Capítulo XXVII

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Únicamente el repetitivo tic-tac del reloj era lo que sus oídos percibían. Porque, aunque el ambiente estuviera repleto de personas, lentamente se estaba aislando en su propio mundo y el paso de los minutos era su único cable a tierra. ¿Razón? Era el último día que estarían en Brighton, significando también que sería la última charla con Alice para saber la verdad, y ella estaba tardando en aparecer, provocando que la situación sea una tortura.

¿Resolverían algo o el caso quedaría en la nada?.

—Hay que ser directos. —le propuso Louis, mezclando el batido de chocolate que la camarera acaba de entregarle con la bombilla antes de llevárselo a la boca.

Recostó la cabeza sobre el respaldo del asiento, dejando sus párpados caer, y soltó un suspiro por lo bajo antes de responder:

—No podemos. —espetó, firme—. Imaginate que de la nada te preguntan si asesinaste a alguien. ¿Qué harías?.

Se encontraba tan cansado, siendo delatado por ojeras, que tan solo tenía deseos de dormir por días sin ser interrumpido. No importaba que por el día se le veía sonriente, a las carcajadas; siempre que caía la noche y las luces se apagaban el recuerdo le golpeaba, derrumbándolo con el primer golpe. Y aunque su novio se encontrara allí, siendo el único testigo, abrazándolo hasta asegurarse de que se encontrara dormido, llenándolo de besos, limpiando sus lágrimas, repitiéndole sin cansancio que no había ningún problema en él capaz de haber provocado que su madre deje de amarle él sabía que sí existe. Ya que, si no fuese así, ¿tan rápido se podía dejar de amar?.

Los llamados diarios de Gemma le demostraban que a Anne no le interesaba en lo absoluto su vida.

—No tan directos, bebé. —susurró el apodo al final, con cierta precaución de ser escuchado—. Podemos ir por el lado de la infidelidad y decir que es un rumor del pueblo. —sugirió.

Asintió levemente, tomó su batido de frutilla y mientras tomaba un sorbo se permitió recargar la cabeza en el hombro de su policía, cerrando los ojos, acurrucándose, tratando de despejar su mente con el intenso aroma a chocolate con dejos a tabaco que solía frecuentar en su cuello. Instantáneamente fue rodeado por un brazo y sintió la manera en la cual los dígitos ajenos empezaban a trazar círculos junto a figuras imaginarias sobre sus rizos.

—Quisiera que todo ésto acabara y solo nos quedemos nosotros dos acá, sin que nos molesten. —murmuró entre divagaciones antes de inhalar profundo y deleitarse ante el perfume—. No quiero regresar a casa.

—No necesariamente casa tiene que ser una construcción, Hazzie. —le corrigió su tan bonito chico con su dulce voz, ocasionando que su corazón lata con mayor intensidad por la ternura—. Un hogar puede ser un lugar, una persona, una mascota; lo que sea que te de calma y, en los malos momentos, te veas regresando ahí en búsqueda de un poco de alegría.

Entonces, ya estoy en casa. —respondió con simpleza, acomodándose en su sitio a su vez que refregaba la nariz con el cuello de la camisa contraria.

—Sos tan maravilloso, Harry. —le oyó acotar, llamando su atención para salir de su escondite.

Observó detenidamente cómo el extremo de la bombilla era rodeada por sus delgados labios brillantes y rosados, absorbiendo el líquido espeso; como si fuera una obra de arte del museo. Sin embargo, para él, ese chico era superior al término de arte y perfección, era su todo. Ladeó la cabeza en espera de una explicación a sus palabras, aunque no le sorprendían ya que solía halagarlo como si fuera su admirable rey.

“—Sos tan hermoso, Harry. —decretó esporádicamente, sentado sobre su regazo mientras él se encontraba recostado sobre el colchón.

La luz de la luna se filtraba por la ventana, siendo la única iluminación de la habitación, y acababan de cenar en la cama porque a su ojiazul se le había ocurrido la idea de tener una cita sencilla allí, regalándole la rosa que ahora llevaba detrás de la oreja.

My policeman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora