CAPÍTULO 17

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-¡Que lo diga Abbey, si tan chulo se cree!

Me rodearon.

Eran cuatro los que me acosaban.

No podía ir peor el día.

Para colmo, por la mañana mi madre me regañó y castigó porque alguien le había dicho que me había visto por la calle en horas de clase.

Evidentemente no pude volver a mi sitio favorito, y por eso hoy estaba aquí sufriendo.

Se veía que la habían cogido conmigo, y eso que no había hecho nada.

Ni bien había llegado al instituto, ya me miraban con cara rara.

Ese día fui solo al colegio, porque me había peleado con Nora.

Se enteró de que los días anteriores no falté por estar mal, si no para irme a otro sitio, y me dijo que yo la había traicionado.

Pero al llegar ahí y al ver ella que nadie me hablaba, se acercó a mí y prefirió olvidar todo.

-Perdón por haberme portado así contigo, Rubby.

Me disculpé yo también: no me sentía bien conmigo mismo por haber hecho eso.

A continuación subió a clase diciendo que iba a acabar rápidamente unos deberes que se le había olvidado hacer.

Ese día estuvo defendiéndome varias veces.

Los de mi clase intentaron también atentar contra mis piernas.

Les vi con intenciones de pegarme, pero ahí estuvo Nora siempre resguardándome de cualquier amenaza, como una mamá protegiendo a sus pollitos.

Mientras estaba acorralado por Ángel y sus amigos, empecé a rezar para que no me hicieran daño.

Instintivamente, una lágrima cayó por mi rostro.

Yo no me di cuenta, pero ellos empezaron a reír y a gritar:

-¡Ayy! ¿Te pones a llorar?

No me tocaron, pero me insultaron mucho y me dijeron algo que nunca olvidaré.

Miraron a todos lados y, al asegurarse de que no había nadie, Manu sacó un cigarro y me lo ofreció diciendo:

-Ten esto. Si exhalas, aunque sea dos veces, te perdonamos y te dejamos ir. 

Me miraron expectantes, mientras me animaban a hacerlo.

Yo no me lo podía creer.

Intenté ganar tiempo preguntándoles:

-¿Pero qué os he hecho? ¿Por qué ni bien he llegado me hacéis esto?

Y ellos me respondieron:

-Porque ni bien has llegado, como tú dices, te nos has puesto chulitos que si diciéndonos que dejemos al chaval ese en paz, que si diciéndonos que no digamos palabrotas.

-Exacto -le apoyó el segundo del grupo-. Y detestamos que nos digan lo que tenemos que hacer.

-Así que ya sabes -terció Ángel-. Si quieres seguir vivo, exhala de aquí.

-Venga anda, si es una vez. Por una vez no pasa nada.

Estuvieron insistiéndome tantas veces hasta que cansado, exclamé:

-¡No voy a fumar! ¡Soy cristiano y no pienso hacer eso ni aunque me hagáis lo peor del mundo!

Se hizo el silencio.

Después de un largo rato, se miraron entre ellos y Jon se me acercó y me amenazó:

-¡Te damos una última oportunidad! De lo contrario ya puedes ir preparándote para unos buenos moratones...

Cogí el cigarro y lo tiré al suelo.

Ángel me miró fijamente, y con rabia me gritó:

-¡Te vas a arrepentir de lo que acabas de hacer! ¡Quitad! -les gritó a los de su grupo-. Ya me ocupo yo de este creído.

Me preparé para lo peor, y en el último instante antes de golpearme apareció una figura que no olvidaré nunca.

No le vi la cara, lo único de lo que me acuerdo es que llevaba una bata muy blanca.

Simplemente se plantó entre nosotros y no dijo nada.

Ángel se sorprendió, pero la figura no se dejó intimidar y le dio su merecido.

Lo cogió de la camisa y lo levantó por los aires, mientras le daba unas cuantas bofetadas.

Me quedé alucinando.

A continuación, soltó algo parecido a un gruñido, y estos echaron a correr.

Al quedarme solo, el fenómeno se giró hacia mí, pero su cara brillaba tanto que tuve que girar la cabeza.

No me dijo nada.

Simplemente se fue.

A pesar de todo lo que sufrí ese día, fue el mejor de mi vida.

El Hijo Del Señor ~[EN CURSO]~Where stories live. Discover now