4. Chispas

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Que a una chica le preguntes su nombre y te diga que mejor le inventes uno, no es un buen presagio

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Que a una chica le preguntes su nombre y te diga que mejor le inventes uno, no es un buen presagio. Al menos eso hubiera dicho hace medio año, antes de Fayna y Nori. Supongo que si a ellos les funcionó, puede que a mí también.

No tenía alguna idea ingeniosa de nombre para la chica del vestido rojo terciopelo, habla de poca creatividad de mi parte, pero qué remedio. Scarlett. Ese es su nombre hoy.

Se queda muy poco tiempo con la máscara a la mitad como para alcanzar a distinguir sus rasgos, ¿la conozco de algún lado? Hay algo en sus ojos que me dice que sí, que tengo su nombre real en la punta de la lengua. Quizá es alguna de las chicas que atiende la cafetería en la escuela o algo similar, alguien que he visto muchas veces. Soy muy malo para recordar rostros.

Me pregunto, ¿cómo puedes no prestarle atención a esos ojos? Solo siendo un idiota.

Sus ojos me hipnotizan. Son como una droga, no de las que te dejan como zombi, sino de las que te tienen atento a cada detalle. Así puedo ver como sus mejillas suben y sus ojos se arrugan: señal de una sonrisa, aun si no veo sus labios. Veo cómo se remueve los mechones del cabello cuando mis comentarios la ponen nerviosa.

Veo la diferencia de Scarlett a la chica de hace rato. Con ella no podía ni hablar, me congelé y me rendí. Hablar con esta chica se siente mucho más natural, se siente correcto. ¿Hablé alguna vez ya con ella? El ruido apenas me deja distinguir su voz.

Quizá me estoy adelantando, a lo mejor resulta que no es mi tipo o yo no soy el suyo. Mi mente dice que es lo más probable, pero mi corazón me susurra que la invite a bailar y allí averiguamos si somos compatibles o no. No hay que aferrarse, si no congeniamos, no pasa nada, me despediré y dejaré que encuentre a algún otro chico con quien pueda pasarla mejor que conmigo. Pero si resulta que las estrellas se alinearon, tal como mi intuición me dice, quiero robarla el resto de la noche.

Así que, cuando estamos en medio de la pista, una mano entrelazada en lo alto, la otra en su cintura y la suya en mi hombro, le hago la primera pregunta de fuego:

—¿Mañanera o nocturna? —averiguo apenas damos el primer paso.

—Muy nocturna —remarca—. Y despierto tarde.

Hasta que Santa Claus devuelva al gato ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora