Capítulo 18

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La joya del emperador maldito

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El frío calaba hasta sus huesos, a pesar de estar cubierto por una capa que evitara el ser visible, su rostro en dado caso de toparse con un guardia, no es como si no fuera capaz de defenderse, pero últimamente sentía que su cuerpo era más débil de lo usual.

Según Lucas, quien se había convertido no hace mucho en su amante y concubino secreto a espaldas de su compromiso con su caballero; Félix Lobain.


El gran salón destilaba en todo su esplender siendo adornado por los objetos más costosos del imperio, su ceremonia de edad anunciando su ingreso a la sociedad como un adulto era el motivo principal de la fiesta.

Siendo rodeado de varios hombres, mujeres al igual que sus compañeros de la academia, riendo contento modelando la ropa que mando a diseñar con la mejor modista de Obelia.

Un traje de camisa blanca, siendo cubierta por un chaleco del mismo tono con botones de diamante rodeados por bordados intrincados de hilo dorado, los bordes también eran decorados por un patrón simple porque la tela de su ropa ya contaba con un estampado sutil en forma de flores, terminando con unas botas oscuras de ligero tacón.

La capa imperial sobre sus hombros demostraba su posición segura a próximo emperador, contrarrestando los planes "secretos" que tenía el duque Alfierce sobreponer en el trono a esa niña bastarda.

Desvió su mirada dando una ligera barrida al salón, encontrándose con cierta peli marrón que charlaba de forma sumisa con el hombre de cabellos blancos y el hijo de este mismo.

Era una verdadera lástima que Lucas no pudiera asistir a su ceremonia, según palabras suyas; para no meter a la torre de los magos en problemas por juntarse con la joya preciada del emperador.

Toda celebración se detuvo ante el tintineo de una de las copas, centrando ahora la atención general en el hombre que era su padre y emperador de todo el imperio.

Quiero dar gracias a todos los nobles extranjeros que se dieron el tiempo para poder asistir a la ceremonia de mi hijo, también a los nobles que son uno de los pilares de nuestro glorioso imperio.

Varios rieron encantados por las palabras, mientras que delegaciones vecinas invitadas por mera cortesía estaban sentados en sus mesas o pie escuchando el discurso.

Mi hijo, primogénito de mi sangre, es un orgullo verlo convertirse en un hombre; pareciera que tan solo ayer era mi pequeña joya que se aferraba a mi pierna para poder ir a pasear por las praderas en nuestros caballos.

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