Capítulo 6☃️

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El final de octubre significaba reuniones de padres con profesores y las tan anheladas vacaciones para los alumnos. Pero para Hyun Joong significó también serios quebradores de cabeza. Tuvo que hacer malabarismos para dejar a los gemelos con su hermano, Jibin y la señora Eujin, y poder hacer así un viaje de encargo de materiales y una inspección de instalaciones eléctricas.
   
Para cuando aparcó la camioneta en el complejo educacional, estaba hecho un manojo de nervios. Estaba a punto de enterarse de cómo se habían comportado sus hijos cuando estaban fuera de su vista y de su control. Le preocupaba no haber dispuesto de tiempo suficiente para ayudarlos con sus deberes y, de alguna manera, sentía que había fracasado en su misión de apoyarlos en las demandas tanto educativas como emocionales de su primer curso. Por culpa de su fracaso, sus hijos podían convertirse en seres neuróticos, ignorantes y antisociales.
   
Sabía que semejantes pensamientos eran ridículos, y sin embargo no podía evitar verse continuamente asaltado por aquella clase de temores.
   
–¡Hyun Joong! –el bocinazo y el sonido de su nombre lo sacó de su ensimismamiento, hasta que descubrió el coche de su hermano. Tenía la cabeza fuera de la ventanilla–. ¿Dónde te habías metido? Te llamé hasta tres veces.
   
–Dentro de un minuto tengo una entrevista con la profesora de primero –le dijo mientras caminaba al lado del coche, en la misma dirección.
   
–Ya lo sé. Yo vengo de una reunión en el instituto.
   
–Perdona, pero no puedo llegar tarde.
   
–Tranquilo, que no te multarán por ello… Mi reunión era para recaudar fondos para los uniformes del nuevo coro. Esos chicos llevan doce años con esas viejas togas. Esperábamos recoger dinero para comprarles algo más bonito.
   
–Está bien, yo también haré una donación, pero ahora de verdad que no puedo entretenerme… –ya se estaba imaginando a la joven profesora de primer curso mirándolo mal por haber llegado tarde, uno más en la larga lista de defectos de los varones de la familia Kim.
   
–Sólo quería decirte que Young Saeng parecía molesto por algo.
   
–¿Qué?
   
–Molesto –repitió Hyung Jun, contento de haber atraído por fin toda su atención–. Se presentó con un par de estupendas ideas para recaudar fondos, pero obviamente estuvo muy distraído –enarcó una ceja, mirándolo con expresión desconfiada–. ¿No habrás hecho tú algo que le haya molestado, verdad?
   
–No. ¿Por qué habría de hacer una cosa así? –tuvo que hacer un esfuerzo para no removerse inquieto, de puro culpable que se sentía.
   
–Yo no lo sé. Pero como lo has estado viendo…
   
–Sólo fuimos al cine.
   
–Y a comer pizza –añadió Hyung Jun–. Un par de compañeras de Jibin los vieron.
   
«La maldición de los pueblos pequeños», pensó Hyun Joong, hundiendo las manos en los bolsillos.
   
–¿Y?
   
–Y nada. Que me alegro por ti. A mí me cae muy bien. Jibin está loco por él. Supongo que me siento un tanto… protector. Definitivamente está molesto, Hyun Joong. Preocupado. Y se esfuerza por disimularlo. Quizá deberías hablar con él.
   
–No pienso husmear en su vida privada.
   
–Tal como yo lo veo, ya formas parte de su vida privada. Nos vemos después –y aceleró de pronto, sin darle oportunidad a despedirse.
   
Mascullando entre dientes, Hyun Joong se encaminó hacia el edificio de la escuela primaria. Cuando media hora después volvió a salir, su humor había mejorado mucho. Sus hijos no habían sido formalmente declarados inadaptados sociales con tendencias homicidas, después de todo. De hecho, su profesora los había elogiado.
   
Por supuesto, lo había sabido durante todo el tiempo.
   
