Parte sin título 69

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Dawn McDiarmid dio un último trago a su Cointreau, sentada en un mullido sillón de su casa decorado al estilo francés. Observó el manojo de cartas sobre la mesilla de café y cuando terminó su bebida, le entregó el vaso vacío a uno de sus guardias.

—Dejalo entrar —ordenó, el guardia hizo un amago de protesta, pero una sola mirada le acalló—. Estoy cansada de esto, no vale la pena, tan sólo déjalo entrar.

Minutos después Domhnall entró en la sala de estar.

—Siéntate —le mandó, a lo que el joven le obedeció. Ella lanzó una mirada al resto de los guardias presentes—. Y vosotros, ya podéis ir a jugar a las cartas como hacéis cuando creéis que no os estoy viendo. —Los guardias se miraron entre sí, valorando si era correcto o no dejarlos a solas—. Ahora —les exigió— y si os ponéis a escuchar detrás de la puerta, lo sabré. —En cuando los hombres salieron, ella volvió a dirigirse a Domhnall—. Hay ciertas cosas que quiero hablar con usted, señor Hughes.

—Por favor, Domhnall está bien —le interrumpió el muchacho.

—Domhnall —concedió—. Tal vez por mi edad y por mi posición, hay ciertas cosas de las que nunca hablo. Supongo que no tengo las habilidades retóricas de mi esposo, si estuve tantos años en un cargo público de semejante importancia nunca fue por ser precisamente alguien amable, sino por mi capacidad. A veces uno tiende a hablar mucho sobre los éxitos y demasiado poco sobre los fracasos. Cuando Kira decidió dejar esta familia para siempre y renunciar a todos sus derechos, lo vi como un fallo propio. Recuerdo haberla visto salir por esa misma puerta y yo hasta ese momento no le había dicho ni una sola palabra agradable. —Ella se conmovió—. Fue justo cuando se marchó que recuerdo como si fuera el día de hoy que le dije a uno de esos pequeños inútiles que tengo a mi servicio lo que de verdad habría querido decirle a Kira. Había intentado ser odiosa con ella, llamándola "pequeña inútil" y diciéndole que iba desperdiciar su belleza y juventud. Le dije que era una persona débil y que no debía molestarse en regresar a esta familia. Pero yo no estaba siendo para nada sincera, aunque sí quería que ella saliera de esta familia, que renunciara al apellido McDiarmid. Cuando miré al inútil de turno, le dije que esa podría haber sido su jefa, porque era uno de esos tipos de personas memorables. Si hay algo que sé, es que las personalidades a veces se repiten. Ella siempre ha sido fuerte como su padre. Sabes quién es su padre, ¿verdad?

—Sí, lo sé —asintió Domhnall—. Ella me lo contó.

—¿Y sabes todo lo que eso acarreó? —preguntó mientras él asentía—. Todavía recuerdo todos esos rumores como si fueran hoy. Te imaginaras el revuelo que causó esa relación. Yo era la madre de ambos. Verás, mi hijo mayor debido a su posición y sus eventuales obligaciones futuras, pasó la mayor parte de su vida en los mejores internados que el dinero podía pagar. Mi esposo se aseguró de eso, era su deseo. Pero mi hijo —negó con la cabeza—, tenía alma de pintor, no de político. No es que quiera quitarle peso al asunto o me avergüence, pero mis dos hijos casi no se conocían cuando se enamoraron por difícil que esto sea de creer para alguien ajeno a nuestra situación familiar. Y no puedo decir que como madre lo acepté de buena manera cuando me enteré. Sino que fue todo lo contrario, yo quería que rompieran y actué en consecuencia. Ese fue el peor error de mi vida y no tengo justificación. Sin importar que yo creyera que eso era lo correcto, ahora viendo el desenlace tan cruel, me doy cuenta de todo el daño que causé. Debí haber hecho como mi marido, él jamás se posicionó en contra, al revés, él siempre abogó por esa relación ante la mayor de mis incredulidades. Zaida, aunque nunca fue oficialmente adoptada por Robert y llevaba mi apellido de soltera, se había convertido en su niña de oro, puesto que él nunca tuvo hijas, al menos legítimas. Así que la mayor culpa recae en mí.

