28 de octubre.

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Cuando dieron las dos de la mañana, el Superintendente de Los Santos salió de la habitación de Trujillo con la información que necesitaba y la sangre en sus manos.

Luego de la persecución de hacía unas horas, Gustabo y Conway se dirigieron como alma que lleva al diablo al hospital más cercano, para que trataran a Trujillo y evitaran que muriera desangrado en ese momento, porque aunque el capullo mereciera irse al infierno, todavía lo necesitaban en este lado de la calle, por lo que Gustabo se vio obligado a tragarse el orgullo y llevarlo de todas formas a la camilla que los médicos le indicaron.

 — Qué-- Qué cojones, Conway, porque parece Carrie-- no me joda que se lo ha cargado.

Espetó incrédulo al mismo tiempo que se levantó de una silla. Las manos de Conway estaban manchadas de sangre, impregnadas de un color vino que parecía un puto tatuaje. Instintivamente volvió a levantar la mirada hasta los ojos del hombre más alto, visualizando en el proceso lo perturbados que se veían, propio de un militante. Sin él quererlo, tragó duro, incómodo ante esa mirada que parecía ser capaz de matar con solo su roce.

— Conway, no me ignore, ¿Qué coño ha pasado ahí dentro?

Añadió, observando como el moreno pasaba de largo y encendía la radio del hombro para avisar de algo. 

Gustabo, con la boca entreabierta y el ceño fruncido, no supo si debía de seguirle o no, porque paralelamente a la duda, tenía la necesidad de darse la vuelta y mirar preocupado la puerta de Trujillo, que estaba cerrada cal y canto y resguardando el secreto que solo ahora Conway sabía.

Sin embargo, con un suspiro angustiado, vislumbró, a lo lejos, como una muchedumbre de médicos se acercaba desde el final del pasillo hasta pasar de largo y entrar apresuradamente a la habitación de Trujillo. Se quedó unos segundos siguiéndoles con la mirada, petrificado en el sitio y pensando en todas las posibilidades que se le ocurrieran para no tener que inculpar al Superintendente de homicidio. No obstante, al cabo de un rato, no continuó dudando y se armó de valor, se giró y alcanzó finalmente al Superintendente a base de grandes zancadas. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, escuchó lo siguiente:

— Quiero a cinco agentes del CNI custodiando la habitación de Trujillo San las veinticuatro horas del día ya, también que se me notifique de todos los médicos y enfermeros que entren y salgan de la habitación, quiero sus nombres y apellidos. No quiero que nadie entre a menos que yo lo autorice, y no quiero ni una puta excepción, esto incluye altos cargos, funcionarios del estado e inclusive personal médico, ¿Queda claro?

Preguntó y, sistemáticamente, todos los que estuvieron de servicio en ese momento respondieron afirmativamente. Gustabo arrugó la nariz, ya que no entendía qué estaba pasando ni porqué ahora Trujillo estaba bajo máxima protección. 

¿Qué ha coño ha sucedido ahí dentro? Se suponía que solo era un maldito interrogatorio. Pensó mientras se frotaba los ojos, demasiado cansado para toda esta mierda. Suspiró exasperado.

— Conway, ¿Qué coño está pasando?

Volvió a preguntar, perdiendo la paciencia. Conway, por otra parte, solo lo miró momentáneamente y, como si nada estuviera pasando, volvió a emprender camino. Gustabo abrió los ojos desconcertado, levantó los brazos indignado, exhaló el aire que se le había quedado en la garganta y finalmente chasqueó la lengua con rabia. Quería gritar y a lo mejor hasta darle un puñetazo por estar haciéndose el misterioso en un momento como ese, sin embargo, se contuvo y volvió a tragarse el orgullo, apretó las manos en dos puños y siguió a regañadientes al Superintendente. 

Por otra parte, los médicos que se encontraron por el camino, clavaron su mirada en el impotente poste de Conway, más preocupados por la sangre que tanto él como Conway tenían en la ropa, que en la seriedad que irradiaba el rostro del Superintendente. Gustabo le seguía como podía, porque estaba caminando demasiado rápido para su gusto, como si tuviera realmente prisa de llegar a dónde sea que tuviera pensado ir. Luego de unos interminables segundos en silencio, donde apenas escuchó sus pasos, lograron salir de las instalaciones.

Until the end | Intenabo AUWhere stories live. Discover now