「𝗘 𝗣 𝗜 𝗟 𝗢 𝗚 𝗢」

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Habían pasado tres meses desde aquella noche en que el eco de un disparo partió la calma en dos, tres meses desde que el olor metálico de la sangre tiñó el aire de esa oficina y desde que SeulGi vio el cuerpo de SiWon desplomarse frente a ella, con los ojos aún abiertos y la expresión congelada en una mueca de incredulidad. La bala, según el reporte médico forense, había perforado el estómago y atravesado varios órganos vitales antes de detenerse en su espina. La hemorragia interna fue brutal; no hubo tiempo para hacer nada. En cuestión de minutos, su cuerpo se apagó por completo, dejando solo el silencio y el peso de lo irreversible. 

Aquella misma noche, SunMi —con las manos temblando y el corazón desbordado de miedo y culpa— fue quien tomó el teléfono y llamó a la policía. Su voz apenas salía, entrecortada, mientras explicaba lo que había ocurrido. Cuando los agentes irrumpieron en el lugar, encontraron a SeHun aún de pie, el arma en la mano, el rostro manchado de lágrimas y sudor, mirando el cuerpo inmóvil de SiWon sin comprender del todo lo que acababa de hacer. No opuso resistencia, no intentó escapar ni se excusó. Simplemente bajó el arma, la colocó sobre el escritorio y levantó las manos, rindiéndose al peso de su propia decisión.

Esa fue la última vez que SeulGi lo vio antes de que lo arrestaran. Ella también fue interrogada esa noche, igual que SunMi. Dio su versión de los hechos con una calma que ni ella comprendía, explicando cómo todo había ocurrido tan rápido, cómo SeHun había vacilado entre apretar el gatillo o dejarlo ir, cómo el caos y los gritos llenaron la habitación antes de que todo se apagara. 

La policía determinó que no hubo premeditación en el disparo contra SiWon, pero sí suficiente evidencia de homicidio involuntario. SeHun aceptó todos los cargos sin un solo argumento en su defensa. Su declaración fue breve, seca, resignada. No culpó a nadie, no buscó justificar nada. Solo dijo que había terminado de seguir órdenes y que, si debía pagar por todo, lo haría. No luchó por su libertad. La aceptó como quien, por fin, deja de resistirse al peso de su propia vida.

Tres meses después, SeulGi condujo en silencio hasta el Centro Penitenciario de Seúl. No le había dicho a nadie adónde iba. Ni a JooHyun, ni a su madre, ni a sus amigas. Simplemente tomó el abrigo del perchero al amanecer y salió, con la determinación serena de quien sabe que necesita cerrar un ciclo antes de poder seguir respirando. El clima estaba gris, las nubes bajas cubrían la ciudad, y el aire olía a tierra húmeda. Aparcó frente al edificio grisáceo y enorme, un bloque de concreto sin alma, rodeado de rejas oxidadas y torres de vigilancia. Caminó hasta la entrada principal con las manos en los bolsillos, el sonido de sus pasos resonando en el pavimento. Dentro, todo era silencio, salvo por los chirridos metálicos de las puertas y el eco de los cerrojos al abrirse y cerrarse. Cada ruido parecía marcar el compás de algo que terminaba definitivamente.

La guiaron hasta la sala de visitas. El lugar era pequeño, frío, con una mesa metálica en el centro y una luz blanca colgando del techo. El olor a desinfectante impregnaba el aire. SeulGi se sentó, cruzando las manos sobre la superficie helada del metal, y esperó. Escuchó el tic tac del reloj de pared, los pasos del guardia que se alejaba, el crujido leve de su propia respiración. Pasaron unos minutos, y entonces la puerta se abrió. Entró SeHun, escoltado por un guardia. Su aspecto era diferente, casi irreconocible. El cabello, más corto y desordenado, dejaba al descubierto un rostro demacrado y ojeroso. El uniforme gris colgaba ligeramente de sus hombros, como si hubiera perdido peso. Pero lo que más había cambiado era su mirada: ya no había odio, ni furia, ni siquiera arrogancia. Había cansancio. Un cansancio antiguo, profundo, que parecía haber nacido dentro de él mucho antes de esa noche.

Se sentó frente a ella, y durante varios minutos ninguno dijo nada. Solo se escuchaba el leve zumbido de la lámpara. SeulGi lo observó, estudiando cada gesto, cada trazo nuevo en su rostro, buscando en silencio la respuesta a algo que ya intuía. Finalmente, fue ella quien rompió el silencio.

Little, Little || SeulRene (IRENE + SEULGI)Where stories live. Discover now