Capítulo 35: Cuatro De Julio.

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Regresé para buscar a mi hermana al día siguiente, con punzadas en el hombro y en la cabeza por todo el caos

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Regresé para buscar a mi hermana al día siguiente, con punzadas en el hombro y en la cabeza por todo el caos. Me sentí débil físicamente, y ni hablar de lo emocional. No tenía cara para ver a mi hermana después de todo. ¿Cómo iba a decirle el día de su cumpleaños que su madre estaba muerta? Sabía y entendía que todo había sido mi culpa, y aunque no quería culparme, era la verdad. Si hubiese evitado a toda costa relacionarme con el Juco, jamás hubiese tenido que pasar por eso, y tal vez mi madre estaría en casa cuando yo regresara. Pero nada de eso era real, solo mis errores y sus consecuencias.

Llevé la mochila con las cosas dentro, no quería despegarme de ella porque no quería que nadie supiera lo que contenía. No quería que llamaran a la policía e ir preso por haberme vengado de esa manera. No quería dejar sola a mi hermanita. Ella no tenía la culpa de mis errores, nadie la tenía más que yo.

Entré a la casa de la señora Leticia, con los ojos hinchados y el rostro pálido. Jaló hacia atrás una silla de su comedor para que yo tomase asiento. Fue un rato a la cocina y regresó con una jarrilla y dos tazas de china. Las puso en la mesa, una de su lado y la otra del mío.
     — ¿Quieres café? —asentí sin hablar.

Inclinó la jarrilla hacia la taza de mi lado y luego sirvió en la suya. Fue por una cuchara y por el frasco donde tenía el azúcar y me dio ambas cosas para endulzar mi café. Ni ese café era tan amargo como lo que yo estaba viviendo. Lamentablemente no podía endulzar mi vida con dos cucharadas de alegría, porque todo era tristeza y decepción.
     — ¿Adónde fuiste anoche? —preguntó, con un tono de autoridad. No sabía si se preocupaba por mí o me estaba regañando.
     —Salí a ver si encontraba al que lo hizo...
     — ¿Sabes quién fue? —continuó interrogando.
     —Le dicen "El Juco"... Le decían —musité, agachando la mirada.

Doña Leticia se quedó mirándome a la cara y a la misma vez era como si no me viera a mí. No movía ni un ápice sus ojos y su boca estaba medio abierta. De repente soltó un suspiro y se agarró la frente, agachando la cabeza y comenzando a sollozar.
     —Ese malnacido... —murmuró.

Lo conocía, eso me quedaba muy claro, pero de dónde o por qué, era la pregunta. Nadie que quisiera tener la conciencia tranquila y paz en su vida querría conocer a ese hijo de puta. Al final, terminábamos arrepintiéndonos. Aunque no me llenaba de orgullo, me agradecí a mí mismo por quitarlo del camino de las personas del municipio de Catlán, por no decir que de todo el estado de Fang.
     — ¿Lo conoce?
     — ¿Te acuerdas de cuando le conté a tu madre que había perdido a mi hijo? —asentí, haciendo memoria de ese día—. Pues... Él lo mató. Fue el Juco.

Cerré los ojos con lentitud, soltando aire por la nariz, me mantuve de ese modo por unos segundos, intentando asimilarlo. Mi mamá no fue su única víctima, pero sí fue la última.
     —Él está muerto, doña Leticia —solté, abriendo los ojos de nuevo.
     — ¡¿A eso fuiste anoche, Robin?! —alzó la voz, con la cara preocupada.

Yo, ErróneoWhere stories live. Discover now