Capítulo 12

518 58 4
                                    

La única prenda que distanciaba a Kagome de la desnudez era la que cubría su intimidad. Sus largas piernas y su torso estaban a la vista, más bien, descansando sobre él.

Había pasado casi sin querer, habían cenado y se habían metido en el futón, pero lo que pretendían ser unos besos de buenas noches se volvieron mucho más.

Seguía siendo precavido, pidiendo permiso con la mirada, esperando que ella diera el primer paso. Esta vez, había ido un poco más lejos, Kagome había llevado las manos a su pecho, por un momento creyó que estaba pidiendo que se aleje pero en realidad sólo quería quitarle su Kosode y su haori. Había buscado la deliciosa fricción de la noche anterior hasta que acabó en sus pantalones. Y así se habían dormido.

Debería levantarse, limpiar sus pantalones, buscar algo de fruta para que Kagome desayunara. Pero no podía moverse, no sin despertarla.

La pequeña Miko descansaba plácidamente sobre su cuerpo, a pesar de que en el futón había suficiente espacio para ambos. El contacto de la piel de su pecho con el de ella que la noche anterior se sentía tan excitante, ahora solo le daba una cálida sensación de comodidad.

La piel de Kagome era suave y pálida, olía delicioso y sabía aún mejor, tenía un par de lunares pequeños por aquí y allá, una marca de nacimiento en su muslo derecho, una cicatriz en la espalda de la flecha que Kaguya había devuelto y otra en el cuello, escondida por su cabello, de un tropiezo cuando era pequeña. Comenzaba a conocer y memorizar cada pequeño detalle de ella. Incluso con su inexperiencia y su timidez, Kagome nunca había escondido su cuerpo de él, nunca se había cubierto ni tapado, no se avergonzaba en la luz de la mañana.

Acarició su espalda con la punta de sus garras, dejando finas marcas rojas que desaparecían en cuestión de segundos.

"Te quiero" debería sorprenderse de que aquellas fueran las primeras palabras que salieran de su boca en la mañana, pero ya no lo sorprendía. Cada mañana al despertar, Kagome murmuraba algo así.

Te quiero. Te extrañé. Quédate conmigo.

O a veces simplemente decía su nombre. Como si el primer pensamiento que abordara su mente al despertar fuese él.

No podía evitar pensar que Kami le devolvía en una sola persona todo el afecto que no había recibido en casi cien años de vida, era imposible de comprender que aquella mujer lo amara tanto y tan fielmente.

"Buenos días ka-go-me" siempre soltaba aquella risilla cuando él pronunciaba su nombre parte a parte. Disfrutando el placer de tenerla junto a él para poder nombrarla. "Iré a buscar el desayuno, ayer he visto un árbol con duraznos en el bosque, traeré algunos para ti"

Kagome asintió, se quitó de encima de su cuerpo dejándole una sensación de vacío ante su falta.

"¿Puedo ponerme tu haori? Huele a ti, me gusta" asintió, le hubiese gustado decirle que para estas alturas toda ella olía a él, que cualquier demonio podría sentir su aroma en la piel de Kagome, pero se quedó en silencio y la ayudó a cubrirse. Le gustaba verla con cualquier cosa que le perteneciera, una suerte de posesividad instintiva que lo hacía sentirse increíblemente bien.

*

Desayunaron en un silencio poco común. Kagome era de las personas más conversadoras que él conocía, siempre tenía algo para contarle, de la aldea, de sí misma, de su trabajo como sacerdotisa, de los niños de Sango o recuerdos de su vida en su mundo, pero parecía perdida en sus pensamientos. Estaba nervioso.

"¿Sucedió algo? Estás muy callada" no se contuvo, Kagome terminó de trenzar su cabello antes de responder.

"Quería hablar de algo contigo. Pensaba buscar un momento pero creo que soy demasiado obvia"

Aquello lo puso más nervioso aún. Buscar un momento para decirle qué?

"Ayer estuve pensando en nosotros, en ti, en el hecho de que eres mitad demonio y mitad humano" el pánico lo invadió, se clavó las garras en la palma de la mano. Acaso este era el momento en que ella se daba cuenta lo despreciable de su mestizaje? ¿Se marcharía de su lado?

"No es necesario que digas nada, me marcharé y podrás estar tranquila, no dejaré de protegerte" quería llorar, ni siquiera tenía fuerzas para gritar. Kagome le dirigió una mirada confundida, torciendo su cabeza.

"No entiendo que estás pensando. ¿A dónde vas a irte? Es nuestra casa"

"¿No estás dejándome?" Kagome abrió los ojos sorprendida.

"Claro que no, ¿Por qué haría algo así? Vine a este mundo para estar contigo, por qué piensas que te dejaría de un momento a otro?" Se quedó en silencio, avergonzado por la magnitud de su inseguridad, de su inferioridad.

"Dijiste que tenía que ver con que era un Hanyo, qué demonios podía pensar?"

"¿Me dejas hablar?" Asintió con la cabeza "Ayer estuve un buen rato con Sango, sobre su boda. Pensé en nosotros. Pensé en ti y en qué eres mitad y mitad" Kagome sonrió y un sonrojo invadió sus mejillas "Me gustaría unirme a tus dos mitades, que me marques como tu hembra y que nos casemos para ser tu esposa. Quiero estar unida a ti, para los demonios y para los humanos, tus dos mitades. Si estás de acuerdo"

Se quedó en silencio, no sabía qué hacer ni que decir. Toda su vida había sido perseguido, amenazado, atacado por su mezcla de sangres, su padre y su madre habían sido asesinados por su nacimiento, año tras año había afrontado la soledad y la humillación, pero ahí estaba Kagome. Tan hermosa, valiosa y cálida como un rayo de sol en pleno frío invernal, sentada frente a él pidiendo tal cosa. Unirme a tus dos mitades. Repitió la frase en su mente porque no podía ser real, no podía haber un amor tan puro y tan devoto, no para un ser como él.

"Entiendo si es muy pronto, si es mucho para ti, no tiene que ser ahora..." Kagome comenzó a hablar rápido, moviendo las manos nerviosamente.

Ella no entendía, no entendía hasta qué punto lo había afectado, lo había cambiado, lo había enamorado. Tomó su muñeca y la jaló contra él, rodeándola con los brazos.

Sabía que ella podía sentir la humedad de sus lágrimas, él podía sentir las de ella, pero dejo que se escondiera en la curva de su cuello y fingió no verlo llorar. Acarició su cabeza, consolándolo como si fuese un niño.

"Estoy aterrado" murmuró contra su piel "aterrado de que esto no sea real, de despertar en algún momento y que tú no estés aquí" era la primera vez que lo decía en voz alta, temía ser enteramente feliz por primera vez en su vida, probar la gloria de la felicidad para que se le sea arrebatada luego. "No puedo... No puedo seguir soportando una vida sin ti... he soportado todo.... Pero no soy tan fuerte..."

Sintió a Kagome temblar, conteniendo el sollozo.

"No seas tonto, mírame" se separó de él, su bello rostro estaba sonrojado por el llanto pero tenía la sonrisa más hermosa que hubiese visto "Aquí estoy, para ti, para siempre. Te amaré con cada pequeña parte de mi, cada día de mi vida un poco más, y seremos felices"

La observó un momento sin decir nada, solo absorbiendo aquella cantidad de amor que le brindaba, que se desprendía de ella, un amor que lo envolvía y lo rodeaba.

Decidió en ese preciso momento que no negaría más el amor que sentía por ella, no se negaría a marcarla, a ser su esposo o el padre de sus hijos, la protegería de todo y amaría con la devoción más absoluta hasta el día de su muerte.

Le acarició el rostro, delineando su mejilla, tocando su belleza.

"Demonios, soy malo en estas cosas, pero si quieres que nos casemos debes dejar que te corteje, pedirte tu mano"

"No es necesario, estamos juntos"

"Kagome, se que nunca voy a merecerte, pero al menos déjame intentarlo"

Ella se merecía todo, se merecía mares y estrellas a sus pies, y él intentaría brindarle eso cada segundo. Kagome aceptó con una sonrisa y se acurrucó contra él.

"Nos casaremos y envejeceremos juntos, para ver a nuestros nietos y bisnietos correr por la aldea"

"Kagome, para cuando nuestros bisnietos corran por la aldea, todos nosotros ya estaremos muertos. Excepto Kaede, la vieja es inmortal"

Mi pequeña KagomeWhere stories live. Discover now