—Debió haber sido muy difícil para usted —le confortó el joven.

—Sí, lo fue, pero mucho más difícil y devastador fue enterrar a mi propia hija. Cuando la perdimos me encerré en mi misma y en el mal que había ocasionado, incapaz de oír los rumores que aún existían. Pasaron los años y desperté. Tal vez fue el hastío lo que me impulsó a querer acabar con esos rumores desagradables. Así que me dirigí directo a Inglaterra para golpear la puerta de mi otro hijo, el único hermano biológico de Zaida, con la esperanza de extinguirlos. Estaba en su casa, exigiendo conocer a la niña, enfadada por la negativa de mi hijo, cuando vi su carita asomando entre los barrotes de la escalera a la que se aferraba. Quedé totalmente impactada. Era Zaida con seis años, casi la edad en la que la recibí. —Sus ojos verdes se habían perdido en ese recuerdo—. Él le ordenó subir a su habitación y cansada de sus negativas, decidí marcharme de esa casa en medio de la nada. En ese momento, pensé que los rumores eran de personas que se habían confundido ante ese extraordinario parecido. Después de todo, ambos eran hermanos de sangre ¿por qué su hija no podía parecerse a su tía? Era lógico ¿verdad? Estaba convencida de ello, hasta que salí de esa casa. Kira apareció delante de mí y preguntó "¿mi mamá va a volver?". Yo me giré tratando de comprender cómo una niña de esa edad había sido capaz de escaparse por la ventana de su habitación. ¿Eran tres o cuatro metros de altura? No había una respuesta lógica para eso, pero Kira no sólo estaba allí, sino que me estaba pidiendo una respuesta. En toda mi conmoción, su madre salió de la casa gritando "otra vez" y la insultó de formas que jamás había oído en mi vida, cosas que hasta a mí me hubieran dolido. Intenté interponerme, pero ella ya la había tomado del brazo y la estaba sacudiendo en medio de los gritos, diciendo que era una desobediente. Me enfrenté a mi nuera, intentando mantener en todo momento la calma debido a la presencia de la niña, reclamándole por semejante espectáculo de mal gusto. Era me miró y me dijo "a ella no le duele, mira, llora sin lágrimas". Observé a Kira y fue claro para mí que estaba sufriendo por ese trato tan cruel, pero en algo tenía razón, no había ni una sola lágrima. Con tan sólo seis años, ella no le había dado ese gusto. Así fue como lo supe, esa niña llevaba mi sangre. Puede que se viera exactamente igual a su madre, pero la personalidad era la de su padre. Por eso te digo que a veces hay personalidades que se repiten. Tuve largas charlas con mi hijo después de eso para arreglar la situación, pero cuando falleció, no tuve más alternativa que contarle la verdad a mi esposo. Él mostró su felicidad de la forma en que podía hacerlo, enviando a nuestra nieta a los mejores internados y planificando el futuro más brillante que sus conexiones le pudieran asegurar. Yo miré a otro lado, porque sabía que eso la mantendría alejada de mi odiosa nuera y su insufrible hija. Creí que podía convencer a mi esposo de que ella podía seguir mis pasos, llegar un día a ser Ministra y llevar una vida con menos obligaciones que la que él planeaba. Pero como he dicho, las personalidades se repiten. Cuando se enamoró de ti y como bien me dijiste alguna vez, tus orígenes jugaron un rol importante en el rechazo a vuestra relación. Pero te juro por dios, que yo nunca hice nada para apartarlos el uno del otro. Si yo alguna vez cometí ese error, no lo volvería a cometer una segunda vez.

—Entonces, su familia sí estaba en contra —murmuró Domhnall abatido.

—Imagino que cuando supiste cuál era su verdadero origen, decidiste cambiar tus planes. —El pelirrojo se puso tan rojo que era incapaz de responder, comprendiendo cómo su amigo había conseguido esa invitación—. De una persona que ha cometido errores a otra, te puedo decir que veo tu sinceridad de venir hasta aquí todos los días, pero esto no puede continuar.

