Capítulo 3

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Cansancio

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| Amor ciego |



Orión gimió gustoso, alzando su cabeza, meciendo sus caderas con fuerza para sentir aquel miembro vigoroso entrar y salir de su interior, dándole un placer que ninguna otra persona sería capaz de darle.
Porque lo intento. Oh dioses, lo intento con un noble cuando estuvo medio borracho y no fue igual, nadie podía darle aquel placer pecaminoso que el mago debajo de él le entregaba en cada encuentro.

Los ojos carmines brillando en medio de la oscuridad, llenos de un hambre que solo sería saciada al dejar su semilla en su vientre, teniéndolo con las piernas separadas por esas dos manos grandes que lo sujetaban con una fuerza descomunal.

Era un pecador, no merecía ser amado o amar a alguien. Ya que todo al que se atreviera a amar, tendría el horrible final que es la muerte.

Su madre, la mujer que le dio la vida y que defendió su posición, murió por el amor que les tenía a su padre y hermana.

Nisha, su melliza, aquella dulce niña de brillantes ojos amatista que fue ahogada por una cruel mujer dado que lo intento ayudar escuchando a escondidas el plan de esas dos arpías.

Su padre, su tío Anastacius, un hombre que fue cruel con el resto más, solo le dedicaba sonrisas llenas de vida, tuvo que morir a manos de su hermano menor, ciego de amor por su persona, lo sentó en el trono a tan corta edad, causando la ira de su progenitor.

Athanasia, su hermanita, su princesa... aquella pequeña llena de energía y con un futuro por delante arrebatado por los celos de esa quimera rastrera. Pudo sacarla de esa prisión, darle libertad y enfrentar las consecuencias o masacrar a todos los que se interpusieran en su camino, pero no lo hizo ante las súplicas de ella y siempre se arrepentiría de ello.

Soltó un grito cuando el azabache mordió su pezón en lo que presionaba el otro, bajo la mirada, encontrándose con aquellos orbes rojizos que lo atraparon antes de seguir moviéndose de arriba a abajo.

Amaba esas sensaciones que le causaba el azabache, pero era algo momentáneo. Luces amaba a Athanasia, y ellos compartían rasgos muy similares por su progenitor.

Era claro que el hombre solitario despejaba sus sentimientos en él.

Solo era un reemplazo y lo odiaba.
Odiaba sentirse bien a costa de ser usado como un mero reemplazo de su querida hermana y traicionar su memoria al acostarse con el mago.

— ¡Lu-Lucaa...s! —gimió cuando pudo correrse contra el pecho del susodicho bajando el ritmo de sus movimientos. —

— Yo todavía no me corro, mi emperador. — Respondió el mago para recortarlo en la cama y embestido con vigor. —

Solo podía gemir en voz alta por la rudeza del más alto y se aferró a los hombros por la sobre estimulación que recibía su próstata ante su liberación anterior.

Entreabrió los ojos apreciando el rostro sonrojado del azabache, que respiraba con fuerza al igual a como lo sujetaba de la cadera, algunas gotas de sudor hacían brillar ligeramente el rostro.

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