.

Aquello levantó su corazón, echando el infierno que solía habitarlo, fuera de él. Se quedó mirando hacia el techo de madera oscura. Tenía que tomar varias decisiones.

¿Pasaría otro invierno en Dawson? Y si lo hacía, ¿Iba a mantener a Madison y a Annie con él? El dinero no era el problema — ya había hecho lo suficiente para comprar la tierra que quería. Tendría que tomar una decisión pronto. Septiembre estaba cerca y el invierno llegaba temprano a Yukon.

Pero con Madison acurrucada en su hombro, le dio un beso en la frente y tiró de la piel de lobo sobre ellos. Disfrutando de la paz y la alegría que habían sido ajenas a él durante la mayor parte de su vida, dejó que sus ojos se cerrasen.

No tenía que tomar ninguna decisión esa noche.

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Para el alivio de Madison, Annie siguió mejorando en los próximos días. Su erupción había comenzado a pelarse como una quemadura, pero el doctor Grisha dijo que era parte del proceso de recuperación. Afortunadamente, ni ella ni Erwin mostraban signos de haberse contagiado con la Fiebre Escarlata.

Después de su noche de amor, Madison sintió un cambio en su relación con Erwin. Debido a que ella se quedaba arriba para cuidar de Annie, se dio cuenta de que él de pronto había encontrado una serie de razones por las que subir a la habitación. Afirmaba estar buscando un libro de contabilidad, o una navaja en particular, o un afilador. Una vez hasta se llevó el saco de arroz, declarando que tenía un comprador para él. Ella sospechaba que su verdadera intención era garantizar que no iba a ser utilizado de nuevo como una barrera entre ellos en la cama.

𝙻𝚊 𝚂𝚎ñ𝚘𝚛𝚊 𝚂𝚖𝚒𝚝𝚑 | Erwin SmithWhere stories live. Discover now