15. Vaca

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—¿Estás bien? —averigua Adam

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—¿Estás bien? —averigua Adam.

—Sí. No pasa nada. —Hago un gesto con la mano para restarle importancia—. Ya estoy acostumbrada a que me digan cosas peores

—No escuché lo que dijo.

Por favor no me hagas repetirlo.

—Es que... —intento explicar. No puedo evitar que mi labio inferior tiemble. Odio esta sensación de que mi cuerpo no me pertenece, que no puedo controlarlo. Siento las lágrimas acercarse.

—No, no tienes que repetirlo —atrae mi mirada al subir mi barbilla, que también se unió al temblor. Parece que cada vez más músculos tienen que unirse para enviar que me derrumbe—. Fue algo que te hizo sentir mal, ¿no?

Asiento. Siento toda la parte inferior de mi cara tensarse, tiembla por toda la fuerza que estoy haciendo para contener las lágrimas. Hace un rato, no pude evitarlo, porque estaba con July y tampoco me preocupaba mucho la imagen que se llevara bryce de mí; luego, en cuanto vi a Adam, lo único que pude pensar fue en abrazarlo, en cubrir mi rostro y hundirme en su cuerpo.

No sé por qué. Algo me dijo que él iba a cobijarme. Ahora, cuando abre sus brazos ante mí, tengo la misma sensación. Así que lo abrazo.

La mujer que pasó no se limitó a verme como un bicho raro, como lo hace la mayoría, que ya es algo de por sí difícil de ignorar. Ella también tenía que ir corriendo a lado de su esposo para gritarle que la chica de la fila parecía un perro dálmata.

Ese es el más común junto con «vaca», porque claro, son los primeros animales con mancha que se te ocurren. Siempre que escucho el comentario de algún idiota, vuelvo a la primaria.

Estaba este chico que me gustaba, como te gustan los chicos en la primaria. Llevaba semanas obsesionada con la película de Mi primer beso, con ese romance inocente y trágico que me dejó llorando por horas. Naturalmente, estaba también obsesionada con dar mi primer beso.

Era San Valentín, pero como éramos muy pequeños para el amor, la profesora nos había hecho intercambiar cartas de la amistad por sorteo. A mí me tocó una chica irrelevante en la historia, a él le tocó escribirme a mí. La persona se revelaba en el mismo momento en qué entregabas la carta frente a todo el salón; en teoría era una sorpresa, pero los niños de siete años no saben guardar secretos. La carta que me dio él era la típica que compras en un supermercado, aunque tenía un detalle puesto por voluntad y no por obligación: una flor.

Hasta que Santa Claus devuelva al gato ✔️Where stories live. Discover now