38. Recuperar a la chica

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Los domingos por la tarde debería estar prohibido hacer cualquier otra cosa que no sea tumbarse en el sofá y ver una película atiborrándote de palomitas.

Sin embargo, aquí estoy yo, a menos de una semana para Nochebuena y preparando la programación de clases de los últimos cuatro días que voy a estar trabajando como voluntaria en la asociación. La verdad es que me da un poco de pena despedirme de todos esos niños a los que he estado ayudando durante medio año, pero sé que lo viene después merece la pena. No obstante, pienso despedirme por todo lo alto, así que durante los próximos días estaremos haciendo actividades divertidas, como karaoke, juegos de mesa y muchas cosas más, todas en castellano, por supuesto. No me he olvidado de cuál es mi objetivo, por mucho que vaya a pasarle el testigo a otra persona.

- ¿Qué coño...?

Estoy sentada en el escritorio, que está situado en la pared opuesta al pasillo, y la puerta de mi habitación se encuentra cerrada a mi espalda pero, aun así, escucho la música con total nitidez.

Se me escapa una carcajada porque realmente no me puedo creer que Elías esté escuchando Taylor Swift. Y no cualquier canción de Taylor Swift. Mi hermano está poniendo mi canción favorita, Mine, como si le fuera la vida en ello.

Me debato entre quedarme y continuar cumpliendo con mis obligaciones o levantarme e ir directamente a reírme en su cara. Porque, siendo sincera, por muy insistente que yo sea con esa cantante, nunca me imaginé que Elías podía sucumbir a semejante vicio.

Al final decido quedarme donde estoy, aunque solo sea por ahorrarle el mal rato de admitir que Aerosmith va a tener que compartir lista de reproducción con Taylor Swift.

No obstante, cuando la canción se acaba y vuelve a empezar, ya no puedo aguantarme más. Me levanto y recorro el corto espacio que separa nuestras habitaciones con una sonrisa maliciosa dibujada en mi cara. Ni siquiera me molesto en llamar.

- ¿Se puede saber qué narices haces en la ventana? – le pregunto en cuanto abro la puerta, ya que lo primero que llama mi atención es que mi hermano tenga la cabeza asomada por la ventana en pleno diciembre.

- Ven aquí – se limita él a contestarme, haciendo gestos con las manos para que me acerque a su lado.

Mi cabeza no encaja los detalles hasta que lo ve ahí parado, abrigado con un gorro de lana que esconde sus rizos rubios y apoyado en un todoterreno verde oscuro con las ventanillas bajadas.

La música no salía de la habitación de Elías, sino del coche en el que ha venido Gael.

- ¿Tú también lo ves?

Mi hermano suelta una carcajada que me da a entender que estoy loca por hacer esa pregunta, cuando la verdadera locura es que Gael está aquí, en mi casa, reproduciendo Mine en bucle desde los altavoces de un todoterreno.

Nos quedamos un rato en silencio observándolo, aunque no sabría decir si son segundos o minutos, hasta que Gael repara en nuestra presencia.

Su mirada sube desde la puerta, que obviamente está en la planta principal, y nos encuentra a los dos asomados en una ventana del segundo piso. La escena tiene que ser graciosa, cuanto menos, pero él se limita a sonreír y saludar con la mano.

Siento un pequeño pinchazo en el pecho, porque hacía mucho tiempo que el chico de ojos verdes no me dedicaba una sonrisa sincera, y no me había dado cuenta hasta este momento de lo mucho que lo echaba de menos.

- ¿Vas a bajar a ver qué quiere o ...? – mi hermano se gira para mirarme y la sonrisa divertida que tenía abandona su rostro -. ¿Quieres que vaya yo y le diga que se marche?

InevitableWhere stories live. Discover now