2

103 13 4
                                    

PARKER
día presente

Metí el último libro en la mochila y salí a toda prisa del aula. Llegaba más de diez minutos tarde a mi cita, así que me aseguré de caminar lo más rápido que pude. Con una toalla húmeda, sequé el sudor que se aferraba a mi frente gracias a los nervios que me corrían todo el cuerpo, pero finalmente reuní el valor para acercarme a la sala de consultas.

—Eh, hola —saludé a la secretaria—. Tengo una cita con el señor Corti. Se supone que debía estar aquí hace diez minutos, pero se me hizo un poco tarde. ¿No hay ningún problema?

—¿Parker Marrow?

—Sí.

—No te preocupes, puedes entrar. El señor Corti te está esperando.

—De acuerdo, gracias.

Entré en la pequeña habitación, encontrándola perfectamente limpia. Sillones de cuero sintético, una mesita de centro bastante pulida, cuadros de arte abstracto estratégicamente esparcidos por toda la pared, lo que, sorprendentemente me hizo sentir cómoda.

—Hola —saludé al entrar y me permití echarle un vistazo disimulado.

Llevaba una camisa azul marino de manga larga, y eso fue lo único que pude notar de su atuendo, ya que la mesa de escritorio ocultaba lo demás. Todo en él era despreocupado y muy diferente de lo que había imaginado. Hoy esperaba encontrarme a un hombre canoso de unos cincuenta y tantos con aspecto amargado, no a este otro joven y atractivo.

Su presencia me dejó sin aliento. Tal vez fuese un poco porque estaba impresionada por su evidente belleza física. No me era indiferente, sin duda, pero aparté a un lado ese pensamiento rápidamente.

—Hola —me tendió la mano, la cual correspondí—. Mi nombre es Tatum o Tate, como prefieras llamarme... —su voz tenía un timbre grave que me hizo estremecer sin razón aparente—. Es un placer.

—Soy Parker —levanté la vista y atrapé sus ojos oscuros. Tan oscuros que podrían confundirse con negros, pero notaba el tono marrón en ellos.

Había decidido tomar algunas sesiones con el terapeuta de la universidad desde hacía un tiempo. Las cosas no iban muy bien últimamente, por lo que creí que hablar con alguien neutral me ayudaría a resolver mis... asuntos. Además, mi profesora favorita me recomendó con el señor Corti, así que heme aquí.

Tate se sentó en la silla detrás de la mesa y se detuvo para mirarme fijamente—: Cuéntame por qué has decidido venir hoy.

Me retorcí las manos sobre la falda de mi vestido negro con nerviosismo. No solía ser tan tímida, pero estar frente a un completo desconocido y que esperase que le contaras tu vida tan abiertamente podía intimidar a cualquiera.

—No me he sentido... muy bien.

—¿Qué quieres decir?

—Yo... —me callé, sin saber por dónde comenzar. Los nervios me llevaron a dar pequeños golpecitos al piso con mi pie.

—Entiendo que estés nerviosa, es normal —su voz tranquilizadora me calmó un poco—. ¿Alguna vez has asistido a terapia?

—Sí, cuando tenía diecisiete años.

—¿Por qué?

—...Solía tener muy baja autoestima y... —suspiré. Siempre me incomodaba hablar de esos temas, pero hice el mayor esfuerzo para continuar—, me desquitaba con los demás.

Decir baja autoestima era un completo eufemismo para lo que experimenté en aquellos años. Sin embargo, no me pareció lo más adecuado revelar demasiados detalles en la primera sesión.

—De acuerdo. ¿Y crees que conseguiste los resultados que buscabas con aquellas sesiones?

—Sí, por supuesto. Me ayudaron mucho.

—Hablar y admitir nuestros problemas es el primer paso para evolucionar y cambiar. Y eso es lo que quieres, ¿no? Un cambio. Por eso estás aquí.

La última parte no era una pregunta, y tenía razón.

—Sí.

—Dime, ¿qué es lo que te está molestando ahora?

—Siento que podría estar dando lo mejor de mí, pero no lo hago.

—¿Por qué te sientes así?

—Hay muchas cosas en mi vida que no he hecho, cosas que sé que necesito hacer pero para las que no tengo el valor.

—¿Qué cosas?

—Disculparme.

La molesta alarma que activé para avisarme de mi siguiente clase me hizo apartar la vista de Tate.

Mierda, ya voy tarde.

—Lo siento, debo irme —dije, colgándome de nuevo la mochila al hombro—. Lo lamento, sé que llegué tarde, y ahora me estoy yendo antes pero...

—No te preocupes. Seguiremos en la próxima sesión.

—Sí —me levanté del asiento rápidamente—. Bien, gracias.

Tate me dedicó una media sonrisa un poco forzada antes de consultar algo en su celular. Salí del consultorio sintiéndome mucho mejor que cuando llegué. No fue tan malo como pensé que sería. Bueno, considerando que ni siquiera estuve diez minutos en esa habitación podría decirse que no hubo muchos progresos, pero me sentí satisfecha por haber tenido el valor de hacerlo.

—¿Parker? —Una voz femenina me llamó desde atrás.

Giré para ver de quién se trataba y entonces mis ojos no pudieron esconder la sorpresa al ver la familiar silueta.

—Vaya, casi no te reconozco —Sierra se acercó a mí con una familiaridad que no era mutua—. Uau, tu cabello... Estás diferente, pero hermosa, como siempre.

Sierra solo conocía la versión de mí con cabello lacio y extremadamente decolorado. Ahora, mis ondas brillaban de un tono castaño en su forma natural.

—Gracias, tú también, pero ¿qué haces aquí? —la razón por la que me mudé de casa fue para alejarme de todos los que conocía. No quería saber nada de ellos, ni que ellos supieran nada de mí.

Me di cuenta de que probablemente había sonado algo descortés con esa pregunta, así que pronto añadí: Pensé que estabas estudiando en Australia, viviendo la buena vida.

—Mi tiempo en Australia fue increíble, pero echaba de menos a mi familia y aquí estoy. Regresé hace dos años. No sabía que tú estarías aquí también, pero es genial, ¿verdad? Como en los viejos tiempos —me dió un codazo juguetón.

La idea de que Sierra estuviera cerca de mí otra vez me atraía tanto como aventarme de un avión sin paracaídas. Sin embargo, no quise parecer grosera, así que me limité a dedicarle una sonrisa rígida.

—Ahora tengo que irme, pero podemos seguir en contacto. ¿Me das tu número?

—No tengo celular. Acabo de perderlo —mentí audazmente—. Pero ya nos veremos, algún día.

—Oh, bueno, está bien —no pasé por alto la decepción en su voz—. Fue un gusto volver a verte.

—Lo mismo digo.

Sierra y yo habíamos sido muy cercanas en algún momento de nuestra adolescencia, pero esa etapa quedó atrás. Por supuesto que aún sentía aprecio hacia ella, pero verla traía de vuelta recuerdos de la época más oscura de mi vida. Una parte de mí que quería olvidar por completo. No estaba en mis planes retomar contacto con mis viejos amigos. Todo había cambiado. Sierra cambió, yo definitivamente cambié. Volver a ser amigas simplemente no tenía ningún sentido.

Tal vez nunca lo tuvo.

The hate in your eyes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora