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Forks

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Forks.

Sophie Dubois, la joven bailarina, se había convertido en la estrella del momento y en el descubrimiento del año, según titulares de diversos periódicos y revistas. Con solo veinte años, era reconocida no solo en Francia, sino también en otros lugares, y estudiaba en una de las academias de ballet más prestigiosas del país. 

Sin embargo, tras terminar con su novio, decidió regresar a su pueblo natal al otro lado del mundo: Forks, un pequeño pueblo tranquilo en la costa del Pacífico, rodeado de naturaleza y con un clima fresco. Habían pasado casi cinco años desde que abandonó su hogar, con tan solo quince años, y ahora finalmente volvía al sitio que la vio crecer.

Mentiría si dijese que no estaba nerviosa mientras. Había pasado años desde que había estado allí y las emociones la invadían. Su padre había fallecido hace años y su madre no había sido la mejor compañía para ella después de eso.

Mientras se acercaba a la casa de su madre, Sophie se preguntaba cómo la recibiría después de todo lo que había pasado entre ellas. Sin embargo, una vez que llegó, su madre la recibió con los brazos abiertos y una sonrisa en el rostro.

—Pensé que nunca volverías, Sophie —dijo su madre mientras la abrazaba fuerte.

Sophie se sintió sorprendida por la reacción de su madre, pero también se sintió un poco incómoda. Recordó todas las discusiones y peleas que habían tenido en el pasado. Se tomó la molestia de admirar la fachada, a pesar del tiempo que paso fuera, lo único diferente que pudo notar fue que las paredes ahora estaban pintadas de un tono celeste, siendo que antes eran totalmente blancas. Se adentró a la casa con tres maletas y una jaula, donde transportaba a su felina. Todo estaba como lo recordaba, tal vez un poco más de decoración. A su madre siempre le habían gustado los cuadros, y desde que su padre murió, la pintura fue otra de las tantas cosas que la mantenían entretenida para no pensar en él. Subió a la que era su antigua habitación, esperando que su madre no la hubiera convertido en una bodega para guardar lo que ya no utilizaba. 

Abrió la puerta y lo primero que hizo fue soltar un chillido de emoción, las paredes eran totalmente blancas, con toques rosas. Una preciosa cama matrimonial decorada con cojines en tonos rosados y sus peluches de la infancia. Frente a su cama estaba un precioso tocador vintage. Sin duda lo amaba. Era mil veces mejor en comparación a como era antes.

Se echó sobre la cama, sintiendo su cuerpo descansar después del casi quince horas sentadas, tomo el peluche a su lado, un bonito conejo de orejas largas. Fue el último regalo que le dio su padre antes de fallecer. 

Aún recordaba aquel día con detalle, su padre solía ser bailarín, y su sueño era que su hija siguiera sus pasos, por lo que inscribió a Sophie en la academia del pueblo con tan solo seis años. Prometiéndole a Maya, su madre, que la sacaría si es que a la niña no le gustaba, para sorpresa de ambos, Sophie lo adoro, y pronto se convirtió en una de las mejores en su clase. Pero cuando tenía tan solo diez años, y a mitad de su práctica, la pequeña recibió la noticia de que su padre había fallecido. 

Desde entonces, muchas cosas cambiaron, abandono el ballet por un tiempo, pues solo le recordaba a su padre, y su madre había entrado en una depresión profunda de la cual le costó salir. Sabía que, al igual que su madre, no podía quedarse estancada de por vida, así que, con mucho pesar, retomo sus clases y vida normal. Tiempo después, la muerte de su padre era algo de lo que podía hablar con tranquilidad, aunque no fue lo mismo con su madre. 

Su madre, por el contrario, había caído en el alcohol y su relación se había desvanecido casi por completo, por lo que Sophie con tan solo diez años Sophie debió aprender a madurar para poder sobrevivir, y ayudar a su madre con el duelo. No fue hasta que Charlie, mejor amigo de su padre, intervino que Maya pareció mejorar notoriamente. 

Finalmente, a la edad de quince años, una beca para una de las mejores academias de ballet había llegado a Sophie, ¿El problema? Qué dicha academia se encontraba al otro lado del mundo, en Francia. Su maestra le había comentado que era una oportunidad única que le abriría muchas puertas al mundo profesional, que no debería desaprovechar la invitación. Así que, con una pena en su alma, decidió aceptar la propuesta y al mes siguiente ya estaba abandonando aquel pueblo. 

Y todo lo que su maestra le había dicho era verdad, en aquel lugar llego a conocer a grandes bailarines, y su danza había mejorado notoriamente. Llegando incluso a ganarse el papel principal en obras importantes como el cascanueces, la bella y la bestia, e incluso el lago de los cisnes. Llego incluso a ser portada de varias revistas. Fueron tiempos buenos al mismo tiempo qué malos para ella. 

Y ahora, se encontraba donde todo inicio, en su hogar. Debía desempacar tres maletas llenas de ropa y zapatos, además de liberar a Odette –llamada así en honor a su primer personaje principal– de aquella jaula. La gata soltó un maullido al salir de aquellas cuatro paredes, Sophie acaricio su blanco pelaje mientras se disculpaba por haberla encerrado por tanto tiempo. Luego de varias horas, escucho unos toques en su puerta seguidos de la voz de su madre avisando que ya se iría a trabajar.

Sophie se ofreció a acompañarla, así talvez podría recorrer el pueblo por un rato. Ambas subieron al coche de su madre, y en cuestión de minutos ya estaban frente al hospital. Mientras se despedía de su madre, Sophie vio a un hombre que parecía familiar. Era alto y delgado, con el cabello rubio y los ojos más bonitos que había visto, de un color ámbar. 

El doctor Cullen. 

Solo una vez había tenido la oportunidad ser atendida por él, y esa vez fue suficiente para que el hombre no saliera de su mente por días. Continuo observándolo por unos segundos más, cosa que él notó y le sonrió amablemente, pero también notó la mirada triste en sus ojos. Él la recordaba como una niña feliz y alegre, pero ahora parecía triste y preocupada.

Sophie sintió su rostro enrojecerse y aparto su mirada del doctor, dando media vuelta desidida a irse.


Dancing with the devil | Carlisle CullenWhere stories live. Discover now