Cap 16: La Cosecha Roja

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Rocadragón:


Donde la creencia general era que los Targaryen estaban más cerca de los dioses que del común de los mortales; se envidiaba a las recién casadas que recibían su bendición en la noche de bodas, y los hijos fruto de esas uniones gozaban de la mayor estima, porque los señores de la isla solían celebrar el nacimiento con fastuosos regalos de oro, sedas y tierras para la madre. 

Se decía que esos afortunados bastardos eran «semillas de dragón», y con el tiempo pasaron a ser simplemente «semillas». Incluso tras la prohibición del derecho de pernada, algunos Targaryen continuaron cortejando a las hijas de los posaderos y las esposas de los pescadores, de modo que Rocadragón estaba sembrado de semillas y descendientes de semillas. A ellos se dirigió el príncipe Jacaerys, con el juramento de que cualquiera capaz de domar un dragón obtendría tierras, riquezas y el nombramiento de caballero; sus hijos serían nobles; sus hijas se casarían con señores, y ellos tendrían el honor de luchar junto al príncipe de Rocadragón contra el usurpador Aegon II Targaryen y sus traidores aliados. 

No todos los que respondieron a la llamada del príncipe eran semillas; algunos no eran siquiera hijos ni nietos de semillas. Una veintena de caballeros del servicio de la reina se ofrecieron como jinetes de dragón, además de varios escuderos, ayudantes de cocina, marineros, soldados y titiriteros, y un par de doncellas. 

A los triunfos y tragedias que se siguieron, Munkun los llama «la Cosecha de las Semillas». Otros prefieren llamarlos «la Cosecha Roja». El más inverosímil de esos aspirantes a jinetes de dragón fue el propio Champiñón, cuyo Testimonio narra con profusión su intento de montar a Fantasma Ceniciento, pues lo consideraba el más dócil de los dragones sin amo. La anécdota, una de las más divertidas del enano, acaba con él a todo correr por el patio de Rocadragón con la culera de los calzones en llamas, y luego medio ahogado al saltar a un pozo para intentar sofocarlas. Improbable, sin duda, pero proporciona un alivio jocoso en un episodio por lo demás nefasto. 

Los dragones no son caballos: no se prestan con facilidad a acarrear a alguien en el lomo y, si se sienten irritados o amenazados, atacan. El Relato verídico de Munkun nos cuenta que dieciséis hombres perdieron la vida durante la Cosecha, cifra que se triplica contando quienes sufrieron quemaduras o mutilaciones. lord Gormon Massey murió carbonizado al aproximarse a Bruma. A un hombre llamado Denys Argenta, cuyo cabello y ojos otorgaban veracidad a su pretensión de descender de un bastardo de Maegor el Cruel, le arrancó un brazo el Ladrón de Ovejas, y cuando sus hijos trataban de restañar la herida cayó sobre ellos el Caníbal, que espantó al Ladrón de Ovejas y devoró a padre y progenie por igual. 

Sin embargo, Bruma y Vhagar estaban acostumbrados a los humanos, y toleraban su presencia. Al haber tenido ya jinetes, aceptaban otros con mayor facilidad. Vhagar, la montura de la antigua Reina Visenya, agachó el pescuezo ante el bastardo de un herrero, un hombre descomunal al que llamaban Hugh el Martillo o Hugh el Duro. Mientras un soldado llamado Ulf el Blanco (por su cabello) o Ulf el Piripi (por su afición a la bebida) consiguió protagonizar una de las anécdotas más curiosas de la Danza de Dragones, cuando luego de deambular ebrio en mitad del bosque, tras haber buscado en vano a Fantasma Ceniciento durante días, despertó frente a las fauces del Caníbal, que parecía haberlo aceptado como su jinete mientas el hombre pasaba la mona. Desde entonces, sería conocido como Ulf el Negro, un homenaje a las escamas de su nuevo dragón.

Bruma, que había pertenecido a Laenor Velaryon, permitió que se subiera a su lomo un zagal de quince años llamado Addam de la Quilla, cuyos orígenes siguen sin estar claros para los historiadores. Addam y su hermano Alyn, un año más joven, eran hijos de Marilda, la bonita hija de un armador de barcos. Era habitual verla por los astilleros de su padre, y se la conocía más por el nombre de Ratona porque era «pequeña y veloz, y siempre andaba atravesada entre los pies». 

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