Capítulo 2

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- ¡Papas fritas! -

Una vocecita aguda hizo que frenara mi bicicleta.

Vi a una niña de aproximadamente mi edad que estaba tirada en el pasto. Al parecer, se había caído de uno de los juegos del parque.

Quise seguir mi camino, pero cuando intentó levantarse, vi que sus rodillas estaban sangrando. Tenía una expresión de que estaba aguantando las ganas de llorar.

Me acerqué.

- ¿Estás bien?

- No. - Me respondió mientras se agachaba para soplar sus rodillas.

¿Y ahora? ¿Qué debía decir o hacer? Solo tenía nueve años. ¿Qué se debía decir en estas situaciones?

- ¿Quieres que llame a mi mamá? Ella siempre cura personas.

- No. - Respondió sin mirarme

- Pero estás sangrando.

- No. - ¿Acaso esta niña estaba loca? Estaba sangrando, yo podía verlo.

Al parecer lo único que sabía decir era "No" y eso estaba comenzando a irritarme. Tenía cosas que hacer, ya que había quedado para jugar en la casa de Samuel y debía cumplir mi deber.

- Bueno, niña, adiós.

Estaba a punto de arrancar mi bicicleta cuando pude oír su vocecita de nuevo.

- No puedo pararme, me duele. Quiero a mi mamá.

- ¿Dónde está tu mamá?

- En mi casa.

- ¿Y dónde está tu casa?

- Por allá a cuatro cuadras.

Era en la dirección contraria a la de Samuel.

Me quedé mirando el suelo, pensando en que debía hacer. De pronto la niña levantó su cabeza y me miró fijamente, sus ojos avellanos estaban cubiertos por cristales. Las lágrimas que estaba reprimiendo estaban a punto de estallar.

Me quité mi casco.

- Bueno, yo me quedaré con las rodilleras, pero tú ponte el casco, no tengo otro. Al menos estaremos la mitad protegidas

- No entiendo.

- Te llevaré a tu casa, apúrate. - Estiré mi mano para ayudarla a levantarse, la vi dudar unos segundos y rodé mis ojos. Estaba perdiendo la paciencia. - ¡Ya niña!

Una electricidad recorrió por todo mi brazo, apenas sus dedos tocaron los míos. Era una sensación como de calambre así que solo agité mis brazos para que pasara.

- Ponte el casco. – La ayudé a subir en la parte de adelante de mi bici.

Cuando arranque trague saliva, jamás había llevado a alguien en mi bici, así que lo estaba dando todo para no tener un doble accidente y quedar como una tonta frente a la niña. El camino fue muy cansado, mis piernas se estaban sobre exigiendo y apenas podía pedalear.

- ¿Mira niña, vez la casa azul de allá? Es mi casa. - Cruzamos por una calle donde había una avenida y desde ahí se podía apreciar mi casa, era muy linda, yo había elegido el azul y me gustaba decirle a todos.

- Paula.

- ¿Ah?

- Mi nombre es Paula.

- Mi nombre es Marte.

- ¿Cómo el planeta? - Su voz chillona subió dos tonalidades más arriba y esa curiosidad que emanaba me hizo rodar los ojos, seguro haría uno de esos chistes sobre ovnis y marcianos de los cuales no me dejaban en paz en la escuela.

Descubriendo a MarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora