Capítulo 9

49 11 13
                                    

TYRONE.

Muy bien, quiero pensar que esto es coincidencia nada más, y no que por azares del destino Kaylee se haya olvidado de su ropa interior en mi secadora.

Justamente eso.

Maldita infiel, como jode.

Sigo mirando la tela con detenimiento sin moverme, no sé a dónde pretendo llegar viéndolo. O tal vez si lo sé, pero no voy a masturbarme con eso, no soy un maniático.

Cierro la secadora para no seguir viendo esa tentación.

Le echo una ojeada a la cama cuando paso junta a ella, no puedo creer que otra vez su cuerpo haya posado sobre mis sábanas, aunque no como la última vez.

—Por qué no fui asexual —mascullo, saliendo de la habitación.

Es todo por las malditas hormonas, a cada nada quiero follar con una mujer y eso ya no es normal, necesito volver a ver a un psicólogo, mi salud mental se está desestabilizando poco a poco, eso nunca había pasado.

Mis emociones siempre están balanceadas, no muy seguido me pongo deprimente, porque a pesar de tener un amigo que no lo permite, no ando viéndole el lado malo a las cosas. Agregando que el único problema como adulto que tengo que manejar es el no poder tener a mi hijo cerca y mi trabajo.

Se podría decir que he sido estable por mucho tiempo, pero venir aquí no está siendo nada bueno.

Me metí con mi jefa, la cual está comprometida, lo peor de eso es que sigo deseándola, me está dominando el deseo hacia ella. ¿Qué carajos me hizo en una noche? Podría cambiar esa duda para empezar a cuestionarme por qué sigo interesado en ella.

Siempre que estoy con una mujer de una noche, no me entran ganas de buscarla de nuevo, me gusta variar y probar cosas diferentes, nunca ha dejado de ser así... entonces, ¿por qué no puedo hacer lo mismo con Kaylee? Qué tiene ella que no tengan las otras las cuales he olvidado a los dos días.

Algún fetiche a lo prohibido tendré que tener.

Saco mi teléfono de mi bolsillo cuando este suena, es una llamada de mi hermana, eso es raro teniendo en cuenta que me bloqueó de sus contactos para que no la llamara sin permiso.

—¿Qué quieres, Clara? —inquiero al descolgar.

Me siento sobre el sofá mientras dejo el teléfono sobre mis piernas después de ponerlo en altavoz.

—Mi hermano el promiscuo —la escucho decir al otro lado.

Miro extrañado el teléfono sobre mi pierna.

—¿Clara? ¿Qué te pasa, mocosa? —inquiero, incómodo por cómo me ha llamado.

A nadie le parece lindo que su hermana menor sepa que tiene una vida sexual activa... muy activa, aunque esa hermana menor tenga veintidós años sigue siendo incómodo.

—Necesito un pinche novio para que tus padres no se avergüencen de tener a una pinche lesbiana en su casa —se queja, haciendo bastante énfasis en lesbiana.

Otra vez con el mismo problema, mis padres podrán ser todo lo cariñosos que son, pero son unos homofóbicos de mierda, bastante reservados y cristianos.

Por culpa de sus palabras hirientes e ignorantes, Clara ha entrado en depresión en más de una ocasión, también está el imbécil de mi hermano Erick, se la da en culto el maldito reprimido sexual. Se la han pasado año tras año queriendo que Clara deje su sexualidad de lado, no quieren que venga a casa con una chica, sino con un chico.

—Oye, pequeña... ¿no crees que ya va siendo hora que salgas de ahí? —tanteo con precaución, no sé si sea bueno sugerir eso ahora— Ellos no te van a dejar de joder si no te alejas, créeme, ya veo esta situación muy tóxica.

Suelen irse de viaje con ella solo para presentarle a uno de los hijos de sus amigos, no lo hacen con la intención de unir alianzas o por dinero, lo hacen para que a Clara se le vaya la idea de gustarle su mismo sexo.

—Estoy harta, hermano —susurra, haciendo que me sienta mal por su tono—. Qué tiene de malo que quiera una novia.

—No tiene nada de malo, no dejes que sus palabras te jodan con su ignorancia.

La escucho sonarse la nariz, parece que además de estar llorando estuvo bebiendo.

—Recuerda que te tienen envidia —intento animarla—, Erick no puede conseguirse una mujer, imagínate un hombre.

Suelta una carcajada tan característica de ella, eso me hace sentir mejor.

—Mamá, casi está entrando en la menopausia —agrego, y su risa aumenta—, hace unos meses vi a papá con un papel de farmacia, había ido a comparar Viagra. ¿Ves que te tienen envidia? Tú comes cuando quieres y de lo que quieras.

Una risa se me escapa al recordar ese día, fui corriendo a contárselo a Lucas y el idiota se puso a insinuar cosas cuando estuvo frente a mi padre.

—Por eso Lucas andaba preguntando qué sienten los ancianos al excitarse —deduce, cuando logra calmar su risa.

—Sí, el chismoso no pudo guardárselo para sí mismo —confirmo.

La escucho suspirar profundamente del otro lado.

—Gracias, eres el mejor hermano —asegura—. Deberíamos mandar al marica de Erick a la verga, a ver si así coge gusto.

No me guardo la risa al escucharla, nunca esconde su desagrado hacia nuestro hermano mayor.

—A ver tú, cómo te está yendo en tu nueva cuidad de pingüinos —cambia de tema—. Ya te tiraste a una sensual canadiense, usaste tus jueguitos.

Al escucharla, me giro para mirar la última puerta en el pasillo, dejo de mirarlo casi al instante, no quiero revivir eso ahora.

—No digas disparates, vine a trabajar —dejo en claro, aunque esté omitiendo algo.

—Me vas a decir que no te has cogido a una mujer en lo que llevas allá —cuestiona, sonando incrédula.

Sí, me cogí a mi jefa.

—No, Clara —miento—, no lo he hecho.

—Caramba, este es el cambio.

—No jodas, niña.

Se queda en silencio y estoy seguro que espera que confiese, no suelo mentir con frecuencia, menos a ella.

—Si estuve con una mujer —termino por confesar—, fue el tercer día de haber venido.

Suelta un silbido que me irrita más de lo que estoy por recordar con quién fue.

—¡No pierdes el tiempo, hermano! —celebra con entusiasmo— Quién es la afortunada de probar de tus suculentos dotes.

—¡Clara! —la reprendo.

No estoy listo para decir quién es la "afortunada" y menos para hablar sobre ello con mi hermana menor. Si a alguien le parece normal, a mí no me lo parece en lo absoluto, no lo sé, se siente extraño.

—Dejemos mi vida privada tranquila —pido, por el bien de mi tranquilidad—, mejor veamos cómo resolver tu situación... ¡ah, ya lo tengo!

Me acomodo sobre el sofá y tomo el teléfono en mis manos.

—Vente a vivir aquí conmigo —propongo, pero al instante siento ganas de aclarar algo—, o sea, vamos a comprarte un apartamento cerca del mío.

No obtengo respuesta de su parte al momento, temo que le resulte estúpida la idea.

—¿Clara...?

—¡Es la mejor propuesta que me han hecho! —alejo el teléfono cuando su chillido me molesta el oído— Como dicen ahora, ¡sí a todo menos al divorcio!

—Esa fue asqueroso.

—Sí, lo siento, fue la emoción.

Sonrío un poco aliviado de que haya aceptado, no quiero que siga en ese estado por culpa de mis padres o de Erick. Agregando que el pueblo donde vivimos es bastante reservado con esos temas, no soportaría que las personas la empezaran a acosar por lo que es, porque suficiente con el sutil rechazo de su familia tiene.

