Un ángel perdido

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Las luces del estudio de Valentino la deslumbraron, y el ruido resultaba molesto, pero considerando las circunstancias, no tenía más remedio que entrar para solicitar una audiencia con él.

La mujer en la entrada la miró de arriba abajo, levantando una ceja antes de conectar la línea con su jefe. Al escuchar la respuesta, volvió a hacer una mueca, y oscamente le indicó que la siguiera, conduciéndola por entre los pasillos y escaleras hasta una amplia habitación.

Todo el lugar tenía un desagradable olor a alcohol, cigarro y algo más agrio que no supo identificar.

Finalmente llegó ante él: Valentino yacía tendido cuan largo era en la cama, con un cigarro en los labios, apenas cubierto por su abrigo, sin embargo, no era difícil adivinar que no llevaba nada debajo.

Charlie sintió que su garganta se cerraba dolorosamente, y que sus ojos estaban por desbordar lágrimas. Sin embargo, había algo más de fondo, algo que realmente ardía tanto o más que las planicies yermas abrazadas por el fuego del infierno.

—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó él con naturalidad.

—Vine por Angel —consiguió decir, avanzando tan calmadamente como podía, hacía la gran cama en el centro de la habitación.

Valentino, por respuesta, profirió una sonora carcajada mientras apagaba el cigarrillo directamente en uno de los brazos inferiores del Angel.

Charlie gimió al ver que no reaccionaba siquiera al dolor, y se preguntó si estaría muerto.

"No, no puede morir tan fácilmente", pensó con firmeza. Sin embargo, sentía que cada parte de su ser se estremecía con solo mirar el cuerpo blanco, con los brazos atados con correas de cuero tan ajustadas que ya habían lacerado su piel, manchando de rojo oscuro el pelaje del que estaba tan orgulloso.

Desde donde estaba, Charlie podía ver perfectamente el ano desgarrado, y una mezcla viscosa bajando lentamente hasta las sábanas sucias.

—Mírame a mí, estás hablando conmigo —dijo Valentino, interrumpiendo sus pensamientos —¿O es que el gran jefe no le enseñó modales a su progenie? Escucha. Está es mi casa, y esta es mi puta, y tú vas a largarte de aquí o le daré tu virginal culo de princesa a los pordioseros de afuera, si tan deseosa estás de ayudar a los demás, ese es un buen lugar para comenzar.

Pudo ver el perfil de Angel, apenas empezaba a inflamarse, aunque por la comisura de los labios pudo ver el vómito seco y más sangre ya casi negra.

Giró la vista hacia Valentino; ufano, soberbio, convencido de que la había insultado.

Quizás en otro tiempo, algo como otra vida, se habría sentido incluso avergonzada. Pero no en ese momento, no con todo lo que había pasado.

—Vete a la mierda, Valentino.

Conforme las palabras salían de su boca, sus cuernos aparecieron por entre su pelo, apartando el flequillo.

Él volvió a reír, incorporándose de una forma casi anti natural. El abrigo se abrió revelando su cuerpo desnudo, con restos de lo que parecía ser sangre, claramente de Angel, adherida a su piel. Su pene se balanceó entre sus piernas, y por la diferencia de alturas, quedó casi frente al rostro de Charlie.

El miembro negro y flácido, grotesco por su longitud y grosor, fue el último intento de intimidación, y no tuvo efecto alguno, ella simplemente levantó el rostro, buscando sus ojos.

—Hazte a un lado, voy a llevarme a Angel.

En ese momento, Valentino comprendió que no había realmente opción, debía apelar a la más primitiva ley del Infierno, la del más fuerte, así que entreabrió los labios mostrando sus colmillos, emitiendo un chillido de advertencia.

RedenciónWhere stories live. Discover now