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Un suspiro de cansancio salió de sus labios a la vez que se dignaba a colgar las prendas de ropa mojadas que acababa de limpiar, con la intención de que las mismas se secasen. Seguido a ello, vistió su parte baja, cubriendo sus bóxers con un pantalón cómodo que utilizaba de pijama, aunque difícilmente lograría conciliar el sueño ahora. Es más, se había perdido toda la mañana limpiando y atendiendo a la mujer soberbia del bar; mujer que ni siquiera conocía, luego de que la misma se hubiese desmayado en sus brazos hace tan sólo unas horas.
— Listo.— Una voz femenina le sacó de sus pensamientos, ocasionando que se girara en su dirección. La muchacha yacía sobre el marco de la puerta, descansando su cuerpo sobre éste y observándole con una diminuta sonrisa.
— ¿Cómo está ella?— Cuestionó un tanto preocupado, terminando de abrocharse el pantalón.
— Quédate tranquilo, está descansando.— Aseguró, cruzándose de brazos.— Por cierto, la he vestido con una de mis batas y puse sus prendas sucias para lavar. Se sentirá más cómoda.
— Gracias.— Ella asintió, soltando una pequeña risa ante el rostro apenado que había puesto el moreno luego de agradecerle.— Lamento haberte molestado con esto tan temprano, Nami.
— No te preocupes.— Se encogió de hombros, restándole importancia.
Él cedió al cabo de unos segundos, agradeciéndole igualmente una vez más y despeinando sus propios cabellos mojados, para luego dirigirse hacía la cocina, no sin antes dejar un casto beso sobre la frente de la muchacha a modo de agradecimiento, siendo seguido por la misma hacía la cocina; quién todavía mantenía cierta curiosidad consumiéndole por dentro al ver con sus propios ojos la preocupación del ajeno por la mujer desconocida.
Sus largas pestañas se abatieron con curiosidad hacía la figura del muchacho frente al congelador, relamiendo sus labios con indecisión acerca de si debía o no preguntar por esa mujer y lo ocurrido realmente. Y es que Luffy no había dicho mucho de hecho, simplemente había llamado pidiendo por su ayuda y, como buena amiga que era, no se permitió el negarse. Porque sí, a los ojos del moreno, ella no era más que eso. Y lo sabía. Sabía que ya no era la mujer por la cuál él suspiraba y anhelaba ser correspondido. Después de haberle rechazado crudamente hace unos años atrás, se había convertido en sólo eso. Una buena amiga.
— ¿Te quedas a almorzar?— Ofreció, dirigiendo su mirada hacía la joven de cabellos naranja. Ella se sobresaltó, negando con seguridad.— ¿No? ¿Segura?
— No, está bien, gracias. Comeré algo de camino.
— He mejorado.— Aseguró elevando sus cejas y apuntándose a sí mismo, aunque ni siquiera él se lo creía verdaderamente.— Lo juro.
— Tengo mis dudas.— Bromeó tras una risilla, causando que el otro se carcajeara.— Pero lo comprobaré la próxima vez.
— Quedarás con la boca abierta.— Alardeó y ella se mofó, cruzándose de brazos.
