Capítulo 7☃️

41 11 1
                                    




Para mediados de noviembre, los árboles habían perdido las hojas. Según Young Saeng, incluso aquel paisaje poseía su belleza. Belleza en las oscuras y desnudas ramas, en el rumor de la seca hojarasca, en la escarcha que brillaba en el césped como polvo de diamante cada mañana.
   
Se sorprendió a sí mismo asomándose a la ventana demasiado a menudo, esperando a ver caer la nieve como un chiquillo, y a que llegaran las vacaciones escolares.
   
Tan maravilloso como esperar a que llegara el invierno era evocar el otoño. Pensaba a menudo en la noche de Halloween, y en todos los niños que habían llamado a su puerta vestidos de piratas y de princesas. Recordaba las risas de Kyungsoo y Youngsoo cuando él fingió no reconocerlos en los elaborados disfraces de aliens que les había hecho Hyun Joong.
   
Se sorprendió a sí mismo recordando el concierto rural al que le había llevado Hyun Joong. O lo bien que se lo habían pasado cuando coincidió con él y los gemelos en el centro comercial apenas la semana anterior, decididos todos a completar sus listas de regalos para Navidad.
   
En ese momento, mientras pasaba por delante de la casa que Hyun Joong seguía reformando, volvió a pensar en él. Había tenido un gesto tan dulce cuando se esforzó tanto por escoger el disfraz adecuado que regalar a Jibin… Kim Hyun Joong no hacía regalos sin ton ni son a sus seres queridos. Todo tenía que tener el color exacto, el estilo adecuado.
   
Era por eso por lo que Young Saeng había llegado a pensar que era el hombre perfecto para él.
   
Pasó por delante de la casa, llenándose los pulmones del frío aire de la tarde, con un humor excelente. Aquella tarde se había sentido orgulloso de anunciar que dos de sus estudiantes habían resultado elegidos para participar en el coro estatal.
   
«Los he ayudado. He hecho algo importante», pensó Young Saeng, cerrando los ojos con una expresión de placer. No era sólo por el prestigio, ni por la satisfacción que había sentido cuando lo felicitó el director en persona. Lo principal había sido la expresión que había visto en los rostros de sus alumnos. El orgullo en la cara de Jibin y en la del tenor que lo acompañaría a las audiciones estatales. Y en las del coro entero. Todos habían compartido aquel triunfo, porque a lo largo de las últimas semanas se habían convertido en un verdadero equipo.
   
Su equipo. Sus alumnos.
   
–Hace frío para caminar.
   
Dio un respingo, tenso, y se rio de sí mismo cuando vio a Hyun Joong salir de debajo de un árbol, en el jardín de su hermano.
   
–Dios, me has dado un buen susto… Pensaba que era un atracador.
   
–Pocos atracadores hay en Kim Boseong-gun. ¿Vas a ver a Hyung Jun?
   
–No, sólo estaba paseando. Soltando energías –sonrió–. ¿Te has enterado de la gran noticia?
   
–Felicidades.
   
–No soy yo quien…
   
–Sí que eres tú. El mérito es en gran parte tuyo –era la única manera que se le ocurría a Hyun Joong de expresarle lo muy orgulloso que se sentía de lo que había hecho. Se volvió para mirar la casa, que tenía las luces encendidas–. Hyung Jun y Jibin están ahí dentro, llorando.
   
–¿Llorando? Pero…
   
–No de tristeza –se encogió de hombros–. Ya sabes. De lo otro.
   
–Oh –como reacción, sintió un escozor de lágrimas en los ojos.
   
–Jung Min va por ahí sonriendo de oreja a oreja. Estaba hablando con sus padres cuando me asomé. Hyung Jun ya ha llamado a los nuestros. Y a todos los amigos y conocidos que tenemos en el país.
   
–Vaya, eso es estupendo.
   
–Yo también he hecho unas cuantas llamadas –sonrió–. Debes de sentirte tremendamente satisfecho contigo mismo.
   
