ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤpart two.

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Los días habían pasado y la guerra se desató como una tornado azota los árboles

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Los días habían pasado y la guerra se desató como una tornado azota los árboles.

❛ Aemond debía dejarle un mensaje a Lord Borros por parte de su hermano, el Rey y al volver, entró a la habitación que ambos compartían desde que se casaron y la Baratheon solo pudo ver el semblante de preocupación del albino.

── No sé lo que sucedió, no me obedeció. ── lloró contra su pecho y la pelinegra ahí lo supo; sabía bien a lo que se refería.

Su esposa botó aire, pero lejos de reclamarle o abofetearlo como sabía que haría haría su madre, acarició su larga cabellera intentando confortarlo.

Habían pasado noches juntos porque ninguno se negaba el deseo que se tenían que era más que notable, Aemond se encargó de tratarla con delicadeza y cariño mientras ella dejaba que él hiciera lo que quería, aunque cuando podía; le devolvía el favor a su esposo que no podía estar más gustoso bajo su tacto. Todas esas noches que los unieron más y más fue suficiente para Elise de conocerlo, compartiendo más que palabras y sentimientos en recuerdos dañados.

── Lamento que tenga que ser de esta manera.. ── murmuró con voz suave, recostada en la cama con Aemond aún sobre ella, arrepentido, adolorido.

── desaté algo que se podía evitar, Ellie. ── dijo esta vez un poco más tranquilo, las caricias de su amada le brindaban una paz que no podía describir.  ❜

Eso había ocurrido meses atrás, muchos meses.

La ahora princesa, se encontraba con un bebé en brazos, intentando que este dejara de llorar pero era imposible; ella se encontraba en las mismas condiciones con la mirada perdida en la ventana donde semanas atrás había visto partir a su esposo.

── Vuelve... Aemond. ── imploró en un sollozo, ni siquiera pestañeando al ver un relámpago cerca.

Las noticias eran que Daemon esperaba a Aemond en Harrenhal con su dragón de guerra, Caraxes.

Sabía que el dragón de su amado era más grande, pero el jinete no tenía la misma experiencia en guerra o volando como la que tenía su rival.

Sus párpados pesaron y su sentido de la audición simplemente comenzó a distorsionarse, sin sentir el ruido de la tormenta. Estaba cansada, agotada de esperar todas las noches por algo que parecía lejano.

Se encaminó a su enorme cama, acostándose mientras dejaba al bebé a su lado que empezó a dejar de llorar, también por el sueño. Al final, madre e hijo cayeron dormidos con rastros de lágrimas adornando sus mejillas, nadie iba a visitarlos, no desde la muerte de otros seres queridos allí en el palacio.

Las horas pasaron y la tormenta se detuvo, la lluvia dejó de golpear el techo y paredes de la Fortaleza para dar paso a la luz de la luna y estrellas a la ciudad.

𝙎𝘼𝙋𝙋𝙃𝙄𝙍𝙀; 𝐀𝐄𝐌𝐎𝐍𝐃 𝐓. Where stories live. Discover now