Aunque a veces se la dé en fuerte y hace como que nada le molesta, sé que es muy sensible y poco tolerante a las palabras hirientes. No quiero que mi pequeña hermana sufra más de lo ya ha sufrido.

—Puedes terminar la universidad aquí —sugiero también—, seguro el ambiente nuevo te hará encontrar tu vocación.

—Eso lo dudo, pero no es mala idea —concuerda.

Clara aparte de inestable es indecisa, lleva dos años de carrera financiera, pero en realidad no es lo que le gusta. Dice que hasta que no encuentre algo que realmente le salga del corazón, se mantendrá ocupada estudiando para el negocio familiar.

Unos años sabáticos serían mejor opción.

—Entonces... ¿aceptas? —tanteo, quiero estar bien seguro.

—Ve haciendo los trámites de mi nuevo hogar, en dos días me tienes en Vancouver.

Mi sonrisa se extiende más al escucharla.

Ahora lo difícil será tomar la responsabilidad de hablar con mis padres, claro que no para pedirles permiso porque Clara es mayor de edad, sino, para que no impidan su viaje pensando que quiere venir a tener el libertinaje que no tiene allá.

Termino de hablar con mi hermana y me dispongo a salir del apartamento para ir a hacer la compra, odio no tener suplementos para cocinar, eso de pedir comida a domicilio me cae como una patada en el estómago.

Mientras voy en el ascensor, pienso en la mandona y las palabras que dijo en la cocina.

«Eso ya lo veremos»

¿Qué significa eso? Acaso piensa impedir que vuelva al club o qué.

Trato de ignorar el hecho de que dijo indirectamente que ama a su novio, no sé por qué me pincha eso cada que lo recuerdo. Sea cual sea la razón por la que lo esté engañando, me sigue pareciendo inmoral de su parte, muy mal... y yo no quiero ser partícipe de esa infidelidad.

Iré a ese club y me voy a follar a la primera que apunte mi verga, Kaylee no me va a impedir nada, esta noche voy porque me llamo Tyrone.

Pero primero debo ir a la tienda.

Salgo cuando las puertas se abren, saludo a la recepcionista que me guiña un ojo cuando la miro, que maldito coqueteo tiene esta mujer, pero no la juzgo, sé que soy hermoso, modestia aparte...

No, mentira, soy un puto bien guapo, ninguna modestia aparte, al que no le gusta que se meta los ojos en el culo.

Al llegar a la tienda me voy a cambiar mis dólares estadounidenses por unas canadienses, no lo he hecho desde que llegué y ya es hora que me adapte de lleno al país, no puedo hacer eso si no suelto todo lo de mi país.

Chocó con un pequeño cuerpo al girarme, la cabellera negra me indica que es una mujer, la piel pálida y la cara me confirman que es Rose. La hoja humana.

—Lo siento, Rose —me excuso, mordiendo mi lengua cuando ya se está volviendo como su nombre en español.

—No, yo iba mirando esto —señala en catálogo de modas en su mano—. En parte es mi culpa.

Siento la necesidad de preguntarle si sufre de alguna enfermedad que haga que sea tan pálida, pero me abstengo de hacerlo, pues es imprudente y estúpido.

La mano que sostiene el catálogo baja y me permite ver su cuerpo, la detallo sin vergüenza alguna: al no llevar vestido, me doy cuenta que a pesar de ser bajita tiene buenas curvas, el pantalón gris que lleva se ajusta muy bien a su cadera, dejando ver unas piernas torneadas y, desde mi ángulo, un no tan voluptuoso pero firme trasero, también tiene una de esas pequeñas blusas que las mujeres usan y hasta nombre tiene, ¿cómo era, top crop? Como sea, no tiene unos pechos grandes, pero si de un tamaño considerable.

Hay un pequeño tatuaje de una estrella a su costado, y me sorprende ver que también tiene un piercing en el ombligo. Subo a su cara y la puedo detallar mejor que la última vez, ya que ahora tiene un moño hacia atrás que dejan apreciar bien sus facciones.

Sin llevar nada de maquillaje, se ve bonita, el reflejo de la luz hace brillar sus verdosos ojos, la delicadeza de sus pómulos colorados por el sonrojo, su pequeña nariz, lo sutil de sus carnosos labios y esa mirada tímida... me llama a voces ahogados que me enamore.

Debería fijarme en ella, no en Kaylee... pero al igual que como la primera vez, quiero confirmar.

—¿Tienes novio, Rose? —inquiero sin previo aviso.

Ella parpadea varias veces ante mi pregunta, me había quedado en silencio unos minutos y de la nada le hago esa pregunta, es entendible su reacción.

—No... no, tengo —casi balbucea la respuesta, se rasca el cuello bajando la mirada a sus pies—. ¿Por qué preguntas?

—Me pareces muy bonita —afirmo—, aunque creo que ya lo sabes.

Su cuello también se pone rojo y la veo morderse el labio inferior.

—No suelen decírmelo muy a menudo —confiesa—, con suerte sé que lo soy.

—Oye —me tomo el atrevimiento de llevar mis manos a sus hombros—, el que no te lo digan a menudo no significa que no lo seas. La primera que debe tenerlo en cuenta eres tú, mírate en un espejo y date cuenta de ello, eres muy hermosa.

Alza la mirada hacia mí dejando ver el aumento de su sonrojo, me parece extraño que se ponga así solo porque le dije la verdad, odio que una mujer no tenga seguridad en sí misma y no sepa lo que vale.

—Gracias —termina por contestar en un susurro—. Eres muy amable.

—No lo decía por amabilidad, es la verdad.

Alejo mis manos y le dedico una pequeña sonrisa.

—¿Quieres acompañarme a hacer la compra? —pregunto sin perder tiempo.

Asiente con timidez antes de darse la vuelta. Tomo un carrito para comenzar a caminar por los estantes llenos de alimentos, Rose camina junto a mí mirando las cosas a su costado, sostiene el catálogo contra su pecho como si se estuviera tapando.

Lo tomo para después tirarlo en el carrito, ella me mira confundida dejando de caminar.

—¿Por qué te tapas? —inquiero, tomando unos frascos de pepino.

—No lo hacía...

—A ver, en lo que estemos juntos, vas a dejar ese miedo —pido, ahora sí, mirándola—. No eres cristiana, no veo por qué te reservas tanto.

—Es que... no me gusta que me miren mucho, no sé para qué me puse esto.

Dejo los frascos en el carrito para acercarme a su lugar.

—¿Te sientes incómoda ahora mismo?

Asiente lentamente con la cabeza gacha.

Me quito el abrigo que llevaba puesto y se lo entrego, tarda un momento en tomarlo en mis manos por la sorpresa que le generó el repentino acto.

Cuando por fin lo toma, me arreglo la camiseta que traía debajo, vuelvo a los estantes para seguir mirando bien la fecha de caducidad de estas cosas, lo hago por una experiencia que no quiero repetir.

—Gracias, Tyrone —la escucho decir.

Cuando me giro ella ya se ha puesto la prenda y se lo está arreglando de una manera que no se vea lo grande que le queda.

—Pareces mi madre al hacer eso —comenta, acercándose a mi lugar— ¿Por qué miras la fecha tan minuciosamente?

—Una vez me intoxiqué por un producto caducado —le cuento—, lo peor es que esos malditos lo tenían en oferta. Me hicieron un lavado estomacal y tuve que beber sopa por una semana, sabes que eso no llena ni a un bebé.

La escucho reír bajito.

—Me parece que has quedado traumado —bromea, y la miro un momento.

—Ahora soy más precavido, querrás decir.

Noto que poco a poco va perdiendo el miedo que hace unos minutos tenia, eso me agrada.

Pasamos por cada pasillo con contenido alimenticio para llenar el carrito, eso equivale a tener mi alacena llena por unas semanas, ya que, no voy a cocinar a diario.