—Yo no sabía lo que quería en mi vida. Puedo parecer egoísta y superficial en el exterior, pero le aseguro que no soy así. —Él buscó que decir y recordó lo que su amigo le había dicho—. Es sólo que siempre he estado confundido sobre mis propios sentimientos y termino cediendo ante algún impulso momentáneo. Entiendo que su familia pueda juzgarme con dureza por mi parentesco, por mi pasado con las mujeres y por mi compromiso con Gwen. Pero cuando estuve con Kira supe que había encontrado el amor verdadero y —pausó— me volví tan dependiente de ese amor que me asusté.

Dawn se mostró contrariada, ella había analizado clínicamente cada una de las expresiones faciales de su interlocutor y aunque no podía afirmar que mentía, tampoco creía que dijera completamente la verdad.

—Tú nunca tomaste a Kira con seriedad. Para ti ella comenzó como un juego, yo lo sé y tú lo sabes. —Esto hizo que a Domhnall se le saltara una lágrima—. Si tú la considerabas tan importante ¿por qué llevaste las cosas tan lejos?

—Puede que yo cediera a mi sensación de confusión y a mi necesidad de explorar algo nuevo, pero... yo ya había recorrido todos los caminos antes de llegar hasta Kira. —Sus palabras guardaban un notable parecido con las de alguien más, Dawn en medio de su análisis no le creía—. Tenía miedo de admitirlo, incluso cuando las pruebas parecían venir de los lugares más insospechados. —Su tono de voz cambió y se volvió más profundo, más íntimo—. Y ahora que me doy cuenta que todo esto de la exploración no funciona... ya la he perdido.

Aunque ella había dudado de lo que él le había dicho, esa última frase la descolocó por completo y bajó la vista, pensativa.

—Dicen que cuando dios quiere castigarnos, escucha nuestras plegarias —suspiró tratando de hacer un cierre—. Mi esposo te respalda en tu candidatura. Tal vez ese sea tu castigo después de todo. Tal vez te mereces llevar este tipo de vida al igual que todos nosotros. No me puedo sentir culpable por darte esto —explicó extendiendo un manojo de cartas.

—¿Qué es esto? —preguntó Domhnall sin comprender.

—Son las cartas de Kira a su madre, tengo entendido que ya has visto el contenido de una de ellas. Pensé ¿por qué no dártelas todas? Tómalas —le demandó con un gran nivel de exigencia, al punto de obligarle a recibirlas—. Kira me dijo que desde el día en que le pediste el anillo, ya no tiene nada más que ver contigo. Según he oído, parece que luce muy bien en la mano de tu nueva prometida. Creo que ahora que te das cuenta de qué cosas son importantes en la vida, sólo puedo desearte una buena vida. Creo que esta conversación está terminada.

—Por favor, le ruego que me diga si Kira está bien. ¿Es ella feliz con su compromiso? Acabe con mi sufrimiento —imploró, entre lágrimas.

Ella se volteó a mirarle.

—Kira no está prometida.

—No entiendo —replicó perdido—. Usted dice que no, pero su esposo dice que sí —explicó sin comprender.

—Sería más feliz si ella estuviera comprometida con alguien que la merezca, no tengo motivos para mentirte —sentenció la dama.

—Necesito hablar con ella, necesito aclarar las cosas con Kira —pidió.

—Ella no tiene nada que decirte.

—No puedo creer eso. Incluso si ella me odia por lo que pasó, estoy seguro que tiene algo que decir en todo esto.

—Sí —asintió—, hay una cosa. —Pausó, antes de agregar—. Me dijo que ella esperaba que fueras bueno con la señorita Gwen.

—¿Ella sabe del compromiso? —preguntó.

—No, eso fue algo que me dijo hace mucho, pero mucho tiempo. Parece que tu compromiso con la señorita era bastante predecible —terminó dejándole a solas.

Los guardias entraron de inmediato para escoltarlo a la salida.


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