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V; the other woman

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V; the other woman.

Para Sophie, su mayor defecto era el que se encariñaba rápido de la gente. Estaba dispuesta a dar su vida por alguien que le hubiese demostrado un poco de cariño, aunque lo acabase de conocer hace apenas unas horas. Como era el caso de Carlisle Cullen, que en tres días ya se había ganado su corazón.

A pesar de que se había negado, Carlisle había insistido en llevarla a su casa, por lo que ahora el coche estaba estacionado frente a la casa que la menor compartía con su mamá. Cruzaron unas cuantas palabras de despedida, y cuando abandono el coche del doctor, no podía estar más feliz.

Entro a su casa con una sonrisa. Sonrisa la cual se desvaneció al escuchar a su madre llamándola.

—¡Sophie Michelle Dubois! —si la llamaba por su nombre completo solo significaba una cosa: estaba en problemas—. ¿Me puedes decir donde rayos estabas?

—Te he dicho que iría a devolver algo, madre.

—Sophie, cariño, seré vieja pero no ciega. Te he visto bajándote del coche del doctor Cullen.

—Le he ido a devolver una bufanda que me presto anoche —observó como su madre enarcaba una ceja—. Puede que tal vez hayamos salido a comer...

Escucho a su madre murmurar algo que no entendió.

—Michelle, aparta tus ojos de él. Es mi compañero de trabajo.

—Solo somos amigos, mamá. Y no me llames así, sabes que detesto ese nombre —reclamó.

—¿Siquiera sabes su edad? Es mayor que tú, mucho más mayor.

—Creo que soy lo suficiente mayor para elegir a mis amistades.

—Está casado, tiene hijos, una familia.

—¡Solo amigos! —repitió—. Hace cinco años que no me ves y lo primero que haces es reclamarme por una tontería, vaya madre eres, Maya.

Tal vez había olvidado mencionar que su relación no era muy buena. Desde la muerte de su padre, su madre se había vuelto más distante.

—Fuiste tú la que decidió abandonarme en primer lugar.

—No iba a quedarme para hundirme en un hoyo depresivo. A papá no le hubiera gustado eso.

—Sube a tu habitación. Ahora. —sentencio su madre luego de un silencio que pareció eterno.

Sin decir nada más, Sophie subió escaleras arriba, cerrando la puerta de su habitación con fuerza. Cuando regreso a Forks tenía la esperanza de poder recuperar la relación que alguna vez tuvo con su madre, pero parecía una misión imposible.

Y, aunque le doliera admitirlo, la mujer tenía razón. Carlisle Cullen era un hombre casado y con una familia hermosa. Odiaba admitir que comenzaba a sentir algo por alguien a quien había visto apenas tres veces en su vida.

Odiaba que su corazón, de tantas personas en el mundo, eligiera a alguien prohibido.

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El resto de la tarde no salió de su habitación, y al día siguiente apenas se levantó de su cama para alimentar a su mascota. No le gustaba discutir con su madre, pero ambas eran demasiado orgullosas para disculparse.

A pesar de todo, no estaba en sus planes quedarse encerrada, eso solo la deprimiría, por lo que con mucha fuerza de voluntad se dirigió a su baño para ducharse. Tampoco le apetecía arreglarse ese, por lo que –aunque los odiaba– simplemente se colocó unos pantalones sueltos y una camisa vieja. No era su mejor outfit, ni era de su estilo, pero solo iría a visitar a Charlotte al estudio y a lo mucho, ayudar a algunas niñas a mejorar sus pasos.

Se aseguró de que su madre no estuviera antes de bajar, y sin más salió de la casa emprendiendo camino al estudio. Sin duda debía comprarse un coche pronto, el lugar no quedaba a más de quince minutos, pero le aterraba un poco el hecho de estar rodeada de árboles, sentía que en cualquier momento saldría algún animal a atacarla.

Cuando menos lo pensó, estaba entrando al estudio siendo bien recibida por las estudiantes y su antigua maestra.

—Sophie querida, me alegra que estés aquí —Charlotte la recibió en un gran abrazo—. Me apena pedirte esto, pero me preguntaba si podrías ayudarme con la lección de hoy. Las niñas comenzarán a practicar sus pirouettes y cariño, eres una profesional en ellas.

—No me lo tienes que pedir dos veces, claro que las puedo ayudar —acepto gustosa. Había tardado un año en lograr un piroutte perfecto, pero desde entonces era su paso favorito.

Merci, merci, ma chère —agradeció repetidamente—. En el vestuario hay algunos leotardos, adelante.

Atendió la indicación y se adentró al vestuario, tomando un leotardo rosado. Hacía ya bastante tiempo que no bailaba, por lo que estaba realmente emocionada. Fue entonces cuando una vez con el leotardo puesto, observo su figura en un espejo y su rostro se horrorizó por completo. Un pequeño bulto comenzaba a formarse en su vientre, y ahora entendía el porqué les prohibían las pastas en su antigua academia. Decidió que talvez una falda de práctica le ayudaría a disimular aquello, y tras colocársela, rezó porque nadie lo notara.

Salió del vestidor dirigiéndose al grupo de niñas, junto con Charlotte comenzaron a mostrarles a las pequeñas como hacerlo. Era divertido a la misma vez que estresante, y Sophie logro descubrir que tenía un nivel de paciencia bastante alto. Aquella práctica le había ayudado a olvidar un poco sus problemas, y el volver a bailar sin duda la ayudo a sentirse mejor. Hasta que en un pequeño desliz, una de las niñas aterrizo mal su piel, provocando que cayera al suelo.

Tanto Sophie como Charlotte se acercaron a la niña en busca de poder auxiliarla. Lágrimas se habían acumulado bajo los ojos de la menor.

—¿Qué es lo que te duele? —pregunto Sophie. La niña señaló la zona de su tobillo con sus manos—. Te llevaré al hospital, ¿sí? Tal vez sea solo un esguince, suele ocurrir a menudo.

—¿La llevas tú? Llamaré a los padres de Sarah para avisarles —Sophie asintió, levantando a la niña –que ahora sabia que se llamaba Sarah– en sus brazos—. Llévate mi coche.

Nuevamente, asintió y con Sarah en brazos, emprendió camino al hospital. No pasaron más de cinco minutos cuando cruzo las puertas corredizas y pidió ayuda a una enfermera, quien la dirigió con el doctor de turno.

Luego de unos minutos, los padres de Sarah llegaron, a suposición suya, pues llegaron preguntando por ella. Les explico brevemente lo que sucedió, y los dejo con el doctor. Ella debía regresar a la academia e informarle a Charlotte que la niña estaba bien.

Sin embargo, cuando estaba a punto de salir, sintió como su garganta se cerraba y su estómago comenzaba a doler. Su respiración incrementó y su corazón comenzó a latir con fuerza. Carlisle Cullen estaba en la entrada del hospital, despidiéndose de su esposa con un dulce beso en los labios.

Tal vez en otra ocasión, ver a aquella mujer le hubiera agradado, pues siempre había sido una gran admiradora de los diseños que creaba. Pero ahora simplemente quería llegar a su casa y llorar.

Paso por a lado de la pareja lo más rápido que pudo, sintiendo el frío aire chocar con su cuerpo, pues solo llevaba su leotardo y la falda. Subió al automóvil de Charlotte, encendiendo el motor de inmediato, aunque al levantar la vista pudo ver que Carlisle la observaba, su esposa ya no estaba con él.

Dancing with the devil | Carlisle CullenWhere stories live. Discover now