Rose me cuenta sus inicios en la empresa, la escucho atento incluso cuando menciona a la mandona un par de veces.

—Te gusta lo que haces o lo haces por hacer —indago, dando un paso al frente cuando la fila a la caja se mueve.

—Me encanta lo que hago —asegura, sonriendo un poco mientras me mira—, es algo de lo cual nunca me voy a arrepentir de haber elegido.

Me recuerda a mí cuando hablo de mi trabajo, siempre digo eso, porque de verdad me gusta lo que estudié y por lo que hoy me sustento.

—Eso es muy bueno, aunque —hago una pausa buscando las palabras adecuadas—, ¿no es difícil para ti hacerle cálculos a Kaylee y ser su asistente personal?

Me doy cuenta que dije su nombre con mucha confianza, pero Rose no parece percatarse de ello.

—He aprendido a manejarlo, cuando de verdad amas algo, a veces debes soportar sus secuelas.

—¿Amas ser su asistente personal?

—¡Ni con brujería! —se niega con dramatismo, haciéndome reír— Trabajar tan cerca de ella es el infierno, nunca está conforme con nada y siempre quiere todo a la perfección. Nada de fallos o te hace desear no haber solicitado un trabajo en su empresa.

—Veo tu dolor, me parece que sufres —la molesto, fingiendo pesar.

—Oh, Tyrone —hace un sonido con la lengua, negando con pesar—, todavía no sabes lo que es sufrir. Pronto lo sabrás y no te va a parecer divertido mi caso.

—Admiro tu caso, no muchos aguantan al diablo.

Se echa a reír, logrando llamar la atención de las personas que están delante de nosotros. Cuando se da cuenta de ello, deja de hacerlo mientras limpia debajo de su párpado, retomando su compostura.

—Lo siento —se excusa, dando unos pasos hacia al frente cuando la fila se mueve.

En lo que llevo hablando con ella, he notado que dice mucho eso, por cualquier cosa se disculpa sin importar si no tuvo la culpa.

—Te disculpas mucho, deja de hacerlo —le pido, mirándola a los ojos.

—Lo siento... lo siento, no quise...

Se tapa la cara con la mano soltando un gruñido de frustración, parece que lo hace inconscientemente. Me acerco a su lugar para quitar sus manos de su cara, levanto su barbilla para que me mire a mí y no al suelo.

—No tienes que ponerte así conmigo, siéntete libre de ser tú misma. Y no digas "lo siento" por cualquier cosa.

Sus labios se elevan en una sonrisa que me hace sonreír a mí por inercia.

—Bien, así será —susurra, dejando su mano en mi brazo.

Me quedo mirando sus ojos que están fijos en los míos, los bajo a sus labios sin poder evitarlo, su lengua pasa por ellos obligándome a mirarla otra vez. Me doy cuenta que, sigo con mi mano en su barbilla y estoy más cerca de lo que debería estar.

Carraspeo antes de alejarme, coloco mi mano en el carrito fijando mi vista en la fila frente a mí.

Ni lo pienses, maldita verga, ella no.

Trabajo, no mujeres, dinero, no folladas.

—¿Qué tal estás manejando esto de las cuentas? —corta el silencio entre los dos— Creo que te dejaron mucho con que trabajar.

—Me pondré al día con todo el lunes —aviso, volviendo a avanzar en la fila.

—Te deseo suerte.

La miro con una mueca.

—¿Por qué todos hablan como si me fuera a la guerra? —cuestiono, ya me parece tedioso.

—Un día vas a decir: "oh, esto es un dejá vu, ¿dónde he vivido esto? ¡Ah, me lo advirtieron mucho!"

El tono grave que usa me hace reír por lo raro que suena.

—Puedo soportarlo —afirmo muy seguro, avanzo cuando ya casi es mi turno—, además, ¿qué tan malo puede ser lidiar con la señorita Kaylee?

