Capítulo ocho

110 12 4
                                    

La sangre salpicó por todos lados, su rostro se deformó en una mueca de espanto y dolor, un grito agonizante escapó de sus labios y sintió el peso del mundo encima suyo... O mejor dicho de su mundo... Su Hyoga...

El chico rubio había ocupado sus últimas fuerzas para interponerse en el brutal ataque de Hades, dos zarpazos certeros con aquellas afiladas garras habían sido suficiente para dejarle fuera de combate. Pecho y espalda se vieron indispuesto en un parpadeo, su cuerpo de trapo giró hasta quedar frente al chico que amaba de todo corazón, sus ojos vidriosos de dolor se clavaron en sus esmeraldas desesperadas, la sonrisa triste y cansada apareció en su rostro como si de una despedida se tratara, los brazos sin fuerza se extendieron en su dirección, buscando un último contacto, mas sus piernas débiles le hicieron caer. Shun, aún en un estado de conmoción, le sujetó y se dejó caer junto a él, sus gemas no volvieron a abrirse para admirarle como siempre lo hacían, su boca ya no dibujaba esas lindas formas que le incitaban a robarse un beso, su piel ya no mostraba ese tono tostado, sino que uno pálido mortal... Las lágrimas mancharon una vez más la fría carne, la vitalidad se escapaba entre los escasos suspiros que soltaba y con cada uno el peliverde enloquecía... ¿Cómo fue que todo se le escapó de las manos?

Hades volaba a una distancia prudente, se mantuvo a una altura en donde podía ver lo que había provocado... Él... ¿Él había lastimado al chico? ¿Él había herido de muerte al chico que le había atrapado desde el primer momento en que lo vio? ¿Él, Hades, se había atrevido a hacer aquello? Recordó las frías manos de la muerte en aquel pueblo moribundo, lleno de enfermos y niños huérfanos, comida escasa y apenas una manta que le cubría, recuerda a la niña que se había quedado con él pese a ser tachado como el fenómeno del pueblo... Su Perséfone que vio mucho más en él, su Perséfone que había renacido en el cuerpo de ese chico luego que aquella horrible enfermedad se la llevó, su Perséfone que tanto amor le dio. 

Isaac estaba atónito, sus amigos le intentaron tapar los ojos ante aquella cruel escena, mas logró ver el resultado de la locura... ¿Estaba muerto? ¿Su hermanito estaba muerto? ¿Por el mago? ¿El Señor Mago lo había hecho? Pese a sentir un poco de odio hacía el hombre de largos cabellos azabaches, aún tenía una pequeña esperanza de que recapacitara, que pidiera perdón por todo lo que había hecho... Tuvo tanta ilusión en pensar aquello, mas nunca pudo ocurrir... Ahora todos morirían a manos de esa bestia...

Erii y Shiryu no creían lo que veían, su mejor amigo, aquel que les amó y se preocupó por ellos en todo momento yacía en el suelo, muriendo por la pérdida de sangre o tal vez por el cruel hechizo... Su amigo que siempre estuvo allí ahora no estaba...

El grito brutal de la bestia llamó la atención de los presentes, la ira se arremolino en sus pechos, ojos inyectados en odio miraron fijamente a la criatura que bajaba desde lo alto del cielo. El chico peliverde tomó su espada con fuerza, dejó suavemente el cuerpo de su amado sobre la piedra pulida del camino, acariciando su mejilla una última vez, el filo del arma se alzó hacía la criatura, tratando de herirla con desespero.

— ¡ALEJATE DE ÉL! — gritó con toda su furia mientras blandía su espada a diestra y siniestra.

— No lo logrará así... — murmuró Isaac mientras observaba todo, era cierto, recordaba a ese chiquillo apenas sosteniendo la espada, cuando tuvo una mejor habilidad seguía sin ser su fuerte, si tan solo tuviera un arco... El arco siempre fue el arma que mejor se le adaptó, al igual que las cadenas... Un momento — ¡El arco de Shun! — le gritó a sus amigos — ¡Hay que traer el arco que esta en el lago!

Antes de llevarse a Hyoga hasta el interior del castillo, el brujo lanzó el arma olvidada por el príncipe de las tierras del norte al lago... Era la única manera de que el chiquillo se salvara... Erii, quien tenía ventaja por ser la más pequeña del grupo, se lanzó sin pensarlo al agua, nadando lo más rápido que sus piernas le permitieron, intentando agarrar el objeto perdido.

El príncipe cisneWhere stories live. Discover now