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Harry se cruzó de brazos, haciendo un puchero. Su madre, que conocía como actuaba su hijo, lo tomó por los hombros y lo abrazó.

—Lo siento, Harry. Vendré lo más pronto posible; tengo que comprar las cosas para que la casa de tía Petunia pueda ser decorada... No pongas esa cara. —Apuntó a su nariz arrugada—. Intenta ser agradable, sabes que tu tía no podía ir a casa para verte porque tuvimos algunos problemas... En fin, ahora ya los resolvimos, así que nada de bromas —advirtió ella, previniendo una posible casa quemada. Conocía las enseñanzas que Sirius (y James, aunque él creyera que lo ocultaba bastante bien) intentaba inculcarle disfrazadas como: «clases para el sucesor de los merodeadores»—. Promételo, Harry. No seas injusto con ella.

Harry asintió a regañadientes, permitiendo que posara un beso en su frente antes de que saliera.

Se quedó unos segundos frente la puerta, esperaba que su madre recapacitara y regresara por él. No lo hizo.

No podía creer que su último año en el que aún no ingresaba a Hogwarts lo pasaría en la casa de la tía que nadie conocía. No quería estar ahí, pero tenía que soportarlo: si se trataba de su madre era mejor no discutir. Además, tampoco es como si ella tuviera razón: la casa no albergaba ni un solo objeto que pudiera decirte que se encontraban en época de Yule. Se atrevía a darle el premio de la más triste que había pisado en su vida.

Eso lo hizo sentir peor. Su padre y Pads estarían divirtiéndose en Godric's Hollow y Moony trataría de calmarlos, sin él, dejando que muriera de aburrimiento. 

Y Peter estaba de viaje por su trabajo, no necesitaba preocuparse por lo que haría aún.

Por el estrecho corredor detalló un armario debajo de las escaleras. No le prestó atención cuando llegaron porque estaba muy molesto con la vida como para notarlo.

Curioseó la parte externa hasta que una mano lo detuvo.

—No te recomiendo hacer eso si tienes miedo a las arañas y al polvo. —Harry se paralizó, miró la figura de tía Petunia y retrocedió, por si acaso. Era muy distinta a las fotos viejas que veía a menudo, tanto que en un inicio le costó reconocerla; aparte de su apellido, no mostraba ninguna característica que la relacionara con su madre—. Estoy preparando chocolate caliente, ¿quieres ayudarme y decirme que tal está? 

Su estomago se removió. Fingió sopesarlo unos segundos. El viaje en el auto muggle fue tedioso; su tía decidió que no sería malo vivir en un lugar concurrido y alejado. Una idea terrible para ellos, que vivían en comunidades bastante alejadas por seguridad y motivos que no entendía.

Dejando eso de lado, dijo lo primero que tenía en su mente, la duda no lo dejaría descansar tranquilo. Literalmente.

—¿Comeremos? —preguntó, sólo para comprobar si se vendería por una buena causa.

Tía Petunia lo miró a los ojos, sin creer lo que decía. Alejando su mano de la puerta, suspiró, resignada.

—Podemos hacer galletas... o pastel, lo que tú prefieras. —Harry aceptó de inmediato.

Bueno, si veía el lado positivo, al menos comería algo delicioso y recién hecho. Su papá y padrino se las arreglarían con comida congelada, preparada por un hechizo o pedida por unos días. Dependería de que les apetecía y si no les ganaba la pereza.

La siguió hasta la cocina, quedaba cerca al ser una casa pequeña. Se sentó en uno de los banquillos, observando como su tía se ponía un delantal. Podía ser hecho a mano en sus tiempos libres. Quién sabía, no lo pensó de más: una barra de chocolate se robó su atención.

Se sentía un poco mal por caer en el truco de la comida, entendía que se lo ofrecía para intentar convivir de la manera sencilla, sin interacciones difíciles de manejar. Tal vez no estaba segura de como acercarse, después de diez años en los que lo único que recibieron de ella fueron cartas y regalos de cumpleaños sencillos, resultaba lógico.

NavidadTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang