CAPÍTULO 2: Una Pequeña Llama

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Las doncellas lo vistieron en colores verdes esmeralda, peinaron sus platinos cabellos, rociaron en él un ligero perfume. Tiempo después su madre ingresó a su habitación, mostrando una sonrisa. Detrás de ella estaba su hermano mayor, éste parecía decaído y notó la presencia de un ligero carmesí sobre una de sus mejillas.

—Querido Aemond, tan fabuloso cómo siempre. —habla la reina, mientras se acerca para depositar un beso sobre su frente. Nota a su hermano Aegon rodar los ojos.

Desayuna junto a su madre y hermano, poco después se une Halaena a degustar junto a ellos. Es de los pocos días cuándo puede disfrutar en compañía de su familia.

La mujer que tanto admira se nota nerviosa, los mira con tristeza y lo qué puede definir cómo miedo. Su hermana es la qué pregunta por la incomodidad que refleja, Alicent se tensa ligeramente. Puede notar algunas lágrimas escondidas en sus ojos.

—Prometan qué siempre cuidarán de ustedes, no importa de quién o qué, pero deberán velar por ustedes. —súplica la castaña. Alicent no es la mejor madre, lo sabe.

La reina nota el miedo de su primogénito cada vez que la ve, eso le parte el corazón. Aegon no la ama cómo a una madre, la respeta cómo a una reina. Halaena parece indiferente a su presencia, cómo sí no fuera su madre, su hija prefiere pasar tiempo a solas a convivir con ella. Aemond el único que logra verla cómo la mujer que le dio la vida, tal vez no la ame pero siente aprecio.

Aemond sabe qué su madre no es fuerte, no es la mujer que intenta imponer y sólo lo logra a base de amenazas a los demás. La reina sólo es una marioneta de su abuelo Otto. Su madre también tiene corazón.

Sus hermanos y él hacen la promesa que su madre les pide, los tres son unidos por sangre, han jurado protegerse. Aemond sabe qué no es lo único que aterra a su madre, hay algo más. Pero sí no está lista para compartirlo con ellos, lo entiende y no la juzga. Es su madre pero también la reina, tiene deberes que cumplir.

Tiempo después son llamados a la sala del trono, su madre les sonríe y dice: «Siempre cuíden de ustedes.»

Salen para dirigirse a dónde son solicitados, Ser Cole los acompaña, es el hombre que siempre cuida a su madre a dónde sea qué ella esté. Aemond está agradecido por eso, la reina necesita ser protegida del mundo en qué vive.

Cuándo llegan se acomodan cerca del trono de Hierro, dónde su padre, el rey, está sentado con una sonrisa. Dicho gesto no es dedicado a la reina o hijos de la misma. Aemond nota la presencia de una mujer con los mismos cabellos que él, la recuerda vagamente.

Su hermana Rhaenyra, la razón por la que su padre sonríe. Era de esperar, su padre siempre está taciturno pero su primogénita es la razón para que sea feliz.

Analiza con cuidado a las personas que la rodean, todos con cabellos plateados y ojos violetas. Algunos más viejos qué otros, expresiones frías y sin carisma. Algo normal en la Corte de su padre. Dos cabelleras castañas llaman su atención, sobresalen del resto. Son diferentes a la familia, pero están bajo las faldas de su hermana Rhaenyra.

Unos ojos cafés cómo las nueces de ardillas encuentran los propios, pestañas largas y gruesas, mejillas regordetas ligeramente pintadas de color carmín, rizos castaños y aparentaban suavidad. Vestido con negro y rojo, cómo un Targaryen.

Su padre después de decir algunas palabras nada interesantes para su oído, le presenta a aquellos niños, hijos de su hermana, sus sobrinos. Pero su atención sigue en ese infante.

Jardín de Sangre y EsmeraldasWhere stories live. Discover now