II. Noche prohibida

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E S C L A V O

II. Noche prohibida

Pasaron dos meses completamente normales en el reino de Gales.

El príncipe atendía asuntos con su padre con mayor frecuencia y se divertía con actividades al aire libre con su compinche Poins, mejorando su destreza en la esgrima, mientras que el Cazador había ganado la fama de ser huraño y poco amistoso, incluso con los otros sirvientes; lo que había malinterpretado la mayoría, alejándose de él cada vez que entraba a una habitación.

Para el cazador era una afición seguir atrapando pequeñas criaturas para pedirle a las cocineras que las prepararan, quienes miraban horrorizadas pájaros degollados o liebres desolladas. Las quejas no tardaron en llegar a oídos del rey, quien sin duda se dirigió a Hal para exigirle que controlara a su esclavo.

—La servidumbre no soporta sus comportamientos primitivos —le había objetado durante una de las portentosas comidas veraniegas. —Debe comer junto al resto, en la mesa.

—Yo no veo problema en que pida que cocinen lo que caza —respondió Hal tomando de su copa. —Finalmente es una boca menos que alimentar con nuestro dinero

—No se trata de si le cuesta a la corona, se trata de disciplina. El castillo funciona porque todos los súbditos obedecen; si se le da un trato preferencial, creerá que tiene inmunidad ante nuestras demandas.

—Padre, estoy seguro que un par de codornices y liebres muertas no lo volverán un rebelde al trono.

—Insisto, debes esclarecerle su lugar antes de que traiga problemas. Si tanto le gusta cazar, que se vuelva parte de los exploradores entonces y que traiga comida para todos.

Hal bebió de su vino, meditando. Si alguien tan callado y misterioso traía esa clase de quejas, no se imaginaba si fuera más abierto sobre sus ideas. Aquel montaraz no había hablado con él sobre su trato especial, pero la idea de su padre no le desagradó. Si lo incluía en un equipo de exploración, podía entonces meter presión para que se decidiera a obtener sus armas... Y solo había un precio pactado para eso.

Cuanta responsabilidad reside sobre un solo nombre y cuantos caprichos tiene el lujo de cumplir.

El príncipe de Gales estaba consciente de lo que ofrecía; no solo un trato extremadamente tentador, sino algo más personal: entregar su virginidad al cazador. Cierto era que había fornicado con hombres y mujeres, pero a él jamás lo habían poseído, una parte de su cuerpo permanecía inexplorada, cosa que el cazador desconocía.

Terminó su copa de vino con una sonrisa maliciosa.


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—¿Mandó llamarme, Majestad?

El príncipe sonrió para sus adentros al escuchar la profunda voz del cazador a sus espaldas.

Estaba en el salón de armas esta ocasión, revisando algunos ejemplares de la época de su bisabuelo, girándose hacia el hombre y levantando su barbilla, orgulloso.

—El rey me ha pedido que me comunique contigo sobre un asunto que aqueja a nuestra servidumbre —respondió, mirando hacia los guardias de la entrada. —En privado.

En seguida los escoltas asintieron, saliendo del reciento y cerrando detrás de ellos.

—Has estado llamando la atención en la cocina —comentó con diversión. —Ya sabes, tus presas.

Esclavo [Hiddlesworth AU, Hal x Eric] R+18 COMPLETAWo Geschichten leben. Entdecke jetzt