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PARKER

Después de finalizar las clases, estuve durante toda la tarde en la biblioteca. Ya no confiaba más en Google para ser mi fuente de información, considerando el último acontecimiento. No necesitaba otra baja en mi registro, gracias.

A veces, tendía a ser un poco perfeccionista e intensa con todo. Cuando era niña, mis padres me habían recordado miles de veces que cualquier cosa que fuese menos que perfecta era inaceptable. Supongo que me costó dejar el hábito. Cuando les confesé que estudiaría fotografía en lugar de leyes, casi me desheredaron. No realmente, pero pensé que sucedería. Recordar sus miradas de decepción me hacía mantenerme enfocada. Mis padres creían que estaba loca. Era como si la expresión artística les pareciera inferior o insignificante. Desde ese día, me prometí a mí misma que les haría tragarse sus palabras y demostrarles que podía ser exitosa a mi manera.

Caminé por los largos pasillos de la biblioteca mientras los empleados apagaban las luces. Estuve tan distraída que ni siquiera me di cuenta de lo rápido que pasó el tiempo hasta que anunciaron la hora de cierre. Salí de las instalaciones con una lluvia torrencial cayendo sobre mí. Los truenos retumbaron en mis tímpanos, lo cual fue jodidamente aterrador. Siempre había sentido ese miedo absurdo de ser golpeada por un rayo en la cabeza cuando estaba afuera bajo la lluvia. Gracias al cielo, mi mochila estaba hecha de material impermeable, lo que ponía mis libros a salvo. Una muy buena inversión, en mi opinión.

Mal día para no traer un paraguas.

Mi residencia estaba muy cerca de la universidad, así que no era del todo necesario llamar a un taxi o a un Uber. Además, no podía permitirme el lujo de desperdiciar mi dinero por una tontería.

Corrí rápidamente, con la mochila sobre la cabeza para protegerme de la llovizna. Lo cual fue totalmente inútil ya que el agua me empapó completamente. Ni siquiera la mochila impermeable podía hacer milagros.

Detrás de mí vi las luces de un auto, probablemente muy cerca. Mi instinto de supervivencia me impulsó a correr más deprisa, pero entonces oí aquella voz familiar, que me hizo detener en seco.

—¿Te llevo a algún lado? —me giré para ver a Tate en su auto.

—Vivo cerca, puedo llegar corriendo.

—Conseguirás un resfriado.

Él tenía un punto.

Sopesé su propuesta por un par de segundos.

—De acuerdo —accedí finalmente. De todas formas, no era gran cosa. Tenía que dejar de sobrepensar y aceptar su ayuda—. Gracias.

—Sube —dijo, sonando como una orden. O tal vez fui yo quien lo imaginó.

Me apenó mojar su auto, pero a él no pareció importarle mucho así que lo dejé pasar. El aire acondicionado me hizo tiritar, pero por suerte Tate lo apagó antes de que pudiera morir congelada.

—¿Qué hacías caminando por la calle a estas horas? —preguntó—. No suele haber estudiantes por aquí tan tarde.

—Se me pasó el tiempo en la biblioteca.

El asintió y regresó la mirada a la vía.

—¿Cómo estás, por cierto?

—Bien.

—¿Segura?

—No sabía que estuviéramos en una sesión, señor Corti.

—No lo estamos.

—¿Entonces por qué preguntas eso?

—Porque me interesa la respuesta.

—Claro, soy tu paciente. Pero ahora no, por favor. Lo último que quiero es tener una charla cursi sobre mis problemas —me eché hacia atrás—. Cuéntame sobre ti.

Lo vi arquear las cejas desde mi asiento.

—¿Para qué?

—Así se construyen las amistades.

—No podemos ser amigos.

—¿No podemos? Es una verdadera lástima. Yo te cuento todo sobre mí pero tú no puedes contarme nada sobre ti. ¿No crees que es un poco injusto?

—Esa es la política.

—Pero aún así decidiste llevarme a casa. Si crees que no eres mi amigo, eso demuestra lo contrario.

—Eso demuestra que no dejaré que una chica vague sola durante la noche por una calle vacía.

—Di lo que quieras —rodé los ojos.

Me miró como si quisiera aprenderme, lo que hizo que una oleada de calor recorriera mi cuerpo. Se veía sexy estando enojado. Claro, no es como si el hombre no fuese naturalmente sexy. Tate tenía el típico aspecto elegante pero a la vez rudo. Cabello negro ondulado, ojos oscuros, cejas pobladas, pestañas largas y una barba incipiente. Sus labios, ligeramente carnosos, parecían ser más que besables desde mi periferia. Su nariz respingona y su mandíbula cuadrada terminaban perfectamente con el resto. No sabía si tenía sangre italiana pero su bronceado mediterráneo gritaba que sí. Todo en él parecía fascinante e inaccesible. Por supuesto, podría decirte miles de razones por las cuales esos pensamientos eran totalmente inapropiados.

De repente me sentí avergonzada, lo que fue algo estúpido ya que los pensamientos no se podían leer. ¿Pero y si Tate sí pudiera? Díos mío, me moriría aquí y ahora mismo.

Y ahora estoy divagando internamente...

Miré por la ventana y mantuve la boca cerrada. Ya había dicho suficientes estupideces por el día de hoy. Tate tampoco habló, lo cual agradecí. Pronto, el condominio de mi residencia apareció a la vista. Le hice saber que ya habíamos llegado.

—Gracias por traerme. Y lamento haber mojado el asiento.

—No hay problema.

Me bajé del auto y me quedé ahí atrás mientras observaba cómo se alejaba con rapidez y mientras lo hacía me di cuenta de una cosa: me alegraba haberme topado con él.

The hate in your eyes Where stories live. Discover now