Capítulo 12 ✺

52 24 28
                                    

El día de la prueba había llegado. Las pruebas de la unión tendrían lugar esa misma mañana una vez el sol estuviera gobernando sobre las cabezas del pueblo, y eso era lo que aterraba en parte a Argel. Su escaso entrenamiento era, sin lugar a dudas, un buen motivo por el que sentirse tan nervioso.

Se despertó aun cuando el sol no había salido, pero la luz del amanecer ya comenzaba a avistarse en el horizonte. Allí, sobre su lecho, esperó encontrarse a su padre como la noche anterior. Sin embargo, vislumbró con dificultad en la oscuridad como una silueta se marchaba, dejando la puerta cerrada tras de sí.

Argel Gallander se enderezó en la cama, sintiendo como bajo su mano se encontraba un pergamino que su padre había dejado para él, junto a una daga de lo más extraña, pero no tenía tiempo para ello. Se puso en pie lo más rápido que pudo y, descalzo, salió corriendo tras la figura.

¿Por qué lo estaba abandonando? ¿Adónde iba?

—Padre...

Los pasillos del palacio se encontraban vacíos. Lo cual era extraño y él, consciente de que siempre había guardias patrullando hasta el último rincón, supuso que algo importante estaba sucediendo, pues había intentado escaparse en innumerables ocasiones sin éxito.

La figura de Saelen en uno de los imponentes ventanales, bloqueó su carrera durante nos instantes, pues la reina se encontraba cubierta por un batín blanco, observando el horizonte. Su mirada lucía cargada de lágrimas, y una de sus manos cubría su boca como si tratara de contener con aquel mero intento, sus sollozos. Su otro brazo cubría su vientre aferrándose al batín de forma desesperada. Oseus ya se había despedido de ella, la estaba dejando una vez más en tierra como antaño. Pero... ¿Por qué?

En aquel instante, Saelen-Lir Gallander fue consciente de la presencia de su hijo, y con una mirada suplicante negó con la cabeza, pidiéndole a Argel que no corriera tras él. Sin embargo, el joven pirata no podía dejar marchar a su padre.

—Argel...No...No lo hagas. —Le rogó la reina con desesperación. Aun cuando su voz se encontraba rota, era capaz de seguir dando órdenes.

La sombra descendía por las escaleras serpenteantes que bajaban por el torreón donde se encontraba su alcoba. No recordaba cuánto había corrido, ni qué hora era. Cuando salió del palacio, pudo escuchar a algunos guardias sorprenderse ante la repentina carrera matutina del pequeño bastardo. ¿Aquella era la seguridad del reino? Un grupo de soldados dormidos y otros jugando a las cartas en un rincón de la gran puerta.

Antes de que estos pudieran atraparlo, el joven pirata salió corriendo por el gran portón antes de que este se cerrase. Se deslizó con rapidez entre las dos grandes puertas de madera, y echó a correr por el camino real tras el hombre.

Las calles aún permanecían vacías, por lo que sus gritos resonaban en las paredes de los edificios que le rodeaban. Probablemente despertando a todo aquel que durmiera pegado a algún ventanal.

—¡Padre! ¡Por favor...!

Corrió sin parar. Apenas logrando dar una bocanada tras otra para así seguir corriendo, sentía como sus pulmones ardían debido al esfuerzo, en cómo sus piernas cansadas por los últimos entrenamientos se le doblaban a cada paso.

No tenía tanta resistencia y lo sabía. Apenas se mantenía en forma y con su delgadez, no había de donde sacar las energías de reserva.

Al llegar a puerto, ver el gran barco de velas blancas y madera negra, supuso para Argel quedarse sin aliento. Parado en el muelle, observó en silencio su barco. Su hogar. Podía ver en cubierta a Darak atando unos cabos junto a algunos marineros y a Yurtu afilando su sable en una de las escaleras de madera. Su familia.

Los Secretos del Rey ❘ Libro 0.1 Precuela ❘Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz