Capítulo 11: "Rodrigo/Arkells".

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En la orilla de aquel puente de casi siete metros de altura, se encontraba Rodrigo, un Rodrigo de diecinueve años que había salido de su casa con el corazón roto y las emociones galopando en su cabeza sin dejarlo descansar

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En la orilla de aquel puente de casi siete metros de altura, se encontraba Rodrigo, un Rodrigo de diecinueve años que había salido de su casa con el corazón roto y las emociones galopando en su cabeza sin dejarlo descansar. Su delgado cuerpo se sostenía de los barandales de la estructura que separaba la vida de la muerte. Solo bastaba un impulso, una razón más o un recuerdo de su miserable vida para que todo acabase en cuestión de segundos.

Bajo su cuerpo, en la carretera, donde ya los autos empezaron a detenerse para intentar socorrer al joven fuera de sí, también se acercó una patrulla de la policía. De ella, del lado del copiloto, descendió un joven de la misma edad que mi amigo Rodrigo, que, tratando de pasar desapercibido se acercó a las escaleras del puente para intentar acercarse a él e impedir que se lanzase. Hizo el menor ruido posible, moviéndose sigilosamente para no llamar su atención. Ese joven también se hallaba nervioso, sabía que un mal paso podía producir un susto en el afectado que terminaría provocando una tragedia.

Finalmente, el muchacho que descendió del vehículo policial consiguió ubicarse justo tras el cuerpo de Rodrigo, sin que este lo pudiese notar. Era el momento perfecto para rodearle el cuerpo y retroceder al instante para evitar que se soltasen las manos del que entonces era un hombre diferente al que yo conocí en el circo.
     — ¡¿Qué mierda haces?! —Gritó.
     —Trato de evitar que te tires —contestó el otro.
     —Suéltame, cabrón... —musitó con la voz entrecortada.
     —Lo haré cuando te cruces los barrotes para bajar de aquí...
     —Nel, nel. No quiero hacerlo. Suéltame, por favor —suplicó, casi resignado.

El joven pasó de sujetarlo, a brindarle un abrazo, tratando de transmitirle seguridad a un Rodrigo que se hallaba al borde del llanto.
     —Vamos a casa, todo estará bien...
     — ¡No me quiero ir a la casa, no quiero regresar! —Alegó.
     —Entonces vamos a la mía, pero bajemos de aquí...

Abajo de la escena, los vehículos hacían sonar el claxón sin parar, lo que ponía la situación todavía más nerviosa. El oficial que había esperado en la patrulla descendió de ella para pedirle a las personas de los autos que, por favor, desistieran de tocar la bocina, porque sólo podían agravar la situación, mientras su acompañante intentaba, sin mucho éxito, rescatar al barbudo, que entonces de barbudo no tenía nada.

Mientras tanto, en la orilla del puente, Rodrigo pudo sentir la emoción del chico en el abrazo. Le repitió que todo estaría bien, que se dejara ayudar y que prometía ayudarle a solucionar cualquier cosa que estuviera pasándole. Era una promesa grande, muy grande, porque aquel joven no podía siquiera saber las razones que orillaron a Rodrigo a estar ahí, al borde de la muerte. Sin embargo, aquella promesa fue sincera, tan sincera que ni siquiera él mismo sabía en ese instante que más adelante realmente conseguiría cumplirla...

El barbudo cruzó los barrotes de vuelta a la estabilidad del puente, donde irremediablemente se presentó el llanto que había estado guardando. Abajo de ellos, los carros continuaron su camino, y el oficial de policía terminó por subir con su acompañante para darle refuerzos en caso que lo necesitara. Al ver la situación, decidió llamar a una ambulancia, que en cuestión de minutos dirigió a Rodrigo al centro de sanidad de Fang. Mientras en el camino intentaban estabilizar su ritmo cardíaco.

Yo, ErróneoWhere stories live. Discover now