–Y que lo digas. Ver la cara de los chicos hoy cuando hice el anuncio… bueno, fue lo mejor. Y significará un gran empujón para nuestra campaña de recogida de fondos –se estremeció de pronto, con el frío viento agitando las hojas de los árboles.
   
–Te vas a enfriar. Te llevo a casa.
   
–Vaya, gracias. ¿Sabes? Tengo unas ganas enormes de que llegue la nieve.
   
A la manera de un campesino, Hyun Joong olisqueó el aire y examinó el cielo.
   
–No creo que tengas que esperar mucho tiempo –le abrió la puerta de la camioneta–. Los chicos ya han sacado sus trineos.
   
–Puede que me compre yo uno –subió al vehículo y se recostó en el asiento, relajado–. ¿Dónde están, por cierto?
   
–Tenían una fiesta de pijamas en casa de un amigo –señaló la casa que estaba enfrente de la de Hyung Jun–. Acabo de dejarlos allí.
   
–Supongo que deben de estar pensando mucho en la Navidad, con este olor a nieve en el aire.
   
–Es gracioso. Por lo general, después de Halloween, se dedican a acosarme con listas y fotografías de juguetes de catálogo, de cosas que ven en la tele –encendió el motor–. Pero este año me dijeron que el propio Santa Claus se encargaría del asunto. Sé que quieren unas bicis –frunció el ceño, extrañado–. Pero no he escuchado ni una sola petición más. Han estado cuchicheando, pero se han cerrado en banda cada vez que me he acercado a ellos.
   
–Así es la Navidad –repuso Young Saeng–. El tiempo de los secretos y los cuchicheos. ¿Y tú? –le sonrió–. ¿Qué es lo que quieres tú para Navidad?
   
–Algo más que las dos horas de sueño que habitualmente duermo.
  
–Seguro que se te ocurre algo mejor.
   
–Que los niños bajen por la mañana a la cocina alegres y contentos. Es todo lo que quiero –se detuvo delante de su apartamento–. ¿Vas a volver a Seúl por vacaciones?
   
–No. No tengo nada allí.
   
–¿Y tu familia?
   
–Soy hijo único. Mis padres suelen pasar las vacaciones en el Caribe. ¿Quieres entrar a tomar algo de chocolate?
   
Era una perspectiva mucho más atractiva que regresar a una casa desierta.
   
–Sí, gracias.
   
Cuando empezaron a subir las escaleras, intentó volver estratégicamente al tema de las vacaciones y su familia.
   
–¿Es allí donde pasabas la Navidad de niño? ¿En el Caribe?
   
–No. Pasábamos las fiestas en plan tradicional en Jeju. Luego yo me fui a la universidad en el extranjero, y ellos se marcharon a Japón –abrió la puerta y se quitó el abrigo–. No estamos muy unidos, la verdad. No puede decirse que les encantara mi decisión de estudiar música.
   
–Ah –dejó su abrigo mientras Young Saeng pasaba a la cocina para preparar el chocolate–. Supongo que por eso te afectó tanto lo de Hank junior.
   
–Tal vez. Aunque mis padres no se mostraron tan desaprobadores como desconcertados. Nos relacionamos mucho mejor en las distancias largas –lo miró por encima del hombro–. Creo que es por eso por lo que te admiro tanto.
   
Hyun Joong dejó de estudiar la caja de música de madera de palorrosa que tenía sobre la mesa y se le quedó mirando fijamente.
   
–¿A mí?
   
–El compromiso y el interés que te tomas por tus hijos, por toda tu familia. Es algo tan sólido, tan natural… –echándose el cabello hacia atrás, se dedicó a llenar un plato de galletas–. No todo el mundo se muestra tan dispuesto, o tan capaz, de dedicar tanto tiempo y atención a su familia. Y tanto amor –sonrió–. Vaya. Me temo que te he hecho sentir incómodo…
   
–No. Sí –admitió, y tomó una galleta–. No me has preguntado por su omma –al ver que se quedaba callado, se sorprendió a sí mismo diciendo–: Acababa de terminar el instituto cuando lo conocí. Era secretario en la oficina inmobiliaria de mi padre. Muy guapo. Despampanante, de hecho. Salimos un par de veces, nos acostamos y se quedó embarazado.
   
Aquel monótono recitado hizo que Young Saeng levantara la cabeza. Hyun Joong mordió la galleta.
   
–Sé que suena como si lo hubiera hecho todo él solo. Yo era joven, sí, pero también lo suficientemente mayor como para saber lo que estaba haciendo. Para ser responsable.
   
Siempre se había tomado muy seriamente sus responsabilidades, pensó Young Saeng, y siempre lo haría. Sólo tenía que mirarlo a la cara para saberlo.
   
–No has dicho nada del amor.
  
–Es verdad. Me sentí atraído, y él también. O eso pensaba yo. Lo que no sabía era que él me había mentido diciéndome que tomaba la píldora. No fue hasta después de casarnos cuando descubrí que lo había planificado todo: lo de «enganchar al hijo del jefe». Esas fueron sus palabras –añadió–. Jae Joong vio su oportunidad de mejorar su nivel de vida y lo aprovechó.
   
Le sorprendía que a esas alturas, después de tanto tiempo, todavía se resintieran su orgullo y su corazón por haber sido manipulado de aquella manera.
   
–Para abreviar la historia –continuó con el mismo tono inexpresivo–, él no había contado ni con que tendría gemelos ni con las complicaciones de ser una omma. Así que, más o menos un mes después del parto, me vació la cuenta del banco y se largó.
   
–Lo siento tanto, Hyun Joong… –murmuró Young Saeng. Deseó conocer las palabras, los gestos, que pudieran borrar aquel frío desapasionamiento de su expresión–. Debió de haber sido terrible para ti.
   
–Pudo haber sido peor –su mirada se encontró fugazmente con la de Young Saeng–. Pude haberlo amado. Se puso en contacto conmigo una vez, para decirme que quería que yo pagara los costes del divorcio y que, a cambio de ello, renunciaría a todo derecho sobre los niños. Que se desharía de ellos. Me lo dijo así de claro, como si fueran bonos y acciones, en lugar de niños. Acepté. Fin de la historia.
   
–¿De veras? –acercándose a él, le tomó las manos entre las suyas–. Pero aunque tú no lo hubieras amado, él te hizo daño.
   
Young Saeng se puso de puntillas para besarle la mejilla, para consolarlo de alguna forma. Vio el cambio de expresión en sus ojos… y sí, el dolor en sus profundidades. Eso explicaba muchas cosas, pensó. Escuchar aquella historia de sus labios. Ver su rostro mientras lo hacía. Se había quedado desilusionado, destrozado. Pero en lugar de rendirse, o de apoyarse en sus padres para que lo ayudaran a cargar con la responsabilidad, había empezado una nueva vida con sus hijos.
   
–Ese chico no te merecía. Ni a tus hijos tampoco.
   
A esas alturas, Hyun Joong no podía dejar de mirarlo. No era tanto la compasión sino la sencilla e incondicional comprensión que veía brillar en sus ojos.
   
–Ellos son la mejor parte de mí mismo. No pretendía que sonara como si hubiera hecho un sacrificio.
   
–Lo sé –el corazón de Young Saeng se derritió mientras lo abrazaba. Quería consolarlo, sí. Pero había algo más, algo más profundo, que se agitaba en su interior–. Es emocionante oír hablar así a un hombre de sus hijos. Como si fueran el regalo más bello del mundo.
   
Hyun Joong también lo había abrazado, casi sin darse cuenta. De repente, estrecharlo en sus brazos le había parecido tan fácil, tan natural…
   
–Cuando recibes un regalo así, tan importante, tienes que llevar mucho cuidado con él –la voz se le enronqueció con una mezcla de emociones. Sus hijos, Young Saeng. Algo en la manera que aquél doncel tenía de mirarlo, de sonreír. Alzó una mano para acariciarle el cabello, y no lo apartó hasta que se recordó que tenía que retirarse–. Debería irme.
   