Quizá Youngsoo olvidara de vez en cuando las normas y se pusiera a hablar con sus compañeros en clase. Y quizá Kyungsoo fuera demasiado tímido a la hora de alzar la mano cuando sabía la respuesta a alguna pregunta. Pero al final se estaban adaptando bien.
   
Una vez aligerado aquel enorme peso de sus hombros, se dirigió por impulso hacia el instituto. Sabía que su entrevista había sido la última de la jornada. Ignoraba cómo funcionaban las entrevistas con los padres en la secundaria, pero a esas horas el recinto estaba prácticamente vacío. Vio el coche de Young Saeng, sin embargo, y decidió acercarse. No fue hasta que estuvo dentro del edificio que se dio cuenta de que no tenía la menor idea de dónde localizarlo. Se asomó al auditorio, pero estaba desierto. Dado que se había aventurado tan lejos, decidió preguntar en recepción. Siguiendo las instrucciones de una de las secretarias, que ya se marchaba, recorrió un pasillo, subió una rampa y giró a la derecha.
   
El aula de Young Saeng estaba abierta. No se parecía, por cierto, a ninguna otra que hubiera visto antes. Aquella tenía un piano, atriles, instrumentos, un magnetófono de grabación. También estaba la inevitable pizarra, toda limpia, y el escritorio donde Young Saeng se encontraba trabajando.
   
Se le quedó mirando durante un buen rato: la manera que tenía de sostener el bolígrafo, el suéter que llevaba atado al cuello, su cabello alborotado. Se le ocurrió de pronto que si de niño hubiera tenido un profesor como él, se habría interesado muchísimo más por la música.
   
–Hola.
   
Alzó rápidamente la cabeza. Hyun Joong detectó en sus ojos un brillo de hostilidad que le sorprendió, un gesto crispado de su mandíbula. Pero luego soltó un profundo suspiro y forzó una sonrisa.
   
–Hola, Hyun Joong. Bienvenido al caos de papeles.
   
–Parece que tienes mucho trabajo –entró y se acercó al escritorio. Estaba cubierto de papeles, libros, impresiones de ordenador y partituras, todo ordenado en montones.
   
–Todo el que supone terminar la primera evaluación, planificar las próximas clases, diseñar las estrategias de recaudar fondos, rematar los preparativos del concierto de vacaciones… e intentar estirar el presupuesto para el festival de primavera –respondió, esforzándose por sacudirse su aparente mal humor–. ¿Y tú? ¿Cómo te ha ido el día?
   
–Bastante bien. Acabo de entrevistarme con la profesora de los chicos. Van muy bien. Sudaba de miedo a la espera de recibir las notas.
   
–Son unos chicos estupendos. No tienes por qué preocuparte.
   
–La preocupación viene con la paternidad. ¿Qué es lo que te preocupa a ti? –le preguntó antes de que pudiera recordarse que debía ser discreto.
   
–¿De cuánto tiempo dispones? –le espetó Young Saeng.
   
–Del suficiente –curioso, apoyó la cadera en el borde del escritorio. Descubrió de pronto que ansiaba consolarlo, borrar aquel oscuro ceño suyo–. ¿Un día duro?
   
Young Saeng irguió los hombros y se levantó del escritorio. La indignación le impedía quedarse quieto.
   
–Los he tenido mejores. ¿Sabes cuánto dinero recibe el equipo de fútbol de la escuela y de la comunidad? ¿En general, todos los equipos deportivos? –empezó a llenar una caja de cintas de audio, sólo para mantener las manos ocupadas–. Incluso la banda de música. En cambio, para el coro, tengo que mendigar cada dólar.
   
–¿Estás molesto por el presupuesto?
   
–¿Por qué habría de estarlo? –replicó, echando chispas por los ojos. —No hay problema alguno en conseguir material para el equipo de fútbol para que un puñado de chicos puedan salir al campo y darse de topetazos, pero yo tengo que arrodillarme para conseguir ochenta dólares para afinar el piano –interrumpiéndose, suspiró–. Y no tengo nada en contra del fútbol. Me gusta. Los deportes en el instituto son importantes.
   
