Capítulo 44 ❆

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Después de todo, la venganza siempre se sirve en frío, y para alguien como Novara, el Norte era el escenario perfecto para otorgarla.

Arterys observó las sombras, la explosión de poder más allá de su vista y deseó, rezó porque Novara siguiera con vida para cuando Zelik llegara hasta ella. Suplicó a los Ementals para que ambos salieran ilesos de aquella batalla, pues se negaba a perder a gente que amaba, a volver a quedarse vagando de un lado a otro sin aquellos que con los años se habían vuelto su luz.

Su espada bailó como si la misma muerte le hubiera dado la bendición de acabar con cualquier vida que se interpusiera entre él y su misión. Los soldados enemigos corrían de un lado a otro, enfrentados a los Escarlacts que ya se encontraban entre muros, luchando, usando en los casos de los Invocadores sus poderes para decantar la balanza a su favor.

—¡Arterys, a tus diez!

El chico giró sobre sus talones y cuadró los hombros para alzar su espada el tiempo justo de parar el golpe de un soldado que se había abalanzado hacia él con la esperanza de cogerle desprevenido. No era el caso.

Nadie estaba más alerta en aquel campo de batalla que Arterys.

Con la sangre caliente recorriendo sus mejillas y manchando sus labios, el chico gruñó con rabia al soldado que seguía luchando por ganar con su espada en aquel duelo. Pero estaba muerto antes de alcanzarlo, antes de blandir su espada o creer que tan solo aquella idea era buena. El pie derecho del chico lo golpeó en el estómago y tropezó hacia atrás para ser ensartado por la espada de otro Escarlact que venía en su ayuda.

—Gracias. Pero... ¿Sabes dónde están Dullahan y Hedas?

—Fueron los últimos en salir del campamento, parecían discutir con bastante enfado sobre todo esto. No sé si vendrán en vuestra ayuda—. Sentenció el hombre barbudo que era su aliado.

—Claro que lo harán, ellos son los que han provocado todo esto.

—¿A qué te refieres? ¡Arterys! ¡Arterys no puedes entrar en el castillo, los soldados están parapetados tras las puertas!

—Que me maten pues. — Art era consciente de sus palabras y que hablar de la muerte tan solo la atraía, pero estaba dispuesto a correr el riesgo—. Que intenten matarme, no tengo nada que perder si quienes me importan están tras esos muros.

Avanzó sin mirar atrás, con la espada ensangrentada en una mano y la Triveta aun caliente por la piel de Novara contra su muñeca y se internó en la batalla. Sangre, carne y huesos descansaban bajo sus botas, los cuerpos sin vida de muchos enemigos ya cubrían como si se tratase de un manto, el recinto del castillo.

Llegaría hasta ellos, hasta Novara, hasta Zelik quien había corrido para salvarla de su enemigo, pero también de sí misma. Pues ese era el error que siempre cometía Novara Ganodac, ya que por más enemigos que tuviera el peor siempre era ella misma. Sus decisiones, su pasado y los traumas que arrastraba desde niña, eran un manto de sombras que le impedían ver más allá de la primera decisión que se le pasara por la cabeza.

La encontraría y la haría entender del modo que fuera necesario que no estaba sola, que, aunque todos en aquel infierno tenían sus demonios, ya iba siendo hora de combatirlos juntos y no por separado. La rodearía con sus brazos y no la soltaría hasta que las palabras que se le atascaban en la garganta cuando la tenía delante, salieran en tromba para que lo entendiera.

Para que comprendiera lo que su presencia causaba no sólo a sus enemigos, ni a sus amigos, sino también a él. La cobardía debía de ser olvidada si querían vivir en mundo como lo era Alstaen en años como estos, y los que estaban por venir.

Los Secretos del Rey ❘ Libro 0.1 Precuela ❘Where stories live. Discover now