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Una última revisión a la cajuela de su viejo auto fue suficiente para impulsarlo a salir de casa.

Era un modelo viejo, de esos que habían dejado de fabricarse incluso antes de que él naciera, sin embargo, se negaba a venderlo, el vehículo había pertenecido a su padre, y a su abuelo antes de pasar a sus manos.

Quizá, después de esa noche podría finalmente restaurarlo, pintarlo de algún color claro, en vez de la pintura azul oxidada que se desprendía a capas; tenía tantos planes, tantas expectativas, si todo salía bien, su vida finalmente cambiaría.

Su hermano se había infiltrado en aquella mansión con antelación, valiéndose de sus conexiones con las personas de la alta sociedad, mismas a las que hoy esperaban despojar de sus riquezas, unos pocos millones de dólares menos en sus cuentas bancarias no les harían ningun mal, inclusive les estarían haciendo un favor, los volverían más humildes.

Tuvo que dejar el auto varias cuadras atrás, pues desentonaba enormemente con la elegancia de la fiesta, escondió el vehículo en un callejón y aprovechó la ausencia de luz para cambiarse de ropa, tomó el inmaculado traje negro que descansaba en el asiento trasero, envuelto en una bolsa de plástico transparente para proteger la tela de la suciedad que siempre parecía rodearlo a él.

Era un traje sencillo, lo único que su limitado presupuesto se podía permitir, alquilado sólo para esa noche.

Una vez estuvo listo, salió del callejón y comenzó a caminar, pudo vislumbrar su reflejo en algunas tiendas que, por alguna razón seguían abiertas a esas horas de la noche, le gustó lo que vio, era guapo y lo sabía, siempre se valía de su apariencia para conseguir lo que quería y tratar de hacer su miserable vida un poco más fácil.

No entró a la fiesta por la puerta principal, eso habría sido muy sospechoso, pues nadie podría reconocerlo y dejarlo pasar con tranquilidad, todos los ricos mantenían estrechas relaciones con sus socios, era muy raro que permitieran a un deconocido ingresar en su estrecho círculo social, él sabía que su apellido no era para nada relevante, apenas si servía para distinguirlo de los demás, era uno tan simple y común como el de todas las personas pobres de la cuidad; en vez de eso, se coló al jardín, como si hubiera estado en aquel baile desde el inicio y, hubiese salido a tomar un poco de aire al exterior tras sentirse agobiado por la mulitud de personas.

Con fingida determinación, abrió las puertas de la terraza y entró, tomó una copa de la bandeja de un camarero que pasaba y caminó, con prisa, a través de la multitud, como si se encontrara muy ocupado para siquiera pensar en entablar conversación con alguien, de ese modo se evitaría de problemas al tratar de recordar la historia falsa que había preparado la noche anterior por si acaso.

Entonces lo vió.

Y todo su plan se desmoronó.

Aquel hombre ni siquiera estaba en el centro del salón y aún así, parecía que todas las luces lo enfocaban directamente a él ¿Que si era hermoso? Definitivamente, lo más bello que jamás había visto en su vida.

Incluso más guapo que la última vez que lo vió, hacía más de trece años.

Poseía una belleza suave, de rasgos finos, sin ser demasiado delicados, era alto y esbelto, de espalda ancha y brazos firmes, su postura era regia y cada movimiento que hacía era infinitamente grácil, en un momento, esos ojos profundos se posaron en él.

La joya de la familia, el niño dorado de los Jiang.

Wei WuXian había sido adoptado por ellos para cubrir las deficiencias de sus propios hijos, se empeñaban en llevarlo a todos lados y de introducirlo a sus conocidos más importantes, como si se tratara de una reliquia cara que quisieran presumir, y que de hecho, lo hacían muy bien.

WangXian One ShotsWhere stories live. Discover now