—No quisieras que te regañe, y peor aún, si lo hace en su idioma natal.

—O sea, francés...

—Su trabajo la obliga a saber varios idiomas, cuando comienza a insultar en dichos idiomas, da miedo... mucho miedo, Tyrone.

Su semblante tenso me indica que habla en serio, lo demuestra su expresión. Me he dado cuenta que lo que más influye Kaylee sobre las personas es miedo, siendo una mujer tan joven y ya parece una dictadora.

—Es capaz de bajarte la autoestima o las ganas de vivir en cuestión de segundos —vuelve a hablar, bajando la mirada a sus pies.

Entrecierro los ojos en su dirección, tratando de analizar sus palabras y en el sentido en que las dijo.

—Rose... ¿te has sentido mal por algo que te ha dicho Kaylee? —tanteo con precaución.

No responde a mi pregunta, se rasca el cuello provocando que se le ponga más roja que hace un rato.

—Es, tu turno... —me avisa, esquivando mi mirada.

Me doy cuenta que el tema no le sienta bien, menos hablarlo conmigo. Me posiciono frente a la caja para pasarle las cosas a la mujer, Rose se queda en silencio mirando el lugar sin mucho ánimo.

Quisiera conocerla, pero se ve muy reservada, tímida y sin ganas de socializar por su propia cuenta. Y ahora me despierta curiosidad, saber si de verdad es tímida solo en público, porque ya he conocido a muchas que parecen un pan de Dios, pero cuando toman confianza en privado son otra cosa.

—Bueno, fue muy agradable tu compañía —hablo, cuando ya estamos fuera del local.

Sostengo la bolsa que me entrega para sostenerla junto a las demás, caminamos unos pasos hasta que me detengo junto a mi auto y abro el maletero.

—Digo lo mismo —concuerda, juntando sus manos detrás de su espalda—. Disfruta tu fin de semana, el lunes tenemos trabajo.

—Es un spoiler sobre lo que me espera la próxima semana —entrecierro los ojos hacia ella, volviendo a cerrar el maletero—. Vamos, dime qué nos depara la señorita Kaylee.

—No te diré —se niega, dando unos pasos en reversa—, es más emocionante descubrirlo a modo sorpresa.

Sonrío cuando me guiña un ojo, dándose la vuelta para ir a un BMW rojo a una distancia de la mía. Observo su caminar reservado a medida que camina, aun así, no deja de hacerlo con elegancia.

Me subo al mío para salir de ahí e ir a comer algo, quiero descansar lo más posible cada fin de semana, tan solo un día de trabajo sirvió para cansarme hasta la médula.

La tarde entera la paso acostado en el sofá hasta que se hace de noche, me complace decir que después de unas largas horas de siesta me siento rejuvenecido, con más energía de la normal, y eso hay que aprovecharlo de la mejor manera.

Me alisto para poder ir al club antes que se me haga más tarde, esta vez, decidido a no dejar que nada ni nadie me interrumpa o irrumpa en mis pensamientos.

Hago lo mismo que hice anoche, me amarro el cabello para que pase desapercibido para manos curiosa que nunca han visto cabello rizado.

¿Qué no se puede olvidar al salir de casa? Teléfono, dinero, llaves, desinfectante y sobre todo la puta mascarilla azul.

Decido cambiar la rutina y tomo una de color negra, después de tener todo lo esencial para ir a un club nocturno, salgo con todas las ganas de divertirme por primera vez en este país. No puedo perder la costumbre de hacerlo sin importar dónde me encuentre.

Comienzo a manejar por las calles transitadas ya que son las siete de la noche y muchos salen a caminar o seguro a alguna fiesta. Tarareo la canción que coloqué en la consola, escuchar música siempre me pondrá de buen humor sin importar la situación, me calma una buena letra, un buen sonido.

Necesitamos música para todo, yo lo necesito para todo, incluso para dormir.

Doblo a la siguiente esquina después de dejar el centro comercial detrás, voy bajando la velocidad a medida que noto que no hay personas frente al bar, que es la entrada lo que ya se conoce.

Detengo el auto abruptamente al ver a la mandona apoyada contra la pared de la entrada, esa en definitiva es ella, y lo confirmo cuando ella nota mi presencia en el lugar y comienza a acercarse.

Lleva una falda jeans azul, le llega hasta los muslos y se aprieta a estas, un sweater negro le cubre la parte de arriba de su cuerpo, a pesar del cuello de tortuga, trae una bufanda blanca cubriendo todo su cuello. El sonido de la punta de sus botas las cuales le llegan hasta los tobillos, resuena con fuerza por el lugar casi en silencio, me sorprende ver su cabello peinado con un moño alto, ya me acostumbré a verlo alborotado.

—¿Qué mierda haces aquí? —espeto, sin disimular mi fastidio.

Sobre todo, porque veo el local cerrado, la miro con desconfianza sospechando que tiene algo que ver en eso, porque mágicamente hoy está cerrado.

—Lo mismo que tú —afirma, con una sonrisa tranquila—, vine y sorpresa, no abrieron hoy, eso es extraño.

—No me jodas, Kaylee —mascullo, apretando el volante en mi mano.

Levanta las manos frunciendo su ceño.

—Yo no tuve nada que ver —se defiende enseguida—, ni que fuera la dueña.

Pongo los ojos en blanco tratando de no alterarme, ya me quito el maldito humor que había adquirido.

—Mira, te propongo algo —habla, la miro sin fiarme de lo que vaya a decir—, conozco una discoteca no muy lejos, para que no te arruines la noche puedes ir.

Sopeso la idea, no me parece mala, no quiero volver a casa tan temprano y no hacer nada.

—Bien, dame la dirección...

—Perfecto —me corta antes de que siga—, será una buena noche.

La veo darse la vuelta para detenerse en la ventanilla del asiento del copiloto, se queda mirándome en espera de que le abra.

—¿Qué pretendes? —inquiero, mirándola ceñudo.

—Te sugerí un lugar, ahí también voy a ir yo, no voy a arruinar mi noche porque a estas personas se les ocurrió no abrir.

—A mí qué me importa.

—Abre la puerta —ordena, ahora seria.

—Es mi maldito auto, ¿sabes qué? Me iré a mi casa, no necesito tu estúpida discoteca.

—Está bien, vete a la mierda si quieres, pero al menos déjame allí. No traje mi auto, como podrás ver.

Aprieto los labios al darme cuenta que es cierto, hago una mueca antes de abrir la puerta y dejar que suba. Su perfume de lavanda inunda el aire en el auto, mezclándose con mi colonia, no tiene un efecto desagradable, como siempre es al contrario... huele bien.

La observo abrocharse su cinturón de seguridad, tiene un lindo perfil ahora que su cabello está recogido. Fija sus ojos en mí después de terminar, todas las cosas que me dije mentalmente antes de salir se van a la mierda, ella ahora vuelve a mi mente y no lleva prenda como ahora.

Puta madre, por qué la deseo tanto a pesar de saber que no debería.

—Vamos, Tyrone —susurra mirándome de la misma manera en que me miró la primera vez.

El deseo en sus ojos sigue ahí, parece que en lugar de desaparecer aumenta. Eso me hace pensar en las palabras que dijo en la sala de reuniones.

«Y si es por meterme contigo otra vez, tú deberías temer»

Ahora temo que tan lejos pueda llegar ese deseo que nos sentimos, pero más temo hasta qué límite es capaz de llegar ella.

Le temo a ella, porque tiene cara de que me va a volver añicos.


IMAGEN EN MULTIMEDIA: Jenna Coleman queda perfecta para Rose <3 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

IMAGEN EN MULTIMEDIA: Jenna Coleman queda perfecta para Rose <3 

La obsesión de KayleeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora