Capítulo 25

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Me negaba a leer a Marie Kondo, pero no me venía mal ponerme a ordenar un poco mi cuarto. Siempre había sido una persona desordenada y rara vez era capaz de mantener mi espacio limpio. Me había resignado a vivir en el caos, pero aunque estaba seguro de que no iba a ser nunca un maniático del orden, poner unos límites parecía razonable.

Aproveché para vaciar el armario y sacar la ropa que ya no me servía o la que estaba demasiado vieja. Supuse que lo mejor sería donarla o regalarla, pero eso ya lo vería llegado el momento. Después revisé los cajones del escritorio y me di cuenta de que tenía muchas cosas que no había usado en los últimos... ¿meses? ¿años?

Metí todo lo que consideraba inútil o que no había tocado desde ya ni me acordaba en bolsas para reciclar o tirar. También revisé los libros que había comprado pero que sabía que no iba a leer y los puse a un lado. Seguramente a Paula le interesarían algunas de las novelas y así podría aprovechar para darles un nuevo hogar.

Nunca me había parado a pensar que recoger y cribar cosas pudiera llevar tanto tiempo. Para cuando volví a ver el reloj, ya había pasado el mediodía y me había olvidado totalmente de la hora de comer.

No sé muy bien cómo ocurrió, pero, intentando no golpearme con nada, me tropecé con la pata de la cama y me caí. Y tirado en el suelo de mi cuarto, mis ojos se cruzaron con una caja de cartón que había guardada debajo. Oh, no —exclamé para mí—. Me había olvidado totalmente. Bien pensado, tal vez era el momento adecuado para abrir la caja —o más bien, el cajón— de mierda.

En aquel cubículo de cartón había metido todas las cosas que me recordaban a Héctor, simplemente porque no había tenido el valor de tirarlas. Pasé por unos días de auto-flagelación, en la que la abría, me lamentaba y la volvía a guardar. Al final, la cerré con cinta de embalar para recordarme que no debía estar mirando aquello. Supongo que la estrategia fue un éxito, porque ni recordaba que lo tenía ahí hasta hacía unos instantes.

Fui a por las tijeras y la abrí con algo de miedo. Prácticamente no recordaba qué había dentro, salvo un par de cosas. En una esquina, había una pila de fotos, las pocas que habíamos imprimido juntos; en otra, unas notitas de amor. Héctor solía escribirme cosas bonitas al principio y me las iba dejando en mi mochila, en mis libros...

Los comienzos siempre son como sacados de un cuento de hadas. El nuestro, concretamente, fue una peli norteamericana: Nos cruzamos un día en la escuela de idiomas, por los pasillos. Por aquel entonces yo llevaba fatal el francés de la universidad y necesitaba clases de refuerzo, por lo que me metí ahí para ahorrar algo de dinero. Héctor iba a mi clase, aunque estaba estudiando francés porque se quería ir de erasmus a París. El primer día nos sentamos juntos y nos fuimos a tomar un café al salir. Conectamos en seguida. Resultó ser un chico sensible y simpático. Le gustaba escribir poesía y tenía una extraña fascinación por las películas de stop motion. Me atrajo desde el primer momento, pero no me atreví a decirle nada.

Lo que sí hicimos, fue intercambiar los números de teléfono. Estábamos todo el día conectados, enviando mensajes sobre cosas estúpidas: qué íbamos a comer, cuándo entrábamos en la uni, si íbamos a ver una peli... Me gustaba tener a alguien cerca. Alguien con quien compartir cosas sin que me juzgara. Poco después, cogimos la costumbre de quedar antes de clase para tomar algo. Había tensión, pero ninguno de los dos se atrevía a lanzarse. La cosa se volvió más obvia cuando empezamos a visitarnos de facultad a facultad. Él estaba estudiando ADE en la de al lado y nos coincidían un par de huecos libres en los horarios. Así estábamos, todo el día juntos.

Ojeé las notas sin mucho interés, aunque una de ellas hizo que me pusiera rojo. Me acordaba perfectamente de aquel día. Había aparecido antes de mi clase y había dejado un paquetito encima de mi mesa antes de salir corriendo. Pablo y Paula se dieron cuenta y me estuvieron vacilando un buen rato, pero el detalle fue bonito. Había puesto dentro unas trufas de chocolate y una nota que decía. "No quería molestar, pero espero que te alegre el día". Y me lo alegró. Mucho.

Falling On Stream [Falling #1]Where stories live. Discover now