–Quédate –le resultó tan fácil pedírselo… Después de todo, lo necesitaba con la misma facilidad–. Tú sabes que quieres quedarte. Sabes que te deseo.
  
Hyun Joong no podía apartar la mirada de su rostro. La necesidad que lo embargaba era mucho más intensa, y más dulce, de lo que había imaginado.
   
–Esto podría complicar las cosas, Young Saeng. Arrastro una carga muy grande por dentro. Yo…
   
–No me importa –suspiró, tembloroso–. Hazme el amor, Hyun Joong –le bajó suavemente la cabeza para besarlo en los labios–. Ámame esta noche.
   
No pudo resistirse. Era una fantasía que había empezado a asaltar su mente y su cuerpo desde el momento en que lo conoció. Young Saeng era todo dulzura, todo calor.
   
Hyun Joong nunca se había considerado un hombre romántico. Se preguntó si un chico como Young Saeng preferiría la luz de las velas, una música suave, aire perfumado… Pero el escenario ya estaba dispuesto. No podía imaginarse otra cosa que levantarlo en brazos y llevarlo al dormitorio.
   
Encendió una lámpara. Y se sorprendió de la rapidez con que se desvanecieron sus nervios cuando vio los de Young Saeng reflejados en sus ojos.
   
–Llevo mucho tiempo pensando, imaginando esto –le dijo Young Saeng–. Quiero verte.
   
–Muy bien –alzó la vista, y la sonrisa de Hyun Joong contribuyó a aliviar parte de su tensión–. Yo también a ti.
   
Hyun Joong lo llevó a la cama y se tumbó a su lado. Deslizó una mano por su cabello, por sus hombros. Acto seguido bajó la cabeza para besarlo.
   
Fue tan fácil como si hubieran compartido noches e intimidad durante años. Y tan excitante como si cada uno se hubiera acostado tan inocente como un bebé.
   
Una caricia, paciente y detenida. Un murmullo, un suspiro leve, callado. Sus manos nunca se apresuraban. Sólo daban placer, acariciaban, desabrochaban botones, se interrumpían para explorar.
   
Young Saeng sentía su piel estremeciéndose bajo sus caricias. El corazón le latía a toda velocidad, acelerándose aun más con cada roce de sus dedos, con cada movimiento de su lengua. Le temblaban las manos, y soltó un gruñido que acabó en un ronco gimoteo cuando tocó al fin su carne desnuda.
   
Hacer el amor: la frase nunca había sido más cierta para Young Saeng. Porque estaban compartiendo una exquisita ternura mezclada con una lasciva curiosidad que abrumaba sus sentidos. Cada vez que la boca de Hyun Joong correspondía a la suya, lo hacía con mayor profundidad, con mayor anhelo, hasta borrar todo lo demás. Hasta que se convirtió en lo único que existía para Young Saeng. Lo único que necesitaba.
   
Young Saeng se entregó a él con una generosidad que dejó aturdido a Hyun Joong. Su cuerpo parecía encajar con el suyo con emocionante perfección. Cada vez que creía que iba a perder el control, se sorprendía a sí mismo retornando con toda facilidad al ritmo que habían establecido. Lento, sutil, meticuloso.
   
Young Saeng tenía un cuerpo pequeño y delicado. La fragilidad que percibía en él hacía que sus caricias se tornaran todavía más tiernas. Incluso mientras se arqueaba y gritaba su nombre por primera vez, no se dio prisa. Resultaba maravillosamente excitante el simple hecho de contemplar su cara, aquel rostro tan increíblemente expresivo, que reflejaba todos y cada uno de sus sentimientos.
   
Luchó contra la necesidad de enterrarse profundamente en él, de golpe. Sus miradas se encontraron en el instante en que se deslizó en su interior. Vio que Young Saeng contenía el aliento y lo dejaba escapar con una sonrisa.
   
Fuera, el viento azotaba las ventanas, creando una música como de cascabeles. Y la primera nieve de la temporada empezó a caer suavemente, como un deseo concedido. ☃️

Una omma por navidad. ☃️Where stories live. Discover now