–Yo sé de alguien que afina pianos –dijo Hyun Joong–. Probablemente lo haría gratis.
   
Young Saeng se pasó una mano por la cara y se frotó la nuca como para aliviar la tensión de sus músculos. «Appa lo arregla todo». Recordó la frase que le habían soltado los gemelos.
   
–Eso sería estupendo –esbozó una sonrisa sincera–. Si es que me salgo con la mía y consigo la aprobación del consejo escolar. Ya sabes: ni siquiera puedes aceptar regalos sin contar antes con su consentimiento –aquello era algo que siempre lo había irritado–. Uno de los peores aspectos de la enseñanza es la burocracia. Nunca debí de dejar de actuar en clubes.
   
–¿Tú actuabas en clubes?
   
–En otra vida que tuve –masculló, haciendo un gesto de indiferencia–. Canté un poco para pagarme los estudios. Era mejor que trabajar de camarero. De todas formas, no es el presupuesto lo que me preocupa realmente. Ni siquiera la falta de interés por parte de la comunidad. Estoy acostumbrado a eso.
   
–¿Quieres decirme de qué se trata, o quieres callártelo y seguir bullendo como una caldera?
   
–Me lo estaba pasando muy bien bullendo como una caldera –suspiró de nuevo y alzó la mirada hacia Hyun Joong. Parecía tan sólido, tan de confianza…–. Quizá sea demasiado urbanito, después de todo. He tenido mi primer encontronazo con la típica y anticuada actitud de pueblo… y me he quedado perplejo. ¿Conoces a Rohrer Hank?
   
–Claro. Es el dueño de la granja lechera de Old Oak Gun. Creo que su hijo mayor está en la misma clase que Jibin.
   
–Hank junior. Sí, es uno de mis alumnos… un estupendo barítono. Está muy interesado por la música. Incluso compone.
   
–¿En serio? Eso es fantástico.
   
–Sí. A cualquiera se lo parecería, ¿no? –Young Saeng se echó el cabello hacia atrás y volvió a su escritorio para ordenar sus ya ordenados papeles–. Pues bien, pedí al matrimonio Rohrer que viniera esta mañana porque resulta que Junior renunció a presentarse a las audiciones estatales de este fin de semana. Yo sabía que era muy probable que superara la prueba, y quería tratar con sus padres de la posibilidad de conseguir una beca del conservatorio. Cuando les hablé del gran talento de su hijo y les dije que esperaba que lo animaran a cambiar de idea y presentarse, el padre reaccionó como si lo hubiera insultado. Se quedó consternado –había amargura en su voz, y también furia–. Dijo que ningún hijo suyo perdería jamás el tiempo cantando y componiendo música como si fuera un…
   
Se interrumpió, demasiado indignado para repetir la opinión que aquel hombre tenía de los músicos. Hyun Joong lo escuchaba expectante.
   
–Ni siquiera sabían que su hijo estaba en mi clase. Yo intenté tranquilizarlo, le dije que Junior necesitaba una beca de bellas artes para graduarse. No sirvió de nada. El señor Rohrer apenas aceptó la idea de que Junior estuviera en mi clase. Me contestó que su hijo no necesitaba recibir lecciones de canto para dirigir una granja. Y que no estaba dispuesto a permitir que perdiera un sábado en asistir a la audición cuando tenía que trabajar en casa. Finalmente me exhortó a que dejara de llenarle la cabeza con historias y fantasías sobre la universidad.
   
–Tienen cuatro hijos varones –dijo Hyun Joong–. Y una matrícula universitaria es cara.

–Si ése fuera el único obstáculo, deberían sentirse agradecidos por la posibilidad de que lo becaran –cerró de un golpe su manual–. Lo que tenemos aquí es un chico brillante y con talento que tiene sueños… que nunca podrá realizar porque sus padres no se lo permitirán. O su padre, más bien –añadió–. Porque su madre no habló apenas durante el tiempo que duró la entrevista.
   
–A lo mejor ella puede convencerlo cuando se quede a solas con él.
   
–O a lo mejor él le contagia a ella su desagrado por mi persona.
   
–Hank no es así. Es terco y se cree que lo sabe todo, pero no es un hombre malo.
   
–Me resulta un poco difícil ver sus virtudes después de lo que me llamó –aspiró profundamente–: Un urbanito con mucha labia que vive de sus impuestos: un dinero duramente ganado y mal invertido. Yo habría podido ayudar mucho a ese chico –murmuró mientras volvía a sentarse–. Estoy seguro.
   
–Quizá no puedas ayudar a Junior, pero sí a otros. Con Jibin lo has conseguido.
   
–Gracias –sonrió fugazmente–. Eso me consuela un poco.
   
–Hablo en serio –detestaba verlo así, toda aquella energía esplendorosa y aquel optimismo apagados–. Ha ganado muchísima confianza en sí mismo. Siempre ha sido muy tímido a la hora de cantar, y con muchas otras cosas. Ahora se está lanzando.
   
Lo ayudó escuchar aquello. Esa vez Young Saeng tuvo muchos menos problemas en sonreír.
   
–De modo que, en tu opinión, debería animarme.
   
–Deprimirte no te va –se sorprendió a sí mismo, y a él, cuando estiró una mano para acariciarle una mejilla con los nudillos–. Lo que te va es sonreír.
   
–La verdad es que nunca he sido capaz de mantenerme deprimido durante mucho tiempo. Siwon solía decirme que eso era porque era un frívolo.
   
–¿Quién diablos es Siwon?
   
–El único que sigue deprimido.
   
–Está claro que se lo merece.
   
Young Saeng se echó a reír.
   
–Me alegro de que te hayas acercado por aquí. Probablemente me habría pasado otra hora sentado aquí rechinando los dientes…
   
–Unos dientes muy bonitos, por cierto –murmuró Hyun Joong antes de apartarse–. Tengo que irme. He de preparar unos disfraces para Halloween.
   
–¿Necesitas ayuda?
   
–Yo… –resultaba tentador, demasiado tentador. Y demasiado peligroso, pensó, empezar a compartir tradiciones familiares con él–. No hace falta.
   
Young Saeng procuró disimular su decepción.
   
–¿Los traerás el sábado por la noche, verdad? ¿Para el «dulce o travesura» de costumbre?
   
–Claro. Nos vemos entonces –se dispuso a marcharse, pero se detuvo en el último momento, en el umbral–. ¿Young Saeng?
   
–¿Sí?
   
–Algunas cosas necesitan un tiempo para cambiar. Los cambios ponen nerviosa a la gente.
   
–¿Estás hablando de los Rohrer, Hyun Joong? –ladeó la cabeza.
   
–Entre otros. Te veré el sábado por la noche.
   
Young Saeng se quedó mirando el umbral vacío mientras se apagaba el eco de sus pasos. ¿Pensaría Hyun Joong que él estaba intentando cambiarlo? ¿Estaba intentando cambiarlo realmente? Se recostó en su asiento, incapaz de volver a concentrarse en los papeles.
   
Siempre que Kim Hyun Joong andaba cerca, le costaba concentrarse. ¿Cuándo había empezado a mostrarse tan afectado por aquella clase de hombres, tan callados y reconcentrados? Desde el mismo instante en que lo vio entrar en el auditorio para recoger a los gemelos, admitió.
   
¿Amor a primera vista? Young Saeng era demasiado inteligente, demasiado ilustrado para creer en tales cosas. Como lo era también para colocarse a sí mismo en la vulnerable posición de enamorarse de un hombre que no correspondía a sus sentimientos. O que no deseaba hacerlo. Lo cual era aún peor.
   
No importaba que fuera bueno, amable y devoto de sus hijos. No debería importar que fuera guapo, fuerte y sexy. No debería importar que estar con él, pensar en él, le hubiera hecho anhelar cosas. Un hogar, una familia. Risas en la cocina y pasión en la cama.
   
Suspiró profundamente, porque todo importaba. Importaba cuando un doncel estaba justo a punto de enamorarse. ☃️

Una omma por navidad. ☃️Where stories live. Discover now