30. «Eres tú»

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Hubo demasiadas despedidas.

Entre los muertos se hallaba Lee Fletcher, de la cabaña de Apolo, que había caído bajo la porra de un gigante. Lo envolvieron en un sudario dorado sin ningún adorno. El hijo de Dioniso que había sucumbido luchando con un mestizo enemigo fue amortajado con un sudario morado oscuro, con un bordado de viñas. Se llamaba Castor. Tenía diecisiete años. Su hermano gemelo, Pólux, trató de pronunciar unas palabras, pero la voz se le estranguló y tomó la antorcha sin más. Encendió la pira funeraria situada en el centro del anfiteatro y, en unos segundos, el fuego se tragó la hilera de mortajas mientras las chispas y el humo se elevaban al cielo.

El día siguiente, Presley se lo pasó entero atendiendo a los heridos con los demás campistas que estaban lo suficientemente bien como para ayudar. Los sátiros y las dríadas se afanaron en reparar los daños causados al bosque.

A mediodía, el Consejo de Sabios Ungulados —Presley pensó que era un terrible nombre— celebró una sesión de urgencia en su arboleda sagrada. Estaban presentes los tres viejos sátiros y también Quirón, que había adoptado su forma con silla de ruedas. Se le estaba soldando el hueso de la pata que se había roto y tendría que permanecer unos meses así, hasta que se le curase y pudiera soportar otra vez su peso. La arboleda estaba atestada de sátiros, de dríadas e incluso de náyades que habían salido del agua, todos ellos —eran centenares— ansiosos por oír lo que había sucedido. Enebro, Annabeth, Percy y Presley —que había ido porque Annabeth la había arrastrado con ella— permanecieron junto a Grover.

Sileno quería desterrarlo inmediatamente, pero Quirón lo persuadió para que al menos oyera los testimonios primero. Así pues, le contaron a todo el mundo lo ocurrido en la cueva de cristal y lo que les había dicho Pan. Luego, numerosos testigos presentes en la batalla describieron el extraño sonido que Grover había emitido, provocando la retirada del ejército del titán.

—Era pánico lo que sentían —insistía Enebro—. Grover consiguió convocar el poder del dios salvaje.

—¿Pánico? —preguntó Percy.

—Percy —le explicó Quirón—, durante la primera guerra entre los dioses y los titanes, el señor Pan soltó un grito horrible y el ejército enemigo huyó despavorido. Ese es... o era su mayor poder: una oleada de miedo que ayudó a los dioses a alzarse con la victoria. La palabra pánico proviene de Pan, ¿entiendes? Y Grover utilizó ese poder, sacándolo de sí mismo.

—Es verdad —corroboró Presley—. O al menos eso decía el documental.

—¡Absurdo! —bramó Sileno—. ¡Sacrilegio! Tal vez el dios salvaje nos favoreció con una bendición. ¡O tal vez la música de Grover era tan espantosa que asustó al enemigo!

—No fue así, señor —intervino el acusado. Parecía mucho más calmado de lo que habría estado cualquiera si le hubieran insultado de aquella manera—. El dios nos transmitió su espíritu. Debemos actuar. Cada uno debe contribuir a renovar la vida salvaje y preservar la que aún queda. Hemos de propagar la noticia. Pan ha muerto. Sólo quedamos nosotros.

—Después de dos mil años de búsqueda, ¿pretende que nos creamos eso? —gritó Sileno—. ¡Nunca! Hemos de continuar buscando. ¡Destierro al traidor!

Algunos de los sátiros más ancianos murmuraron su aprobación.

—¡Votemos! —exigió Sileno—. ¿Quién va a creer, además, a este joven y ridículo sátiro?

—¡Yo! —exclamó una voz conocida.

Todos se volvieron. Cruzando la arboleda a grandes zancadas, apareció Dioniso. Llevaba un traje negro muy formal, de modo que era casi irreconocible, y también una corbata morada, una camisa violeta y su pelo rizado cuidadosamente peinado. Tenía los ojos inyectados en sangre, como de costumbre, y su rollizo rostro parecía algo sofocado, pero daba la impresión de hallarse bajo los efectos del dolor y no de la abstinencia forzada.

State of Grace || Annabeth ChaseWhere stories live. Discover now