Nivel O7

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—Cielos, es tan raro ver mi cara en la calle... —murmuró Jimin para sí mismo al encontrarse con una pantalla led en lo alto de los anuncios ubicados en la avenida.

Su imagen -obviamente más animada de lo que él luce en la vida real- se mostraba disparando mientras realizaba parkour por las calles lluviosas e iluminadas de colores neón del juego. Afortunadamente él había estado presente en las animaciones, por lo que cada movimiento era correcto. Le daría un tic si un anuncio suyo fuese erróneo en algo que aprendió desde nene.

Aún le faltaba conocer más de Seúl, pero por ahora sabía lo suficiente de calles para ir a dejar a Lala en la casa Jeon, después de que la abuelita haya pasado el tiempo con ellos desde el día anterior.

Justo hoy la publicidad de Kitty, just kill había salido. A eso de las diez de la mañana. Seokjin los había levantado a todos para ver el primer comercial dedicado a ello en la televisión de la sala, así mismo con los videos en las redes sociales. Aquella había sido la razón de que Lala hubiese estado con ellos desde ayer.

Ahora iba de regreso al edificio, esforzándose por recordar el camino de vuelta y no perderse. Podrían ser las mismas calles que en su mundo, pero todo lucía, por lejos, muy diferente. Jungkook le había dicho que pedirían comida mexicana cuando regresara. Una cosa llamada chicotle o algo así.

No pudo detenerse a analizar si aquella era la palabra correcta. Comenzó a sentirse observado.

Su primer impulso fue tomar su arma sostenida contra su muslo pero, oh, cierto, que ahora ya no lo dejaban salir armado a las calles pirqui is iligil.

Observó su entorno para detectar lo que le ponía en peligro, topándose con un grupo de jóvenes estudiantes mirándolo fijamente a él y a la pantalla led de hace cuatro metros atrás. Sus rostros eran de asombro y confusión.

—Eh, ¿qué no es el personaje del video juego de la publicidad de Koya? —habló uno de ellos.

—¿Quién? —preguntó una chica que estaba caminando justo a lado, deteniéndose.

—Él —Kitty Gang casi se orina cuando el estudiante le señaló.

Antes de descifrar qué podía hacer para desaparecer discretamente, otras ocho personas ya le miraban y se acercaban con celulares en mano, grabándolo.

—Puta madre —murmuró de nuevo para sí mismo. Ya tenía a otras cinco rodeándole.

Su corazón se aceleró, todas las cámaras apuntaban hacia él, no entendía las preguntas que le hacían, la cantidad de personas acercándose incrementaba a cada costado que mirara, el ruido de la ciudad y la gente le aturdía, las luces neón de otro anuncio publicitario del juego le encandilaron, sus manos volvieron a buscar su arma e incluso a su katana en su espalda, sus parpadeos le engañaban con alucinaciones de él siendo rodeado por compañeros mayores en los entrenamientos del orfanato cuando tenía ocho años...

Y corrió.

El grupo inicial de estudiantes le siguió junto a otras pocas personas, no sabe cuántas, porque otra persona con su mascota se le atraviesa en el camino y se apoya en la pared para brincar y evitar el choque.

Después de eso comienza a saltar por cualquier cosa que le sirva de apoyo, rodando y trepando. Seguro los muchachos le dejaron de seguir desde que se toparon contra la persona con su mascota atravesándose, pero él no se detiene y sigue huyendo, tan nervioso de que tantas personas conozcan su cara y su nombre. Temeroso de no tener su arma consigo, temeroso de saber que toda esa gente no planeaba hacerle daño pero él ya buscaba su pistola.

No importaba que ya fuera veinte de febrero, aún no se acostumbraba al nuevo contexto en el que vivía. Quizá nunca lo haría.

Ya que había cambiado su rumbo a una calle que recordaba pero que ahora no le servía de camino para regresar al edificio, decidió seguir hasta llegar a las instalaciones de Koya.

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