Resistencia

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Narrador omnisciente.

Había transcurrido seis días completos desde que Mina pisó la zona de guerra. 144 horas para ser más preciso desde la última vez que ella tuvo la bendición de pasar tiempo con su peculiar esposa. Por instinto la pelinegra soltó un pesado suspiro, en estos momentos se encontraba en el interior de la carpa que diligentemente sus caballeros habían armado para ella, se mantuvo tranquila observando el montón de papeleo que había estado acumulando en los últimos días, a pesar de que a simple vista parecía tranquila, la verdad es que no había sido capaz de bajar su guardia porque era consciente de que aún si los monstruos seguían sin estar haciendo acto de presencia, era cuestión de tiempo para que ellos tomaran la decisión de regresar: no estaba en sus planes dejar morir a ninguna de sus mascotas. Como de costumbre, a primera hora del día, antes de que siquiera el sol hiciera acto de presencia ella ya estaba despierta dando la orden de que los caballeros comenzarán a entrenar, era necesario que mantuvieran sus cuerpos energizantes, más con las gélidas temperaturas que habían estado golpeando la zona desde que hicieron acto de presencia, por ende, tenía que asegurarse de que nadie cayera por hipotermia. Tras dar las correspondientes ordenes decidió encerrarse en el interior de la carpa para acercarse cargo de las cartas que, en su momento no mostró interés en revisar. En un completo silencio le dio un vistazo a las cartas que habían viajado desde el Ducado con ayuda de la paloma mensajera. Francamente no estaba interesada en leer el contenido de aquellos sobres, pero sabía que tarde o temprano tenía que hacer ese aburrido trabajo así que en silencio agarró un buen montón de cartas comenzando tranquilamente a descartar cada una de ellas al leer el nombre del remitente, sinceramente, no tenía interés de leer las palabras provenientes por idiotas que  proclamaban el estar a su favor porque sabía a la perfección que esos animales la traicionarían a la mínima oportunidad que tuviesen. Por un segundo creyó que era mera correspondencia inútil, pero sus dedos se detuvieron abruptamente al leer el nombre de Chan en cuatro sobres distintos, espero que no hubieses escrito cosas innecesarias, pensó a la vez que dejaba las otras tres cartas sobre la mesa. 

Una parte de ella realmente estaba sintiendo curiosidad, habían muchas cosas en las que Chan solía fallar, pero por lo general, cuando ella emitía una orden, él no era capaz de romperla aún si su vida estaba en peligro, así que el hecho de que hubiese enviado cartas, más, de las que podría recordar en sus años de soltería, supo que algo no estaba yendo precisamente bien. Con cuidado rasgó el primer sobre permitiendo que la hoja bien doblada sobresaliera, al sacarla por completo dejó el sobre aún costado de las demás cartas para luego simplemente desdoblar el papel notando las palabras que sobresaltaban en aquella perfecta escritura. 

Querida gran Duquesa. (Primera carta)

Soy consciente que usted dio la orden de no enviar cartas a menos que sea estrictamente necesario, pero considero que esto lo amerita ya que tras su ausencia ha llegado un visitante de imprevisto quién afirmó ser el vocero del Rey. Tras recibirlo rápidamente mostró una hostilidad hacia la Gran Duquesa Nayeon, por lo cual, los caballeros optaron correcto el impedir que él ingresara al salón principal. 

Mina amplió sus párpados al leer que Nayeon había sido menospreciada por un bastardo. Instintivamente se echó hacia atrás sintiendo la fuerza con la que estaba latiendo su corazón, maldito hijo de perra... como te atreves, voy hacer tu vida un jodido infierno, pensó mientras que que presionaba su trasero contra el borde de su improvisado escritorio en un vano intento por poder relajarse mientras que sentía la rabia burbujeando violentamente en el interior de su estómago: ella quería asesinarlo. 

—Ha...—soltó un pesado suspiro mientras que se llevaba su palma libre contra su cuello. Podía sentir las pulsaciones sobre las yemas de sus falanges, era sorprendente la facilidad con la que perdía el control cuando se trataba de su esposa—mierda—gruñó con cierto malestar a la vez que tomaba la decisión de regresar su atención a la carta, aún cuando era consciente de que su estado simplemente empeoraría. 

La Tirana del Norte [G!P]Where stories live. Discover now