1. Vuela gaviota

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Lorena

La primera vez que lo vi yo estaba en el puente, sujeta a la barandilla que tenía detrás de mi espalda. No era consciente de cómo pasé al otro lado, tan solo recuerdo que me encontraba ahí, mirando al vacío. Mis manos se aferraban con firmeza al frío metal, la espalda empezaba a quejarse de lo fuerte que me pegaba a ella. La pequeña repisa de tierra tan solo me permitía apoyar los talones; minúsculas piedrecitas se me clavaban en los pies descalzos, pensé que al notar el suelo directamente en la piel, me sentiría más cerca de... yo qué sé. Tan solo sentí la necesidad de hacerlo. Miré hacia abajo, la helada brisa que se levantaba azotaba mis cabellos soltando, cada vez, más mechones de mi coleta. Al final de esa espesa oscuridad estaba el agua, ni siquiera alcanzaba a verla pero no importaba; ahí estaba: esperando... Esperando a que me decidiera.

Idiota, decídete ¿a qué esperas? ¿A mañana? ¿Por qué mañana y no hoy? ¿Acaso habrá cambiado algo? Me eché hacia delante sujetándome fuertemente con las manos, el bordillo se me clavó en la planta de los pies y ese dolor fue mi única ancla con la realidad que iba a dejar atrás. El frío se hizo mucho más intenso, ya casi ni notaba mis manos, parecían haberse fundido con el metal; pronto ya no aguantarían el peso de mi cuerpo en esa posición, semejaba una gaviota en un precipicio a punto de echar a volar.  

Siempre me había gustado mirar las gaviotas, tan elegantes, con su contraste gris y blanco rompiendo el cielo, revoloteando los barcos, y en la ciudad: vigilantes, centinelas de oportunidades, delicadas y fuertes a la vez. Con el tiempo, se habían convertido en un icono de lo que es la adaptación; alejándose de sus amados paseos marítimos para adentrarse en la hostil ciudad. Cerré los ojos e imaginé ser gaviota alzando el vuelo. Esa imagen me tranquilizó.

Había oído que antes del impacto, la fuerte descarga de adrenalina podía provocarte un ataque de corazón o algo parecido, perdiendo el conocimiento antes de estrellarte; aunque muchos no tenían esa suerte, por llamarlo así, y estaban conscientes hasta el último momento. Quizá, con suficiente impulso no fuera a dar contra las rocas e iría a parar directamente al mar. Noté gotitas de agua en mis pies, ¿llovía? No. Me di cuenta de que el viento robaba mis propias lágrimas, esparciéndolas a su libre albedrío. Me llené los pulmones de aire y mirando al frente me dije: Ahora... ¡Ahora sí!

—Ya estás tardando. Me aburro. ¿Vas a tardar mucho más? —dijo él.

Era una voz suave, cálida, aterciopelada, más bien grave. ¿Quién era ese imbécil? ¿Quién se creía para perturbar mi intimidad? Intenté mirar atrás todo lo que pude, pero desde esa posición tan solo alcancé a ver una figura oscura.

—¿Qué quieres? —pregunté con inseguridad.

—¿Y tú, qué es lo que quieres? —preguntó en un susurro.

No parecía que estuviese demasiado cerca y, sin embargo, a pesar del quejido del viento, podía oírlo perfectamente.

—Quiero que te marches y quiero estar sola. ¡Déjame en paz! —le grité al final.

—¿De verdad quieres estar sola? ¿Acaso no estás aquí, precisamente por eso, porque ya estás sola? Me parece que te contradices. ¿Si quieres estar sola, por qué estás aquí?

Maldito juego de palabras, pero al oírlas, se me hizo un nudo en la garganta. Tenía razón. Si estaba ahí era porque me sentía sola, el vacío era demasiado grande y dolía; pero aun así, ese desconocido no tenía ningún derecho de meterse en mi vida, o en lo poco que ya me quedaba de ella. Quería gritarle, pedirle que se marchara, hasta insultarlo, pero el nudo estrangulaba mi voz sin compasión. Las lágrimas y el viento me helaban la piel de la cara, notaba los mocos en la nariz sin poder limpiarme, ya que no me veía capaz de sujetarme con una sola de mis manos agarrotadas. Me dolía un gemelo: no, ahora un calambre no... Incapaz de moverme, ya no tenía fuerzas ni de volver a apoyarme en la barandilla, flaqueaba; demasiado tiempo, demasiadas dudas e incapaz de volver atrás. Entonces, ocurrió.

CUANDO SE APAGUE TU LUZ. "La muerte viaja en una Harley" (FINALIZADA)Onde histórias criam vida. Descubra agora