Introducción: Omega Dorado

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La naturaleza caótica de Aegon y su particular gusto por meterse en problemas desde una edad temprana no eran un tema al azar, partieron de una promesa que le hizo a su madre... O lo que él entendió por lo que le prometió a su madre.

La verdad es que Aegon desde que tuvo conciencia de lo que significaba su existencia para el reino supo que su casta podría significar dos cosas: una guerra sin ganadores o una paz intranquila.

El mismo no se consideraba una persona inteligente, pero sabía que si él llegaba a ser un Alfa, viviría una vida terrible, condenado a luchar por un Trono que no le interesaba, obligado a pelear con su media hermana Rhaenyra y con eso llevar a sus hermanos menores a una vida de miseria e infelicidad.

Pero si llegaba a ser un Omega, podría vivir tranquilamente bajo la protección de un Alfa, aislándose de toda esa disputa familiar, y él no tendría mayor desgaste que engendrar herederos e ir a fiestas para conocer los chismes, además de dejarle a las nodrizas el cuidado de sus hijos y, cuando fuese pertinente, casarlos con buenos prospectos.

Como escenario más terrible, sería casado con un anciano asqueroso que le duplicara la edad. Así como su madre, que se casó con Viserys.

Pero no le importaba, desde siempre siguió órdenes, o al menos lo intentaba, prácticamente nada en su vida era su decisión y las únicas veces que tenía que pensar por él mismo eran sobre si bebería vino o cerveza... lo cual era bastante triste.

Si llegaba a ser Alfa, el peso de la corona lo atormentaría. Si llegaba a ser Omega, solo dependería de ser casado con un Alfa de bien.

Jamás pasó por su mente el ser beta, no era para nada común que los Targaryen nacieran con aquella casta tan... Ordinaria...

A los nueve años ya estaba más que seguro de que quería la vida que su madre tenía, anhelaba ser un Omega como su madre; su única preocupación era cuidar a Viserys, responder las cartas que le mandaba su padre Otto desde OldTown, regañar a sus hijos, hablar sobre la fe de los Siete, organizar banquetes y bailes y, sobre todo, verse bonita y saber los chismes de la Fortaleza Roja, también los chismes de las casas aliadas y alrededores. Todos los lores y personas de bien querían el favor de su madre, por su poderosa posición.

Eso sonaba a una buena vida.

Aegon nunca fue dedicado a los estudios, pero un día en particular el Maestre le había encomendado la tarea de hacer un ensayo sobre "La importancia de los Omegas en la estabilidad y prosperidad de un reino". Como era de esperarse, Aegon entendió lo que quiso y empezó a sacar todos los libros de la biblioteca que contenían la palabra "omega".

Por culpa de ese ensayo y de un libro en particular que estaba mezclaba el "Alto Valyrio" y el "antiguo Valyrio". Aquél título tenía por título "Omegas Dorados", aquello llamó la atención del joven, ya que a su Dragón Sunfyre le decían "El dorado", por lo que con la ayuda de un diccionario tradujo ciertas partes del libro, lo cual hizo que se empezara a interesar más y más en el tema que abarcaba el libro: cómo eran percibidos los Omegas Masculinos en la Antigua Valyria. 

Los omegas masculinos se consideraban sagrados, un objeto de protección y un signo de que los Dioses estaban de su lado. Si el Omega en cuestión resultaba ser jinete de Dragón era inmediatamente considerado un ser divino, algo así como la "reencarnación de la magia y supremacía de los Dragones", era tanta la devoción por ellos que se les comprometía con los Herederos o incluso con los Reyes de la Antigua Valyria y sus hijos eran los que sucederían el Trono, independiente si había más Herederos, el primogénito nacido de un Omega varón y jinete de Dragón sería el Rey. A esa clase de Omegas se les llamaban "Omegas Dorados".

Aegon, convencido de que él quiere esa vida de "Omega Dorado", empezó a buscar indicios en él mismo que delataran ser un Omega. Se obligó a estudiar los aburridos libros de biología y buscar coincidencias con las descripciones.

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