• IX •

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Aunque Kyle recuperó mucha energía después de haber besado traviesamente una de las mejillas regordetas del castaño, conforme corría se fue cansando de nuevo. Paró para reposar un poco a un lado del arroyo y aprovechó ese momento para lavar el pañuelo del señor Cartman. Lo sumergió bajo el agua y lo talló. Después le daría una limpieza más profunda, esta era más que nada para no estar cargando con lágrimas y mocos.

Extendió el pañuelo limpio, era de una tela muy fina y blanca. Recordó el tacto sobre su cara. Si él no hubiera sido tan brusco seguro lo recordaría aun con más suavidad, aun así era un recuerdo grato. En una esquina estaban bordadas sus iniciales:

«E. T. C.»

Se le escapó una risa ya que sus iniciales eran las mismas para la abreviatura de "etcétera". Cuando lo viera se lo diría para molestarlo un poco. Pasó sus dedos sobre el bordado con cariño, y ya que estaba un poco más seco lo dobló y guardó dentro de su bolsillo.

Se levantó y ya descansado caminó con pasos rápidos el último tramo que faltaba para llegar a su casa.

Abrió la puerta con sigilo, apenas asomándose para comprobar que no hubiera nadie ahí mismo esperándolo y entonces al comprobarlo entró. Pero como si el piso fuera algún tipo de detector, en cuanto puso un pie en él, su madre salió del pasillo y fue hacia él tomándolo de una oreja para arrastrarlo hasta el despacho de su padre. No fue hasta llegar ahí que lo soltó y entre quejidos y gritos cerraron la puerta discutiendo frente a su padre, quien leía el periódico y fumaba sentado en su escritorio.

- ¡Señor Broflovski! Diga algo -le gritó su madre con enojo al verse sola contra su hijo, quien ahora no se dejaba doblegar - ¡Dígale que se case! ¡Kyle, tendrá la herencia y muchas riquezas! ¡Nos salvará de la ruina!

-No puedo casarme con ella, papá -respondió Kyle con una voz firme, pero sin alzarla por respeto -. No quiero casarme con ella.

- ¡Regresa con ella y dile que cambiaste de opinión! ¡Piensa en tu familia! -repetía la señora Broflovski con coraje.

-No puede obligarme, madre -se defendió Kyle apretando sus dientes.

- ¡Señor Broflovski, diga algo por Abraham! -la pelirroja golpeteó el escritorio.

-Bueno... -el señor Broflovski bajó su periódico y mientras pensaba que decir lo fue doblando -. Kyle... Tu madre insiste a que desposes a la señorita Stevens...

- ¡O jamás quiero verlo de nuevo! -cruzó sus brazos indignada, apartando su vista.

-Kyle, apartir de este día serás un extraño para uno de tus padres -continuaba el señor Broflovski -. Tu madre no querrá verte de nuevo si no te casas con la señorita Stevens y... Y yo jamás querré verte de nuevo si lo haces.

-Exacto... ¿Qué, qué, qué? -exclamó incrédula la mayor.

-Papá... -sintió como una lágrima escapaba y no pudo evitar lanzarse sobre su padre para abrazarlo -. Gracias...

El señor Broflovski correspondió al abrazo de su hijo mayor, consolandolo y asegurándole con murmullos que todo estaría bien, qué él siempre estaría ahí. En cambio su madre al haber perdido contra la palabra del señor de esa casa salió del despacho enfurecida y al abrir la puerta, como de costumbre, Ike y Schwartz cayeron al suelo.

Los muchachos se levantaron apenados, pero eso no evitó que se unieran y formaran un abrazo grupal. Los tres se sentían como hermanos y el señor Broflovski los quería a los tres como a sus verdaderos hijos, aun si uno era adoptado y el otro su sobrino, siempre los protegería y trataría de cumplir sus caprichos. Los problemas económicos de esa casa eran responsabilidades de él, no usaría a uno de sus hijos solo para pagar sus deudas y menos si eso costaba su felicidad.

Eternamente orgullosos y prejuiciosos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora