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Si pensó que no vería a su padre hasta navidad... se equivocó.

Un día después, bajando las escaleras que daban al corredor, se encontró a su padre y Sirius en la entrada. Ambos se habían aparecido. Se decepcionó al no ver a Remus con ellos.

—¿Papá?, ¿qué haces aquí? —su voz salió un poco ronca, acababa de levantarse para desayunar—, ¿no vendrías el día de navidad?

—Sí, bueno, tu madre me comentó como iba la cosa por aquí y que necesitaba apoyo. —Harry sonrío. Si era así las cosas mejoraban muchísimo, pero no entendía a qué se refería con «apoyo».

Sirius gritó, extendiendo sus brazos.

—¡Cachorro!, parece que ni tu madre nos puede separar, ¡ven aquí! —Corrió a abrazarlo. El rostro de su padre tenía una expresión dolida.

No pudieron hablar mucho más, su madre los llamó desde la cocina.

Los recibió con una sonrisa. Harry asomó un poco la cabeza y vio a tía Petunia sacando del horno un montón de galletas, las que le había prometido. Debían estar igual de deliciosas que el chocolate.

Le sorprendió como podía mantener en perfecto estado el lugar. Supuso que era una habilidad que desarrollabas con el paso de los años. Aunque su madre todavía no la adquiría: quedaba hecha un desastre cada que terminaba y hacía un hechizo para limpiar. Su tía debía ser increíble para hacer todo eso sin magia.

—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó. Tía Petunia le dio un vaso con agua, mientras le decía si se había cepillado.

Su madre abrió las manos.

—¡Buscaremos un árbol! —Todos se miraron. Sirius y su padre se preguntaban qué tenía que ver eso con ellos. Ella se explicó—. Papá compraba arboles naturales, pero creo que sería mucho mejor si lo talamos nosotros mismos, y por supuesto, reforestaremos.

Permanecieron callados. Eso solo pasaba en las películas que su madre traía en esas épocas (para, según ella, no perder sus raíces) e incluso allí casi sucedían accidentes, como en una en la que un hombre se salvó de ser aplastado por un pino después de cortarlo incorrectamente. Ellos, unos magos de pies a cabeza, no tenían oportunidad. 

Harry no imaginaba a su padre con un hacha al estilo muggle talando un árbol o Sirius, sobre todo a Sirius. Arreglaban la casa sólo por una orden, y no cualquier orden, debía ser de la profesora McGonagall o de su madre.

Tía Petunia comenzó a repartirles las galletas. Su padre y Sirius las aceptaron con duda, después de escuchar las historias, suponía que las cosas entre ellos seguían tensas. Pero intentaban ser lo más cordiales frente a su madre.

Tia Petunia fue la primera en romper el silencio.

—¿Dónde conseguiremos un lugar así? —Harry asentía, comiendo las galletitas de vainilla y chocolate—, estamos en el número 4 de Privet Drive, no hay montañas o bosques. 

Ella le dio la razón.

—Lo sé, por eso busqué en un mapa que compré ayer con las cosas que faltaban y descubrí esto. —Sacó un papel de su bolsillo y señaló una equis—. Por aquí hay uno, en se lado ya esta nevando, no se preocupen, tengo la ropa de Harry lista. Está lejos, si nos vamos ahora lograremos terminar antes del anochecer. 

No quisieron cuestionar más, todo estaba planeado. Los empujó para que arreglaran sus cosas. Harry encontró en la habitación un conjunto de pantalón y suéter; se cambió rápido.

Al bajar vio que su tía traía un termo con chocolate caliente sobrante del día anterior, su madre una mochila, su padre un hacha y Sirius un trineo.

Su madre los reunió, diciéndoles que formaran un circulo.

NavidadWhere stories live. Discover now