24. El hermano de Percy y Presley.

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La puerta estaba medio escondida detrás de una cesta de la lavandería del hotel llena de toallas sucias. No tenía nada de particular, pero Rachel les señaló dónde debían mirar y, a duras penas, distinguieron el símbolo azul, apenas visible en la superficie de metal.

—Lleva mucho tiempo en desuso —observó Annabeth.

—Bueno, no hay mucha gente a la que le emocione entrar en un laberinto que puede dejarte al otro lado del país o, más divertido aún, que puede matarte —habló Presley, entonces miró a Rachel—. Con la excepción de nuestra querida amiga de allí.

—Lo de amiga dilo por ti —masculló Annabeth.

—Vamos, Annie —murmuró Presley—. Que sea mortal no la hace menos... es decir, al menos ella puede guiarnos por el laberinto.

—Eso ya lo veremos.

—Traté de abrirla una vez —habló Rachel, interrumpiéndolas cuando Percy le hizo una seña—. Por simple curiosidad. Está atrancada por el óxido.

—No —Annabeth se adelantó—. Sólo le hace falta el toque de un mestizo.

En efecto, en cuanto puso la mano encima, la marca adquirió un fulgor azul y la puerta metálica se abrió con un chirrido a una oscura escalera que descendía hacia las profundidades.

—¡Wow! —Rachel parecía tranquila, aunque ninguno estaba seguro de si fingía. Se había puesto una raída camiseta del Museo de Arte Moderno y sus vaqueros, decorados con rotulador. Del bolsillo le sobresalía el cepillo de plástico azul. Llevaba el pelo rojo recogido en la nuca, todavía con algunas motas doradas. En la cara también le brillaban algunos restos de pintura—. Bueno... ¿pasan ustedes delante?

—Tú eres la guía —replicó Annabeth con burlona educación—. Adelante.

—Lo peor es que te queda bien hacer ese tipo de burlas —murmuró Presley, pasando junto a Annabeth para entrar tras Rachel. Annabeth sonrió ampliamente antes de seguirla.

Las escaleras descendían a un gran túnel de ladrillo. Estaba tan oscuro que no se veía nada a medio metro, pero Annabeth, Presley y Percy habían conseguido varias linternas y, en cuanto las encendieron, Rachel soltó un aullido.

Un esqueleto les dedicaba una gran sonrisa. No era humano. Tenía una
estatura descomunal, de al menos tres metros. Lo habían sujetado con cadenas por las muñecas y los tobillos de manera que trazaba una «X» gigantesca sobre el túnel. Pero lo que les provocó un escalofrío fue el oscuro agujero que se abría en el centro de la calavera: la cuenca de un solo ojo.

—Un cíclope —señaló Annabeth—. Es muy antiguo. Nadie... que conozcamos.

Presley tragó saliva, pensando en Tyson. Probablemente Annabeth había querido decir que no era él, pero Presley tenía un mal presentimiento. ¿Cuál era la probabilidad de que, justo por dónde bajaran, hubiera un esqueleto de cíclope?

Rachel tragó saliva.

—¿Tienen un amigo cíclope?

—Tyson —contestó Percy—. Mi hermanastro.

—¿Cómo?

—Es bastante más simpático que Percy —bromeó Presley, intentando verse de buen humor después del esqueleto que acababan de ver. Annabeth le tomó la mano, intentando que volteara a verla.

—Ja, muy graciosa —respondió Percy antes de voltear a ver a Rachel—. Espero que nos lo encontremos por aquí abajo —comentó—. Y también a
Grover. Un sátiro.

—Ah —dijo con una vocecita intimidada—. Bueno, entonces será mejor que avancemos.

Pasó por debajo del brazo izquierdo del esqueleto y continuó caminando. Los tres compartieron miradas unos segundos antes de continuar, Percy sonrió para sí mismo cuando notó que Presley y Annabeth tenían sus manos enttelazadas.

State of Grace || Annabeth ChaseWhere stories live. Discover now