Cap 24: Victoria

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Ladera despertó en la negrura de la noche con gritos y alaridos. Extramuros, los campamentos ardían. Ríos de caballeros acorazados fluían desde el norte y el oeste provocando una masacre; de las nubes llovían flechas, y tres fieros y temibles dragones se cernían sobre ellos. Así comenzó la segunda batalla de Ladera.

La hueste que acampaba junto a la muralla de la ciudad era cinco veces más grande que la de los atacantes, pero las tropas de Rhaenyra eran todas de caballería, lo que facilitaba su movilidad, por no mencionar que había sido un ataque sorpresa. La ebriedad reinaba en el campamento, y la enfermedad había arraigado asimismo. La muerte de lord Ormund Hightower los había dejado sin comandante, y los señores que deseaban asumir el mando en su lugar se encontraban enfrentados entre sí. 

Tan inmersos estaban en sus rencillas y rivalidades que se habían olvidado de sus auténticos adversarios. El ataque nocturno fue rápido y preciso. Antes de que los hombres del príncipe Daeron se enterasen siquiera de que habían entrado en liza, el enemigo ya estaba entre ellos y los masacraba mientras salían de las tiendas, mientras ensillaban los caballos, mientras bregaban por ponerse la armadura y ceñirse el cinto de la espada. Bruma descendió una, otra y otra vez escupiendo fuego; pronto ardía un centenar de tiendas, incluso los espléndidos pabellones de seda de ser Hobart Hightower, lord Unwin Peake y el mismísimo príncipe Daeron, que ya se había puesto a salvo por supuesto.

Ala de Plata y Meleys cayeron sobre el campamento Baratheon, envolviendo el venado dorado entre llamas de color rojo y llamas de color azul. Ulf el Negro se había quedado en Ladera a dormir la mona de una noche de juerga, los intentos por despertarlo de su sueño etílico resultaron inútiles; el muy infame se metió bajo una mesa y se pasó toda la batalla roncando. 

Hugh Martillo fue más rápido en reaccionar. A medio vestir, corrió escaleras abajo hacia el patio pidiendo a gritos su martillo, su armadura y un caballo para ir a montar sobre Vhagar, pero no le sería tan sencillo.

Dos veintenas de caballeros cercaron a Vhagar y al Caníbal con espadas, lanzas y hachas, con la esperanza de superarlos mientras aún se encontrasen soñolientos; pagaron tal locura con la vida. Fue en ese momento que Martillo logró llegar hasta su montura y alzar el vuelo. Sería el último que daría el último de los tres dragones de la conquista.

 Ala de Plata y Meleys rugieron ante la anciana criatura y fueron a su encuentro, el choque fue brutal. La Reina Roja y la Reina Plateada clavaron sus fauces en torno al cuello de Vhagar, mientras la veterana hacía lo propio con el ala de Meleys, tres pares de garras rasguñaban el vientre del dragon frente a ellas. Eran dos contra uno, y aún así los estaban haciendo retroceder.

— ¡¡¿Eso es todo lo que la reina puede enviar contra nosotros?!! — se burlaba Martillo. — Una anciana y un niño.

— ¡¡¿Quién dice que solo somos dos?!! — le preguntó Lucerys, con cierto humor negro.

—¡¡¡Dracarys!!!— sería lo último que escucharía Hugh Martillo antes de morir.

Las escamas de dragón son sumamente (aunque no completamente) ignífugas; protegen la carne y la musculatura que cubren. A medida que un dragón envejece, sus escamas engrosan y se endurecen, lo cual le brinda aún más protección, al tiempo que sus llamaradas son cada vez más abrasadoras. Mientras que el fuegodragón de una cría apenas puede prender la paja, el de Balerion, en el cénit de su poder, podía derretir acero y piedra.

Las llamas de Vermithor no le hicieron el menor daño a Vhagar, pero derritieron la armadura del traidor sobre su propia carne, fundiéndolo con su silla de montar y provocándole la más atroz muerte que alguien le pudiera desear a un enemigo.

Amores y DragonesWhere stories live. Discover now